Equipando La Mente

Deleitarse En Dios.

—Un Punto Clave Para Que Él Conteste Nuestras Oraciones Y Cumpla Nuestros Deseos.

Un principio bíblico que tenemos que aprender si queremos que Dios conteste nuestras oraciones y cumpla nuestros deseos es: deleitarnos en Él.

«Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón» (Sal. 37.4).

En este verso encontramos tres palabras claves: deléitate, asimismo, peticiones. De la primera nos ocuparemos más adelante. La segunda está conectada a confía, del verso tres. Confía es sinónimo de fe y esperanza. La tercera palabra es sinónimo de oración.

Lo que este versículo dice en términos equivalentes es: De la misma manera (asimismo) que tienes fe (confía, vrs. 3) en Jehová, también (asimismo) deléitate en Él, y Él contestará (concederá) las oraciones (peticiones) que le hayas hecho (de tu corazón).

Deleitarse es sinónimo de disfrutar, que conectándolo con Dios significa: disfrutar de Su Persona, de quien es Él, de Su amistad y de todas las virtudes que la acompañan: Su bondad, Su benignidad, Su fidelidad, Su amor, y muchas cosas más. Es disfrutar de Su presencia, y del gozo con el que Él nos llena. Es como el deleite y la satisfacción que se siente cuando uno está acompañado de la persona que uno más ama —y es recíproco a la vez.

¡Basta Su presencia para uno sentirse alegre, gozoso, satisfecho; para uno deleitarse!

«Me mostrarás la senda de la vida;
En tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias a tu diestra para siempre» (Sal. 16.11).

Es estar satisfecho con todo lo que Él ha hecho con uno y por uno, y estar satisfecho con todas las cosas que Él nos ha dado.

«El rey se alegra en tu poder, oh Jehová;
Y en tu salvación, ¡cómo se goza!
Le has concedido el deseo de su corazón,
Y no le negaste la petición de sus labios» (Salmo 21.1-2).

Debemos deleitarnos al orar, sabiendo que hay un Dios amoroso que nos oye. Pero también debemos deleitarnos después de orar, pues el mismo Dios a quien hemos orado contestará nuestras plegarias.

«Deléitate asimismo en Jehová,
Y él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37.4).

Deleitémonos al leer las Escrituras. ¡Qué hermoso es saber que nuestro Dios nos ha dejado un manual de instrucciones para orientar, aconsejar y dirigir nuestras vidas por el camino que Él diseñó para nosotros! No estamos desprovistos del cuidado divino. Todo lo que necesitamos saber para vivir en este siglo presente y para vivir para Dios se encuentra en el Libro Sagrado: La Santa Biblia.

«Bienaventurado el hombre que teme a Jehová,
Y en sus mandamientos se deleita en gran manera.
Su descendencia será poderosa en la tierra;
La generación de los rectos será bendita.
Bienes y riquezas hay en su casa,
Y su justicia permanece para siempre» (Salmo 112.1-3).

Deleitémonos cuando estamos en la iglesia, durante el culto congregacional que Le rendimos a Dios. «Mi pie ha estado en rectitud; en las congregaciones bendeciré a Jehová» (Sal. 26.12). ¡Qué bueno es saber que no estamos solos en este mundo, ni que somos los únicos en servir a Dios! El Señor tiene pueblo numeroso que Le teme y Le sigue. ¡Somos parte de ese pueblo! Pertenecemos a Su familia. Somos los hermanos de Cristo (Mt. 12.50; 25.40; 28.10), hijos también de Su Padre, de nuestro Padre Celestial (Jn. 20.17), y hermanos los unos de los otros (Mt. 23.8; Lc. 22.32).

Es de sumo gozo pertenecer a una familia gigante. Es grato saber que la iglesia local con la que nos congregamos comparte los mismos logros, las mismas luchas, sufrimientos y victorias (Gá. 6.2, 10; 1P. 5.9).

Y si seguimos elaborando, la lista sería exhaustiva. Tenemos que deleitarnos en todo, en lo que somos y en lo que hacemos. Aun en las cosas de carácter secular, como, por ejemplo, el trabajo o el empleo que tenemos. Pese a lo incómodo o tedioso que resulte ser, es el medio que Dios nos suplió para que podamos proveernos de las cosas que necesitamos. De paso, debe añadirse que del fruto de ese trabajo —el dinero— es del que Le ofrendamos a Dios. Así que, en vez de quejarnos, deleitémonos de que Él nos suplió un medio mediante el cual, no solo podemos suplir nuestras necesidades, pero también podemos adorarle, y esto, haciendo uso del dinero.

Cuando uno se deleita en Él, uno no se queja de las circunstancias adversas porque sabe «que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien (…)» (Ro. 8.28a). Tampoco se queja de lo que no tiene. Esta fue la falla o la debilidad de Eva (y Adán). Teniendo tantos árboles para comer —incluso el árbol de la vida— lamentaba que Dios le hubiese prohibido uno solo. No tomó en cuenta todos los demás árboles que Él les había concedido, y los animales, y toda la tierra. Por una sola simple cosa, y una insatisfacción y una queja, las consecuencias fueron desastrosas para ellos, y para toda la humanidad.

Y así hacemos nosotros también, en ocasiones fijamos la atención en lo poco que no tenemos o que nos falta, y solo por ese poco menospreciamos lo mucho que Dios nos ha dado y ha hecho por nosotros.

Tenemos que aprender a estar contentos con lo que tenemos.

«Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento;
porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto»
(1Ti. 6.6-8).

«Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré» (He. 13.5).

«Todos los días del afligido son difíciles; 
Mas el de corazón contento tiene un banquete continuo» (Pr. 15.15).

«De sus caminos será hastiado el necio de corazón; 
Pero el hombre de bien estará contento del suyo» (Pr. 14.14).

«No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad» (Fil. 4.11-12).

Cuando aprendamos esto, nos deleitaremos en Dios, y podremos decir como el apóstol Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil 4.13).

El gozo, la paz, el amor que Dios ha depositado en nuestros corazones, el don de Su Hijo y del Espíritu Santo, son demasiadas bendiciones como para que nos quejemos de cosas insignificantes o de segunda categoría. No hagamos como hicieron los hebreos en el desierto, que vivieron los cuarenta años de su peregrinaje quejándose. Con nada estaban conformes. Dicho sea de paso, el viaje iba a ser de tres días (Ex. 5.3), pero, por causa de murmuración, se convirtió en cuarenta años (Nm. 14.33), y miles perecieron en el desierto, y no entraron en el reposo de Dios (He. 3.17-18).

¿Cuánto tiempo hace que no tenemos paz en el corazón, y nuestro espíritu no reposa en el Señor? ¿Cuánto tiempo llevamos caminando y vagando en el desierto de la insatisfacción; dando vueltas en el mismo círculo o nivel de vida espiritual?

Nosotros encontraremos paz y reposo espiritual cuando aprendamos a deleitarnos en Él y con Él. Cuando aprendamos a deleitarnos en Dios, nuestros deseos serán cumplidos. Él los realizará por nosotros.

«Porque entonces te deleitarás en el Omnipotente,
Y alzarás a Dios tu rostro.
Orarás a él, y él te oirá;
Y tú pagarás tus votos.
Determinarás asimismo una cosa, y te será firme,
Y sobre tus caminos resplandecerá luz».

(Job 22. 26-28)

[Este artículo es una porción extraída del Libro electrónico (eBook): Dios Cumplirá Tu Deseo.]

marzo 22, 2022 Posted by | Reflexiones Bíblicas | , , , , , | Deja un comentario

¡El nombre original de Eva era… Adán!

Aunque a primera instancia esta declaración pudiera sonar chocante, pues, estamos a costumbrados a reconocer a la mujer de Adán por el nombre de Eva, podemos encontrar en la Biblia que este no era su nombre original. Ella tuvo tres nombres: dos puestos por Adán y uno que Dios le puso. Eva es el nombre que Adán le puso cuando ella se convirtió en madre. Esto lo podemos ver en Génesis 3.20:

«Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes».

evaPero el primer nombre que él le había puesto era Varona. Esto lo encontramos en el capítulo dos y en el verso veintitrés del mismo libro:

«Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada». 

¿Por qué Varona?

Para entender el porqué Adán le llamó Varona a su mujer, tenemos que retroceder un poco al origen de la Creación y averiguar cuál fue el nombre que Dios le había puesto a Eva —y porqué— ya que de ahí depende su explicación.

Entonces, ¿cuál fue el nombre que Dios le había puesto originalmente a Eva? Pues, sencillamente… Adán. Génesis 5.2 dice:

«Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados».
—Dios les puso el mismo nombre a ambos: Adán.

¿Y por qué puso Dios a la mujer el mismo nombre que el del hombre? La razón es obvia: Dios la había creado de la costilla de Adán, por tanto, los dos eran una sola carne. Aparentemente la mujer sería una extensión del hombre; véase lo que dice Génesis 1:27-28:

«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra». 

Y tal parece que Adán lo había entendido, pues vea como él se expresa en Genesis 2:23-24:

«Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne».

Fue Adán quien le cambió el nombre a la mujer —de Adán a Varona— después que Dios la creó y se la trajo. De la misma manera que Dios le había permitido a Adán ponerles nombres a los animales, también le permitió ponerle —o cambiarle el— nombre a su mujer. Fue entonces que Adán le cambió el nombre a su esposa por Varona. Y la razón también es obvia: Adán, no obstante reconocer que su mujer había sido extraída (o creada) de su cuerpo (los dos eran una sola carne), supo entender la diferencia de género y la quiso establecer. Esto es: quería diferenciar entre el Adán macho y el Adán hembra; de ahí el término Varona, pues, como él mismo dijo: «porque del varón fue tomada».

Él había comprendido que Dios había hecho y establecido una diferencia entre el hombre y la mujer. Y esta diferencia él la pudo percibir, distinguir y establecer dese el mismo momento en el que Dios le trajo a su mujer —pese el nombre que originalmente Dios había puesto a su esposa. Más adelante, luego de haber comenzado a procrear y a multiplicarse, Adán le cambió el nombre de Varona a Eva, como pudimos ver en Génesis 3:20.

Un dato interesante que aparece en este versículo es que el comentario acerca del cambio del segundo nombre que Adán hizo a su mujer, se encuentra después de haberse mencionado la caída de ambos, cuando todavía la mujer no había parido. Es decir, el escritor de Génesis adelantó lo del nuevo nombre que Adán le iría a poner a Eva una vez que ella diera a luz, pues, en el verso veinticuatro leemos que Dios había echado a ambos fuera del huerto, y es en el capítulo cuatro en donde se narra que Adán tuvo relaciones sexuales con su mujer, y esta dio a luz.

mayo 31, 2021 Posted by | Misceláneas | 1 comentario

La Humildad, El Temor de Dios y La Obediencia.

Reflexión Bíblica.

HumildadI. La humildad es la actitud que Dios más honra; y es la que lo conmueve: “pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu”, y lo mueve a obrar a favor del justo: «Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde» (Is. 66.2b; Salmos 138.6a). Aun la obediencia está arraigada en la humildad, ya que ningún desobediente puede ser humilde, pues se requiere de humildad para cumplir con lo que Dios nos demanda. No obstante, debe admitirse que el humilde puede llegar a desobedecer, pero ocasionalmente, y no por costumbre. Como dice la Escritura: «Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque» (Ec. 7.20).

¿Qué es la humildad?

Los diferentes diccionarios la definen como:

  • Condición de la persona que actúa sin orgullo, sin presumir de sus méritos y reconociendo sus defectos o sus errores. Reconocimiento de la propia limitación. —Farlex

  • Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. Sumisión, rendimiento. —RAE

  • Se aplica a la persona que tiene la capacidad de restar importancia a los propios logros y virtudes y de reconocer sus defectos y errores. —Wikipedia

Como puede verse, todas las definiciones coinciden en el hecho de que la persona que es humilde sabe o ha aprendido a reconocer sus defectos, errores, debilidades y limitaciones; tampoco presume en sus logros ni en sus virtudes. El significado bíblico de humildad es el mismo del de los diccionarios, pero con la adición de la entrega y sumisión total a Dios —a Su voluntad y a todo lo establecido por Él.

La humildad se aprende; Jesús dijo: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11.29). Humanamente no podemos ser humildes al grado que Dios nos lo exige, como tampoco podemos ser humildes de la noche a la mañana, pues, la humildad es fruto del Espíritu (véase Ef. 4.2 y Col. 3.12), y como tal, es a la medida que nos rindamos a Él en la que Dios producirá Su fruto en nosotros. Rendirse al dominio de Dios en nuestras vidas es el equivalente a andar en el Espíritu. Andar en el Espíritu, además de ser un mandamiento, es una decisión que deberemos tomar. Podemos elegir caminar a nuestro «antojo» (hacer lo que nos dé la gana, satisfacer los deseos de la carne: andar en la carne) o podemos decidir agradar a Dios, lo cual también equivale a andar en el Espíritu.

Tenemos la libertad para elegir cómo queremos andar; y la decisión que tomemos —sea cual sea— vendrá acompañada de sus respectivas consecuencias (malas o buenas), que podrían repercutir para el resto de nuestras vidas —y en la eternidad.

Si queremos tener a Dios de nuestro lado, tendremos que aprender a ser humildes: «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el (…) humilde de espíritu (…)» (Isaías 57.15).

La humildad es indispensable para servir a Dios (Hch. 20.19a), para poder estimar a los demás y aprender a apreciar sus virtudes (Fil. 2.3), y para aprender a sujetarse y a estar sumisos a nuestros superiores y a nuestros semejantes (1P. 5.5).

II. Otra virtud que está fuertemente ligada a la humildad es el temor de Dios. Esto lo menciona Isaías cuando, después de haber dicho que Dios mira al humilde, añade: «y que tiembla a mi palabra» (Is. 66.2b). El temor de Dios consiste en aborrecer todo aquello que no le agrada a Dios, obviamente: el pecado. Por ende (y lógicamente) comprende el respeto y la reverencia que tengamos a Él y a Su Palabra —a todo lo que Dios es, y a lo que Él dice y hace. Es un elemento clave en el proceso de nuestra santificación: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Co. 7.1).

Debemos evitar confundir el temor de Dios con el temor a Dios (o tener miedo de Él o tener miedo a Él). Como ya se ha discutido, el temor de Dios estriba en aborrecer todo aquello que le desagrada a Dios, mientras que el temor a Dios radica en evitar pecar por miedo al castigo que la práctica del pecado conlleva en sí misma.

Debemos tener en cuenta que a veces las Escrituras usa la expresión «temed a Jehová» (véase Jos. 24.14; 1S. 12.24; Sal. 34.9; 1P. 2.17) para también referirse al temor de Dios, pero no en el sentido de tenerle miedo. El cristiano debe también temer a Dios, pero solo en el sentido de saber que Él es capaz de hacer todo lo que Él dice que puede hacer, y no en relación a ser castigado. En cuanto a lo primero Jesús dijo: «Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed» (Lc. 12.5; véase también Mt. 10.28). Y en relación a lo segundo podemos decir que el cristiano le sirve a Dios basado en el amor que tiene por Él y no por miedo para evitar que Dios lo castigue. Esto es lo que dice 1 Juan 4.18: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor».

En palabras más simples, cuando hemos aprendido a amar a Dios (esto es lo que el perfecto amor significa: un amor que ha crecido y ha madurado) tenemos la confianza de que, en el día del juicio (o el día de dar cuentas a Él), no seremos castigados, pues, en el verdadero amor (amor que Le hemos profesado; amor de hechos y no de palabras) no existe el temor, ya que el temor (servir a Dios por miedo) lleva en sí castigo, pues, como dice Apocalipsis 21.8: «los cobardes (…) tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda».

De esta confianza nos habla Juan: «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo» (1Jn. 4.17). Esta confianza se basa en el cumplimiento de Sus mandamientos. Por eso el verso dice «pues como él es, así somos nosotros en este mundo». ¿Cómo es Cristo? La Biblia dice que el Señor, mientras estuvo en la tierra, «fue obediente hasta la muerte» (Fil. 2.8). Él hacía todo lo que agradaba al Padre, y Su obediencia era la garantía de que el Padre contestaría todas Sus oraciones: «(…) yo hago siempre lo que le agrada (…)»; «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes (…)» (Jn. 8.29; 11.41-42).

Si en verdad amamos a Dios no tenemos miedo, pues, cuando amamos a Dios nos place guardar Sus mandamientos, y esto nos asegura reciprocidad de parte de Él, de que Dios también nos ama y se complace en nosotros. Por lo tanto, es imposible que Él quiera castigarnos. Es eso precisamente lo que Él quiere: que le amemos. Jesús dijo: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Jn. 14.21).

El amor no hace daño, de manera que, si Dios nos ama, es imposible que Él nos vaya a castigar. Esto es en relación al castigo en el día del juicio, ya que la Biblia también nos habla de otro castigo, de aquel que Dios puede aplicar a Sus hijos cuando quiere corregir algún acto o alguna conducta de desobediencia. La Escritura le llama disciplina: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (He. 12.6).

Temor es lo que sentimos cuando hemos hecho algo que sabemos que debe ser castigado. Pero en el amor que tenemos por Dios no existe amenaza de castigo; por ende, en el amor no hay temor. Perfeccionamos el amor cuando pasamos de palabras a hechos; es decir, cuando cumplimos los mandamientos de Dios: cuando obedecemos. Esto toma tiempo: es progresivo. Por eso la Biblia emplea la palabra «perfecto», que significa: completo o maduro. Por ende, no implica que nunca fallemos.

El temor de Dios es el secreto de la humildad, y la humildad es la base del temor de Dios.

III. La obediencia es el resultado —o producto— final de la humildad y del temor de Dios. La persona que ha aprendido a ser humilde y ha aprendido el temor de Dios, también habrá aprendido a obedecer. La obediencia no será una carga para quienes aman al Señor. Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, (…) porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mt. 11. 29-30). A esto 1 de Juan 5.3 añade: «Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos».

Para Dios la obediencia tiene un valor más alto y más sublime que cualquier cosa que queramos hacer por Él o que podamos sacrificar a Él. Y su ausencia es el equivalente a la hechicería (adivinación) y a la idolatría: «Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación» (1S. 15.22b-23a). Es decir, cuando hemos hecho de la desobediencia una costumbre —o estilo de vida— no somos mejores que los hechiceros e idolatras, no obstante ser cristianos. Por supuesto que podemos fallar a Dios (todavía tenemos cuerpos pecaminosos y morrales), pero no por costumbre.

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noviembre 12, 2020 Posted by | Reflexiones Bíblicas | , , | 3 comentarios

EL COVID-19 Y EL CRISTIANO.

Si eres cristiano y no has sido contagiado con el coronavirus, no es a causa de tu fees por la misericordia De Dios. Pues hay muchos que no son cristianos, y que no creen en Dios ni tienen fe en Él, y tampoco han sido contagiados.

Si eres cristiano y fuiste infectado por el coronavirus, pero te recuperaste, no asumas ni digas que fue por tu fefue por la misericordia de Dios. Pues muchos que no son cristianos tuvieron coronavirus, y también se recuperaron.

“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”. (Lm. 3.22-23).

El hecho de que NO LE TENGAS MIEDO AL CORONAVIRUS no significa que no vas a enfermar o que si ya has enfermado sanarás: es por la misericordia de Dios. Hubo un pastor que dijo que Dios es más grande que el coronavirus (y ciertamente Lo es), y que no le temía al virus, y murió: el Covid-19 lo mató —a pesar de la fe que profesaba. Así como también han fallecido otros ministros quienes seguramente confiaban en que su fe los iría a sanar, sin embargo, fueron víctimas del Covid-19. Cada vez que oigo a cristianos decir que NO LE TIENEN MIEDO AL COVID-19 me pregunto si es fe o si es orgullo lo que ellos tienen. Pues el cristiano no debe andar presumiendo la fe que dice tener; suficiente es con tenerla: “¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante De Dios” (Ro. 14.22a).

El tener fe en Dios (o no tenerle miedo al Covid-19) NO GARANTIZA que no vayamos a enfermar o que Él nos vaya a sanar si hemos enfermado. Dios es Soberano, y Su Soberanía va por encima de cualquier grado de fe que tengamos en Él. Y esto no contradice lo que Él dice en Su Palabra acerca de la fe, sino que la decisión final (porqué Dios permite que unos enfermen y otros no; o porqué unos mueren y otros no) pertenece a Él. Dios sabe: “Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Ro. 11.34); y Él decide: “y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Ex. 33.19b). Dios hace como Él quiere; Él el Soberano: “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmos 135.6). Debemos aceptar Su Soberanía y someternos a Él pese las consecuencias. Esto es humildad.

Sí es cierto que la fe produce milagros, pero Dios también puede usar la enfermedad para humillarnos y acercarnos a Él, y hasta para llevarnos a Su Presencia —en caso de que nuestro tiempo aquí en la tierra se haya cumplido. Tal vez eso fue lo que le pasó a Eliseo, quien, después de haber tenido tanta fe, y de haber hecho tantos milagros, murió a causa de una enfermedad (2R 13.14).

La fe es importante para mantenernos firmes en Dios, y para que Él haga milagros. Pero es la humildad la que Lo mueve a obrar a favor del justo: “pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”; “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde” (Is. 66.2b; Salmos 138.6a).

¿Acaso no dice la Escritura que: “Si se humillare mi pueblo (…) yo (…) sanaré (…)” (2Cró. 7.14)? La Biblia no dice: “Si mi pueblo tuviera fe yo sanaré”.

En vez de andar presumiendo que no le tememos al Covid-19, mejor aprendamos a ser humildes. Aprendamos de Jesús, que dijo: “(…) aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; (…)” (Mt. 11.29). Atendamos a lo que dice Isaías 57.15: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”

No es correcto presumir la fe, ya que todo lo que tenemos —incluso la fe— proviene de Dios: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2P 1.3b).

Si vamos a “presumir” o a alabarnos en algo sería en lo que dice Jeremías 9.23-24: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.”

¡Sean todos bendecidos!

mayo 9, 2020 Posted by | Reflexiones Bíblicas | , , , , , , , | 8 comentarios

El Llamado Al Altar…

¿debe hacerse después del sermón?

En casi todas las iglesias cristianas es popular que después de haberse expuesto el sermón el predicador extienda un llamado en respuesta al tema en discusión. Esta práctica es moderna, es decir, no data de tiempos bíblicos. Según los registros históricos, predicadores como Charles Finney (August 29, 1792 – August 16, 1875), Dwight Moody (1837-1899) y Billy Sunday (1862-1935), entre otros, lo practicaban.

No obstante, Jesús ni los apóstoles hicieron un llamado al altar. De Jesucristo la Biblia dice: «Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él» (Jn. 8.30). La gente creía simplemente al oír Su Palabra, sin necesidad de un llamado público. Otras veces creían a través de los milagros que Él hacía: «Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía» (Jn. 2.23). Otros creían por el testimonio que otras personas daban de Él, como fue el caso de la mujer samaritana: «Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho» (Jn. 4.39).

Y de Pedro, dice la Escritura que después de su discurso en el pórtico de Salomón: «(…) muchos de los que habían oído la palabra, creyeron» (Hch. 4.4). El libro de los Hechos también narra cómo, mientras aún Pedro predicaba en casa de Cornelio, «el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso» (10.44). Fíjese cómo no hubo necesidad ni siquiera de terminar el sermón, mucho menos de hacer un llamado.

Nótese que en ninguno de los casos mencionados —el de Jesús y el de Pedro— se hizo un llamado para confesar públicamente la fe.

Así como la Biblia no registra que Jesús ni los discípulos hayan hecho un llamado para confesar públicamente la fe, tampoco registra que Jesús ni ninguno de los discípulos hayan extendido un llamado a los ya creyentes practicantes para que confesaran sus pecados o sus crisis espirituales públicamente. El problema de este tipo de llamado al altar es que el predicador está asumiendo el papel que solo le corresponde a Dios, ya que al invitar a las personas a levantar las manos y/o pasar al frente, está obligándolas a revelar o hacer público su condición espiritual —algo que solamente le corresponde a Dios conocer. Es parecido a entrar en el confesionario (como es costumbre de la iglesia católica romana) y la persona declararle al sacerdote lo que ha hecho mal. Algunas confesiones han de hacerse públicas (como cuando alguien ha hecho daño a la iglesia en general), pero, generalmente, nuestras confesiones han de hacerse ante Dios, y en privado.

Para gente no creyente el llamado puede servir como directriz, ya que muchos no saben cuál es el próximo paso a seguir luego de haber escuchado un sermón que los haya compungido. Algo semejante sucedió durante la prédica de Juan el Bautista. La Escritura dice que: «Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos?» A lo que Juan respondió con las instrucciones apropiadas para cada caso (Lc. 3.10-14). O como en el caso de Pablo y Silas, cuando estaban en la cárcel, y el carcelero, después de haberse dado cuenta de cómo Dios los libertó de las cadenas, preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?» (Hch. 16.30).

Empero hacer un llamado al altar para invitar a los cristianos a levantar sus manos y/o a pasar al altar con la intención de ajustar cuentas con Dios no es apropiado. Ningún predicador tiene el derecho de escudriñar PÚBLICAMENTE —a través del llamado— el corazón de las personas a quienes les predica su mensaje. Es la Palabra la que «discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He. 4.12), y es el oyente el que debe tomar la decisión de alinear su corazón con el mensaje de la Palabra, y esto es un asunto privado entre él y Dios.

Lamentablemente el llamado al altar se presta para satisfacer el ego y el orgullo de muchos predicadores, ya que sirve (y también es usado) para medir el grado de impacto que haya causado el mensaje. A ningún predicador le compete conocer los resultados posteriores de su prédica; solo somos sembradores de la semilla de la Palabra de Dios, y solamente Él es Quien la hace germinar en los corazones, para vida eterna.

De hacerse un llamado al altar debería de ser en forma general. Esto es, el predicador debería de decir que él va a hacer una oración por aquellas personas que se han identificado con el contenido de la prédica, y, sin urgirles a levantar las manos o a pasar al altar, proceder a interceder por ellas.

En lo personal yo no acostumbro a responder a ningún llamado al altar. Y no lo hago como un acto de arrogancia de mi parte, sino que creo que mis decisiones han de ser evaluadas por Dios solamente, ya que es a Él a Quien tengo que rendir cuentas.

Sean todos bendecidos. Amén.

enero 14, 2020 Posted by | Misceláneas | , , , | 1 comentario

¿Es la historia del rico y Lázaro una parábola o un suceso verídico?

Abraham y Lázaro4¿Cómo podemos saber si la historia del rico y Lázaro es una parábola o fue un suceso real? —Lucas 16.19-31

Muy simple. Cada vez que Jesús narraba una parábola, había dos formas de saberlo.

1. El escritor del evangelio lo hacía notorio con las palabras: «Les refirió otra parábola (…).»

2. Jesús mismo lo hacía saber con la expresión: «El reino de los cielos es semejante a (…).» (Mt. 13.24, entre otras citas).

En cambio, en la historia del rico y Lázaro, Jesús comienza la narración con las palabras: «Había un hombre rico (…); Había también un mendigo llamado Lázaro (…).» (Lc. 16.19-20).

Si Jesús dijo que “había (…)», y no especificó que se trataba de una parábola (a diferencia de todas las otras veces que Él lo había hecho), entonces realmente hubo lo que Jesús dijo que había. Además, los detalles que están entretejidos en esta narración son muy gráficos, y también están en armonía con el resto de lo que la Biblia enseña en relación a la muerte, el alma, la conciencia, el paraíso y el infierno.

En cuanto a algunos de esos detalles:

1. Jesús mencionó cuatro nombres (vrss. 20, 22, 29), dos de los cuales son muy populares:

Abraham, cuyo nombre aparece en la lista de los héroes de la fe del libro de Hebreos (11.8-12), y como el padre de la fe en la epístola a los Gálatas (3.6-9, 14-18). Jesús no hubiera usado el nombre de Abraham para contarnos una historia ficticia, y mucho menos tratándose de un hombre tan respetado por los judíos: «¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?» (Jn. 8.53a).

Moisés, otro hombre sumamente respetado por los judíos. He aquí algunos pasajes bíblicos en los que se demuestra el respeto y la veneración que ellos sentían y expresaban por Moisés:

«(…) pero nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés (…)» (Jn. 9.28-29).

«Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios» (Hch. 6.11).

«pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés» (Hch. 6.14).

No hay necesidad de hablar acerca de él; basta con saber que Moisés fue el hombre que Dios escogió para sacar al pueblo hebreo de Egipto y a quien Él le entregó la Ley (Ex. 3.10; 24.12; Jn. 1.17; 7.19). De no haberse tratado de una historia verdadera, Jesús no hubiese mencionado su nombre.

Los profetas. Y, aunque no se menciona ninguno de sus nombres en específico o en particular, Jesús no los incluiría en una historia ficticia. Los siguientes versículos demuestran el respeto que el pueblo judío sentía y expresaba por los Profetas:

«No penséis que he venido para abrogar la ley [Moisés] o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir» (Mt. 5.17).

«porque esto es la ley y los profetas» (Mt. 7.12).

«De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mt. 22.40).

«¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?» (Jn. 8.53).

«Vosotros sois los hijos de los profetas» (Hch. 3.25).

«Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad» (Hch. 13.15).

Lázaro. Jesús no inventaría un nombre ficticio para ligarlo a tres nombres tan respetados por los judíos como lo son Abraham, Moisés y los Profetas. Esto le hubiera restado importancia a la trascendencia del liderazgo que estos hombres de Dios habían tenido.

2. Acerca del mendigo Lázaro, Jesús menciona que, después de haber muerto, fue llevado por los ángeles al seno de Abraham (vrs. 22). Esto implica que, antes del Señor haber muerto y haber resucitado, había un lugar, en el centro de la tierra, en dónde las almas de los justos que habían muerto iban a morar, y Abraham era el encargado de consolarlos. ¿Consolarlos de qué? De que vendría un Redentor que los sacaría de ese lúgubre lugar (Job 19.25-27) y los llevaría a un lugar de luz (Jn. 14.2-3).

Precisamente era a este sitio —al seno de Abraham— a donde Jesús prometió que llevaría al ladrón arrepentido (el que estaba en una cruz junto a Él, Lc. 23.40-43) cuando éste muriera. Cuando Jesús dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso», se estaba refiriendo al lugar de descanso para los espíritus de los justos ubicado en el centro de la tierra, al cual el Señor llamó: el seno de Abraham. Recordemos que Jesús no ascendió al cielo inmediatamente después de Su muerte, sino que pasó tres días y tres noches en el centro de la tierra (Mt. 12.40; compárese con Sal. 16.10; Hch. 2.25-31). Así que, al haberle dicho a ese ladrón que estaría con Él en ese mismo día (hoy) en el paraíso, se estaba refiriendo al centro de la tierra, en donde también se encontraban Abraham (y Lázaro) y todos los justos que murieron durante la época del Antiguo Testamento.

[NOTA: Antes del Señor resucitar, trasladó el paraíso (el seno de Abraham) al cielo. «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad [las almas de los justos que estaban «prisioneras» en el centro de la tierra], y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4.8-10)]

3. El rico, después de haber sido sepultado, abrió sus ojos en el Hades (vrs. 23) —estando en tormentos. Esto nos habla de la existencia después de la muerte (Mt. 10.28). El cuerpo de quien muere alejado de Dios es sepultado (como todos los demás), pero su alma entra en la eternidad —una eternidad de tormentos.

4. El rico reconoció a Abraham y a Lázaro, pero, no obstante encontrase en el mismo lugar (el centro de la tierra), se hallaba en un área que estaba separada —por una gran sima— del área en donde estaban Abraham y Lázaro. Él estaba en el mismo sitio donde se encontraban las almas de todas las personas que murieron alejadas de Dios durante la época veterotestamentaria; los mismos espíritus a los que Cristo les fue a predicar mientras Él estuvo en el centro de la tierra (véase 1Pedro 3.19-20).

El hecho de que el rico haya recordado quienes eran Abraham y Lázaro demuestra que la memoria y la conciencia no dejan de existir después de la muerte. El cerebro NO ES la mente del ser humano, solamente es el órgano físico mediante el cual la mente del espíritu puede fabricar sus pensamientos y puede, también, expresarlos (usando la boca). La Biblia dice que Dios tiene mente (Ro. 11.34; 1Co. 2.16), pero que Él es Espíritu (Jn. 4.24); y un espíritu no tiene cuerpo (Lc. 24.39). Así que, en esta narración podemos ver a un hombre impío que murió y que fue sepultado, y que despertó —en su espíritu— solo para darse cuenta que estaba en el infierno, pudiendo aún recordar su pasado y el estilo de vida que llevó mientras estaba vivo en la tierra.

5. De la misma manera en la que un espíritu puede pensar (tiene mente) sin tener cerebro, también puede hablar sin tener la boca que tenía cuando tenía su cuerpo. La narración dice que el rico daba voces pidiendo a Abraham que tuviera misericordia de él (vrs. 24). Las palabras son pensamientos expresados a través de sonidos fonéticos producidos por la lengua a los cuales llamamos idiomas, lenguajes o dialectos. El cuerpo —y todo lo que podamos hacer a través de él— es solo el medio físico y visible que el espíritu usa para expresarse (mediante diferentes maneras) en esta vida.

6. Además del tormento mental (los recuerdos de la vida antes de llegar al infierno), el tormento es también físico. ¿Físico? ¿Acaso no habíamos establecido que un espíritu no tiene cuerpo? ¿Cómo, pues, puede un espíritu sufrir tormento físico? Jesús dijo que en el infierno «el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Mr. 9.44).

El espíritu no conoce leyes de la física; estas son para el cuerpo. Así como existe el fuego material, existe también el fuego que puede atormentar al espíritu. El mismo Dios que ha permitido la combustión, puede también crear un fuego que atormente al espíritu del ser humano, o pudo haber creado el espíritu humano sensible al fuego pese a no estar habitando más en el cuerpo. Si el descanso existe para el espíritu (en el paraíso), también existe el tormento —con recuerdos y fuego, y en el Hades— para los espíritus de los seres que no quisieron a Dios como Salvador.

La narración dice que el rico le suplicaba a Abraham que enviara a Lázaro para que mojara la punta de su dedo en agua, y refrescara su lengua; porque estaba siendo atormentado en una llama (vrs. 24). ¿Lengua; puede un espíritu tener lengua? 1Pedro 3.18-20 dice que Cristo, en espíritu (mientras Su cuerpo estaba en el sepulcro) fue (al centro de la tierra) a predicar a los espíritus de las personas que habían vivido durante la época del A.T. (el tiempo de Noé). Si el Señor (sin Su cuerpo) les predicó a tales espíritus, entonces tenía «una lengua», pero una lengua «espiritual». El espíritu no necesita del cuerpo para poder expresarse a no ser que sea en esta tierra. El espíritu puede hablar sin el cuerpo; el cuerpo es solo necesario en la tierra.

Dice el capítulo seis del libro de Apocalipsis que cuando el Cordero abrió el quinto sello, Juan vio bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían; es decir, las almas de las personas que el Anticristo asesinó por ellas haberse negado a adorarle. El pasaje continúa diciendo que éstas clamaban a Dios pidiendo que Él vengase sus muertes. Y cuenta la Escritura que se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos (vrss. 9-11).

En este relato podemos observar que:

○ Juan vio almas de seres que ya habían muerto

○ estas almas clamaban y pedían

○ se les dieron vestiduras blancas

○ se les dijo (entonces también oían)

○ que descansasen (sentían el reposo que recibían de parte de  Dios en ese lugar de descanso)

Podemos, pues, apreciar en esta narración que los espíritus pueden ver, oír, hablar, recordar y sentir. Tomemos en cuenta que el ser humano es tripartito; tiene espíritu, alma y cuerpo. El espíritu es el que está consciente de Dios, el alma es la que está consciente de uno mismo, y el cuerpo es el que está consciente —a través de los cinco sentidos— del hábitat en el que vivimos mientras existimos en esta tierra. El espíritu y el alma son inseparables, pues el espíritu es la (o el que le da) vida al alma.

La historia del rico y Lázaro está plagada de muchas enseñanzas bíblicas paralelas de gran trascendencia. Es, por ende, imposible creer que simplemente se trata de una parábola. Es importante notar que en ninguna de las parábolas Jesús mencionó nombres propios —por más relevante que haya sido la moraleja del relato. No obstante, en esta historia el Señor mencionó los nombres de tres personajes, dos de los cuales la Biblia nos revela toda la historia de sus vidas e incluso sus líneas genealógicas —Abraham y Moisés. De modo que podemos concluir aceptando que la narración que Jesús hizo del rico y Lázaro es un hecho histórico y no una parábola —mucho menos una fábula o cuento de ficción.

diciembre 6, 2018 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | , , , , , | 4 comentarios

¿Fue realmente Samuel quien —después de haber muerto— se le apareció a Saúl? —Parte 2

—1 Samuel capítulo 28.

I. El hecho de que este «personaje» predijera el futuro de Saúl y de su familia, no significa que era el profeta Samuel. De la misma manera que Dios envió a estos espíritus, y les permitió difundir información falsa para engañar a los enemigos de Israel, Él también pudo haber enviado el mismo espíritu que atormentaba a Saúl, pero, esta vez, con la información de lo que sería su destino (el de Saúl) con el fin de Dios cumplir Su propósito: quitar a Saúl de en medio.

Quizás Dios hizo lo mismo que había hecho cuando quiso acabar con Acab (1R. 22.19-23): preguntó al ejército de los cielos por alguno que estuviera dispuesto a aparecérsele a Saúl (por medio de la adivina de Endor), personificándose como Samuel, y decirle lo que le acontecería próximamente. Si este es el patrón que Dios usa cada vez que quiere deshacerse de Sus enemigos, entonces —y en forma de simulacro— lo que Dios hizo con Acab sería algo así como:

19 Entonces él dijo: Oye, pues, palabra de Jehová: Yo vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. 
20 Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Saúl [Acab], para que suba y caiga en el Monte de Gilboa [Ramot de Galaad]? Y uno decía de una manera, y otro decía de otra.
21 Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera? 
22 Él dijo: Yo saldré, y me le apareceré a la adivina que él salió a consultar en Endor, personificándome como Samuel, diciéndole que morirá próximamente [y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas]. Y él dijo: te le aparecerás a la adivina de Endor, y, haciéndote pasar por Samuel, engañaras a Saúl [Le inducirás, y aun lo conseguirás]; ve, pues, y hazlo así. 
23 Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de la adivina de Endor [todos tus profetas], y Jehová ha decretado el mal acerca Saúl [de ti] (1R. 22.19-23).

Si Dios usó con Saúl el mismo método que empleó con Acab, en verdad no lo sabemos; lo cierto es que el espíritu que le apareció a la adivina de Endor no era Samuel, sino un demonio.

II. Otro dato interesante que revela que este espíritu o personaje no era Samuel, es lo que Saúl le solicitó a la adivina que hiciera, y lo que esta vio. Los versos ocho y once dicen que Saúl le pidió a esta mujer que hiciera subir a Samuel de entre los muertos. Leámoslos textualmente:

8 Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere.

11 La mujer entonces dijo: ¿A quién te haré venir? Y él respondió: Hazme venir a Samuel.

Tomemos en cuenta que, de acuerdo con la Escritura:

  1. Nadie tiene poder para escoger a quien traer de la muerte. En la historia que Jesús narró de Lázaro y el hombre rico, este último le suplicaba a Abraham (el encargado de consolar a los justos que iban, después de muertos, a lo que, en aquel entonces, constituía el paraíso) que enviara a Lázaro a la casa de su padre, por cuanto tenía cinco hermanos que él no quería que vinieran al mismo lugar de tormento en donde él estaba. Y, como podemos apreciar en el relato, su petición le fue negada (véase Lucas 16.27-31).

  2. Dios no permite que consultemos a los muertos; estos tampoco tienen poder para aparecer a la gente. Ningún espíritu tiene poder de salirse del lugar en donde está (Lc. 16.26-29). Por ende, cualquier aparición del espíritu de cualquier persona, es meramente la aparición de un demonio, ya que «el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Co. 11.14).

  3. Dios no contradeciría Su Palabra.

Por lo tanto —y por tanta evidencia bíblica— Saúl, simplemente, estaba siendo engañado por un demonio. Tómese en cuenta que Saúl no vio que era Samuel; la adivina era quien describía el personaje (vrss. 13-14). Y aun si Saúl hubiera visto a al tal personaje, debe deducirse que el demonio tendría la capacidad para también engañar a Saúl, haciéndole creer que él era Samuel. Considérese, además, lo que la mujer dice: «He visto dioses (plural) que suben de la tierra» (vrs. 13). El espíritu no estaba solo. ¿En dónde quedaron los que lo acompañaban? Seguramente que este demonio estaba siendo acortejado por otros demonios.

III. Lo que dijo el espíritu: «mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos» (vrs. 19).

En tiempos del Antiguo Testamento los espíritus de los muertos iban al centro de la tierra (Mt. 12.40; Hch. 2.27, 31; Sal. 49.15; Ro. 10.7; 1P. 3.18-20; Lc. 16. 22-23; 1P. 4.6; Ef. 4.8-10). En medio de ese lugar había una gran sima que separaba a los espíritus de los injustos de los espíritus de los justos (Lc. 16.26). Es decir, había un espacio en donde moraban los espíritus de los que murieron salvos (Lc. 16.22) y en el otro lado se encontraban los espíritus de los condenados (Lc. 16.23). El lado en donde moraban los espíritus de los salvos era lo que se conocía como paraíso, que fue el lugar que Jesús le prometió al ladrón arrepentido que lo llevaría (Lc.23.43), y el lado de los espíritus condenados era el Seol (Job 28.5). Aunque el sitio en general (ambos lugares) era conocido como el Seol, Cristo especificó que la parte en donde iban los justos, después de la muerte, era el paraíso (Lc. 23.43). Después que Cristo resucitó, Él se llevó los espíritus de los salvos al cielo (Jn. 14.1-3; Ef. 4.8-10); y, seguramente, el espacio que era de los justos ahora también forma parte de la habitación de los espíritus de los injustos: el infierno.

Samuel era justo, por lo tanto, después de haber muerto, su espíritu moraba en el seno de Abraham. Saúl era injusto. El espíritu que la adivina vio le había dicho a Saúl que él y sus hijos estarían con él, en el mismo lugar que este se encontraba, dentro de poco tiempo. Lo cierto es que Saúl, bajo las condiciones en la que él murió, no podía estar juntamente con Samuel. Primero porque vivió una vida de desobediencia y rebeldía. Segundo por cuanto fue desechado por Dios. Tercero por haber consultado a una adivina. Y cuarto porque terminó suicidándose.

Seguramente que cuando el espíritu le dijo a Saúl «y mañana estaréis conmigo», le hablaba en forma general, refiriéndose al lugar donde iban todos los espíritus de los muertos —el centro de la tierra— sin especificar el lugar a donde iría Saúl: el infierno (Lc. 16.23). Saúl no mostró señales de arrepentimiento, sino que hizo con su vida lo que quiso; decidió cómo y cuándo moriría.

En conclusión, el espíritu que se le apareció a la adivina de Endor no era Samuel, sino un demonio. Por haberse apartado de la verdad, Dios le envió un poder engañoso, para que, creyendo en la mentira, Saúl se perdiera y fuera condenado (2 Tes. 2.10-12).

(Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Versión de la Biblia de Reina Valera de 1960.)

enero 11, 2018 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | 9 comentarios

¿Fue realmente Samuel quien —después de haber muerto— se le apareció a Saúl? —Parte 1

—1 Samuel capítulo 28.

 Sin duda que, de todas las historias de la Biblia, una de las más tristes, infaustas y tétricas es la del descenso y muerte de Saúl. Es muy luctuoso que un hombre escogido por Dios haya tenido un final tan calamitoso y nefasto.

Cuenta la Biblia que Saúl, en los últimos días de su reinado (y de su vida), y en su desesperación por intentar prevalecer en el trono de Israel después de haber sido desechado por Dios como rey, al verse rodeado por los filisteos, y al darse cuenta de que, al consultar a Dios, Jehová ya no le respondía «ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (1S. 28.6), consultó a una adivina; algo que Dios le había prohibido al pueblo de Israel hacer, y que Él aborrecía (Lv. 20.6, 27; Dt. 18.10). Incluso, el mismo Saúl perseguía a las adivinas y las mataba (1S. 28.9).

Interesantemente (y aparentemente), esta mujer logró hacer que el espíritu de Samuel regresara de la muerte —o del lugar en donde estaba— y se le apareciera para responder a las interpelaciones de Saúl. Muchos exégetas y eruditos de la Biblia consideran este evento como un acto sobrenatural permitido por Dios. Lo cierto es que, si Dios hubiera permitido esto, Él estaría objetando las reglas que Él mismo había decretado.

Dice el relato bíblico que Saúl le pidió a esta adivina que hiciera venir a Samuel de entre los muertos (vrs. 11), y que, efectivamente, así sucedió (vrs. 12-14). Algunas frases que aparecen en esta narración, y que pueden servir como evidencia para demostrar que fue realmente Samuel quien se le apareció a la adivina, son:

  1. «Saúl entonces entendió que era Samuel (…)» (vrs. 14).

  2. «Y Samuel dijo a Saúl (…)» (vrs. 15).

  3. «Entonces Samuel dijo (…)» (vrs. 16).

  4. «Entonces Saúl (…) tuvo gran temor por las palabras de Samuel (…)» (vrs. 20).

  5. Lo que Samuel dijo en el versículo 19: «Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos.», se cumplió (léase el capítulo 31).

No obstante parecer que en verdad fue Samuel a quien esta adivina vio, debe tenerse en cuenta que, el hecho de que el escritor bíblico haya empleado estos términos, no significa que en realidad las cosas hayan sucedido como se escribieron, sino que el escritor está contando los hechos como ocurrieron desde la perspectiva de los protagonistas de esta historia. Dicho esto en otros términos equivalentes, el escritor del libro de Samuel está contando las cosas de la manera en la que acontecieron, y no significa que lo que Saúl estaba experimentando era lo que en verdad estaba acaeciendo (de que realmente era Samuel quien se le había aparecido), pues, de ser así, este acontecimiento estaría contradiciendo el resto del contexto bíblico en relación a la aparición o manifestación de los espíritus de los muertos.

Para descubrir si en verdad era Samuel quien había hecho acto de presencia, tenemos que analizar otras declaraciones que también están en esta historia, como también investigar lo que el resto de la Biblia dice en cuanto a los espíritus de los muertos. Inclusive dentro del pasaje en cuestión (cp. 28), podemos inferir que el espíritu que se le había aparecido a la adivina de Endor NO ERA Samuel. Veamos lo que podemos encontrar dentro de la exposición:

  1. Dios se había apartado de Saúl: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl» (1S. 16.14a).

  2. Saúl lo sabía: «(…) y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños (..)» (1S. 28.15).

  3. El espíritu (del «supuesto» Samuel) también lo reconocía: «Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo?» (vrs. 16).

  4. Dios no le respondió a Saúl ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas: «Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (vrs. 6). Esto también Saúl lo sabía (vrs. 15).

Entonces, si Dios no le hablaba a Saúl por medio de profetas vivos, ¿lo habría de hacer a través de un profeta muerto?

Entendamos que Saúl —para consultar a Samuel— había utilizado un medio que Dios aborrecía: la adivinación. Dios, contundentemente, había prohibido consultar a los muertos: «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?» (Is. 8.19). Y ya bien sabemos que incluso Saúl ejecutaba a los adivinos, cumpliendo, de esta manera, el mandato divino. Dios no usa medios inicuos, tampoco precisa de prácticas que Él mismo prohíbe, para revelarse a Su gente.

Siendo así, ¿quién, pues, era el espíritu, o el personaje, que le había aparecido a Saúl (o a la viuda de Endor)?

El hecho de que la Escritura dice que Saúl entendió que rea Samuel quien se había aparecido, no significa que en verdad lo era. Los versículos 5 y 15 dicen que Saúl tenía miedo, que estaba turbado y muy angustiado. Esta condición se prestaba para que Saúl se convirtiera en una víctima del engaño de Satanás. Por ende, en su confusión, Saúl pudo entender lo que a él le traería satisfacción propia. Y el que se hubiese cumplido lo que el espíritu había dicho (vrs. 19) tampoco otorga credibilidad de que fue Samuel quien lo profetizó.

Antes de Saúl haber consultado a la adivina de Endor, Dios había enviado un espíritu malo (un demonio) para atormentarlo: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová» (1S. 16.14). La Biblia enseña que Dios se puede valer de lo que Él quiera para precisar sus propósitos: «Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo»; y que aun puede usar a quienes no le sirven, para lograr Sus objetivos: «Y aun al impío para el día malo» (Pr. 16.4). Dios puede usar incluso el demonio para conseguir realizar Sus planes: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (2S. 24.1). «Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1Cró. 21.1). Nótese que el primer verso dice que Jehová incitó a David a hacer el censo, mientras que el segundo verso declara que Satanás fue quien lo incitó. ¿Contradicción? En lo absoluto. Lo que acontece es que, el primer verso dice quién quería incitar a David a hacer el censo: Jehová, mientras que el segundo verso indica qué medio usó Dios para conseguirlo: Satanás. Ninguno de los escritores estaba equivocado; cada cual escribió desde la perspectiva del discernimiento e interpretación de los hechos. Uno escribió según ocurría los hechos, el otro escribió revelando el móvil detrás de los hechos.

Si el propósito de Dios era acabar con Saúl, Él usaría aun al mismo diablo para lograrlo.

La Escritura declara que Dios envió un espíritu malo entre Abimalec y los hombres de Siquem, y los de Siquem se levantaron contra Abimalec. Aunque ambos habían actuado juntos para matar a los setenta hijos de Jerobaal, hermano de Abimalec, Dios les envió un demonio para provocar enemistad entre ellos mismos y así vengar la muerte de estos setenta varones. Ambos, los hombres de Siquem y Abimalec, murieron a causa de ese conflicto —y por obra divina (Jue. 9.22-24).

La vez que Dios quiso traer juicio en contra del rey Acab, dice la Biblia que Él consultó al ejército de los cielos (ángeles) solicitando un voluntario que estuviera dispuesto a inducir al rey para hacerlo subir y caer en Ramot de Galaad (1R 22.19-23). El relato continúa diciendo que un espíritu salió y se puso delante de Dios, ofreciéndose para dicha tarea. Es fácil deducir que ese espíritu era un ángel caído (un demonio). Y lo era porque, mientras que los ángeles de Dios debatían sobre quién y cómo inducirían a Acab, este espíritu se ofreció a ser espíritu de mentira en la boca de todos los profetas del rey —y un ángel de Dios no habla mentira.

Y para quienes piensan que los demonios no tienen acceso a la presencia de Dios, véase lo que dice el libro de Job, de cómo Satanás se “coló” entre los ángeles del Señor para acusar a Job (1.6; 2.1). Apocalipsis 12.7-10 también revela que, en los tiempos escatológicos, Satanás intentará subir a donde está Dios (como acostumbraba hacerlo cada vez que quería acusar a los hijos de Dios), solo que en esa ocasión le será negada la entrada de una buena vez y para siempre.

Cuando Senaquerib, rey de los asirios, se propuso invadir a Ezequías, rey de Judá; Dios puso un espíritu malo que hizo que el mismo Senaquerib escuchara un rumor (falso) de que Tirhaca, rey de Etiopía, había salido para hacerle guerra (en su tierra). Lo que realmente había sucedido fue que el ángel de Jehová salió y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil (185,000). Senaquerib, creyendo que en verdad había sido invadido por el rey de Etiopía, huyó y volvió a Nínive, donde se quedó. Y aconteció que, mientras él adoraba en el templo de Nisroc, su dios, Adramelec y Sarezer, sus hijos, lo mataron a espada (2R. 19.7, 35).

En el caso anterior, Jehová puso espíritu de mentira en la boca de todos los profetas de Acab. En el suceso de Senaquerib, Dios puso un espíritu con un rumor falso en él mismo.

Los ángeles de Dios no obran el mal (1S. 29.9); no dicen mentira ni hacen engaño (2 S. 19.27), pues son santos (Mt.25.31), y saben discernir entre lo bueno y lo malo (2 S. 14.17). Tampoco entran en el cuerpo de ningún humano —ni aun de los salvos. Eso solo lo hacen los demonios (véase Mt. 12.43-45; Mr. 5.12-13; Jn. 13.27; Ef. 4.27).

enero 4, 2018 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | 41 comentarios

El Padre Nuestro No Es Tan Solo Una Oración, También Es Una Revelación.

—Una Sinopsis.

Parte 2

Mateo 6:

9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.

Jesús no solo nos enseña a orar a través de este modelo de oración, sino que también nos revela grandes verdades espirituales. El Padre Nuestro es una oración que, además de acercarnos a Dios en busca de refugio, ayuda y consuelo, nos revela las profundidades de la sabiduría de Dios, Su poder, Su gloria, Su amor y Su carácter. Dios ha sido siempre exaltado. Dios sigue siendo exaltado. Dios será siempre exaltado.

8. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Dios es nuestro Sustentador, «Jehová-jireé». Él, usando distintos medios (el trabajo, por ejemplo, 2Ts. 3.10-12; entre otras cosas), nos suple de las cosas básicas (1Ti. 6.8: He.13.5) que necesitamos para subsistir en esta vida. Pero Dios no quiere solamente sustentar nuestros cuerpos; Él quiere alimentar el alma y el espíritu de cada uno de Sus hijos. El pan —o el alimento— que Dios nos da es:

►Su Hijo Jesús. «Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Yo soy el pan de vida. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre» (Jn. 6.35, 48, 50a).

►Su Palabra. «Susténtame conforme a tu palabra, y viviré» (Sal. 119.116). «No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4.4b). «He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová» (Amós 8.11).

►Su Espíritu Santo. «Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro. 14.17).

Este alimento lo tenemos que buscar y recibir de Él cada día.

9. Y perdónanos nuestras deudas. El pecado es una deuda. Por haberlo practicado le debemos a Dios justicia; un precio que no pudimos pagar por cuanto «todas nuestras justicias» son como trapos de inmundicia (Is. 64.6). El pecado se había convertido en nuestro amo. «Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado» (Jn. 8.34). «Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció» (2 P. 2.19). «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?» (Ro. 6.16). Lo triste de esto es que, el pecado no nos había comprado para que fuésemos sus esclavos, sino que nosotros, voluntariamente, de forma gratuita, sin exigir ningún salario, nos habíamos entregado a él.

Sin embargo, el pecado fue tan generoso, que ofreció pagarnos un sueldo: la muerte: «Porque la paga del pecado es muerte» (Ro. 6.23a). Escapar de la esclavitud del pecado, de su poder, de su culpa y de sus funestas consecuencias, no estaba a nuestro alcance. «Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate» (Sal. 49. 6-7). Ningún esclavo puede pagar su propio rescate. «(Porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás), para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción» (vss. 8-9). Pero nuestro Padre Celestial decidió comprarnos y adquirirnos para Él nuevamente. Lo hizo a expensas de un precio muy alto: la vida de Su único y amado Hijo Jesús. Jesús pagó la deuda de nuestras culpas. Del pecado que cometimos contra Dios. «Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Co. 6.20). «Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, (…) con la sangre preciosa de Cristo» (1P. 1.18-19).

Ahora, y cada vez que pecamos, podemos venir ante el Padre en el nombre de Su Hijo y decirle a Dios: «Y perdónanos nuestras deudas», por cuanto ya Jesús pagó el precio.

10. Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si Dios perdonó lo que le debíamos (esto es, justicia: hacer lo bueno y lo recto), nosotros también tenemos que perdonar a los que nos ofenden, a quienes nos deben justicia (un buen trato). Dios espera que, así como Él perdonó el pecado que habíamos cometido en contra de Él, y que nos alejó de Él; nosotros perdonemos a los que nos ofenden.

No podemos cobrarle a la gente el trato que nos deben, cuando Dios no nos cobró la justicia que le debíamos a Él. Tenemos que liberar de toda obligación (esto es lo que significa perdonar) a todo aquel que nos ha ofendido, que nos debe algo moral o espiritual. (Véase la parábola de los dos deudores, Mt. 18.23-35). Cuando perdonamos a nuestros ofensores nos pareceremos a Jesús.

La persona que no perdona los errores de los demás, asume una posición superior a Dios. Porque, si Él perdonó (y aún perdona) todos nuestros pecados, ¿quiénes somos para negarle el perdón a aquellos que nos ofenden? Lo de perdonar al hermano setenta veces siete (Mt. 18.21-22) no es tan impactante como lo que dice Lucas 17.3-4: «Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.»

Punto interesante: ambos pasajes tratan acerca del perdón hacia el «hermano». No obstante, hemos sido llamados a estar en paz con todos los hombres, siempre y cuando nos sea posible: “sino que a paz nos llamó Dios” (1Co. 7.15). «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Ro. 12.18). Y una manera de estar en paz —con Dios, con uno mismo, y con nuestros semejantes, independientemente de que sean nuestros hermanos en la fe o no— es perdonando las faltas de quienes nos ofenden.

11. Y no nos metas en tentación. («No nos pongas a prueba» [Versión Popular]. No nos pruebes.)

Dios no tienta a nadie. Somos tentados de nuestra propia concupiscencia; de los deseos de nuestra propia carne. «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Stg. 1.13-15). El diablo lo sabe, y aprovecha y usa «todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida» (1Jn. 2.16), para seducir nuestra propia concupiscencia en un intento de despertar nuestra naturaleza caída y arrastrarnos al pecado.

Satanás es nuestro acusador, y Dios le concede permiso para atacarnos. Los ataques de Satanás pueden ser sensuales o no. Es decir, el diablo puede atacarnos (tentarnos) por medio de una seducción sensual (1 Co. 7.5) o también puede hacerlo a través de un daño físico (Job 2.7). Su intención siempre va acompañada de tentación. Y la tentación, sea cual sea, es para hacernos caer en su trampa, y así hacernos negar nuestra fidelidad a Dios.

Con esta suplica —y no nos metas en tentación— reconocemos ante Dios, y delante de nosotros mismos, que somos seres tan débiles y frágiles, que podemos fracasar en nuestro intento de serles fiel a Dios —si fuésemos probados. En otras palabras, le expresamos a Dios nuestro temor de quedar mal ante Él, de no pasar correctamente el examen o escrutinio de nuestra fidelidad hacia Él. Es una forma de reconocer nuestra insuficiencia y la dependencia total que de Él tenemos, pese a que sabemos que Él no nos desamparará ni nos negará Su ayuda.

12. Mas líbranos del mal. El inventor del mal es Satanás. Pedirle a Dios que nos libre del mal es pedirle que nos libre de su inventor, el diablo. Dependemos de Dios, de Su fuerza y de Su protección para vencerlo. Humanamente no disponemos de ninguna fuerza que nos capacite para pelear contra el mal hasta vencerlo. «Porque nadie será fuerte por su propia fuerza» (1S.2.9c). Nuestras fuerzas provienen de Dios. «Pues me ceñiste de fuerzas para la pelea» (Sal.18.39a). Para vencer el mal y a su inventor, tenemos que aplicar la fórmula de Santiago 4.7:

1) Someternos a Dios. No se puede vencer el mal viviendo una vida de desobediencia y rebeldía. Muchos citan lo que la segunda carta del apóstol Pablo dice a los corintios: «porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (cp. 10. 4-5), pero lo hacen omitiendo el contexto —en este caso el versículo seis: «y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta

No podemos vencer al diablo hasta que hayamos aprendido a obedecer a Dios, hasta que hayamos madurado en la obediencia, hasta que nuestra obediencia sea perfecta o madura (este es el significado o aplicación de perfecta).

2) Resistir al diablo. Para esto se usa la armadura de Dios (Ef. 6.11-17). Esta armadura es para la defensiva y para la resistencia. El único elemento de la armadura que es para la defensiva y ofensiva es la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (vs. 17b), la Escritura; los demás elementos de la armadura son para defenderse. Se usa el conocimiento adquirido de la Palabra para defenderse de los ataques del maligno y para atacarlo a él; como hizo Jesús (Mt. 4.4, 7, 10: «Escrito está». Esta expresión demuestra que Jesús conocía la Escritura y la sabía usar para contrarrestar las tentaciones del diablo).

3) A esta fórmula debe agregarse lo indicado en Efesios 6.18, la oración en el Espíritu. Jesús dijo: «Velad y orad, para que no entréis en tentación» (Mt. 26.41).

Resultado: «Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal» (2Tes. 3.3).

13. Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria. La oración comienza santificando el nombre de Dios y concluye exaltándolo. Para esto emplea tres palabras: reino, poder y gloria.

1) Reino. Con respecto al reino, la Biblia dice: «Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y te tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿no está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?» (2 Cró. 20.6). «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 11.15).

2) Poder. En relación al poder, la Escritura dice: «Atribuid poder a Dios; sobre Israel es su magnificencia, y su poder está en los cielos» (Sal. 68.34).

3) Gloria. En cuanto a la gloria, la Palabra de Dios enseña: «Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas, sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre» (1 Cró. 29.11-13).

14. Por todos los siglos. Amén. Finalmente, la expresión «por todos los siglos, amén» es lo mismo que decir: «porque tuyos (el reino, y el poder, y la gloria) han sido ayer, los son hoy, y los serán siempre».

—o—

Toda la oración del Señor gira en torno a la persona de Dios y a la relación que Él tiene con sus criaturas creadas. En la oración del Padre Nuestro podemos notar.

  1. Su Identidad: Padre

  2. Su Paternidad: Nuestro

  3. Su Morada: Que estás en los cielos

  4. Su Carácter: Santificado sea tu nombre

  5. Su Realeza: Venga tu reino

  6. Su Soberanía: Hágase tú voluntad, como en el cielo, así también en la tierra

  7. Su Provisión: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy

  8. Su Misericordia: Y perdónanos nuestras deudas

  9. Su Ley: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores

  10. Su Compasión: Y no nos metas en tentación

  11. Su Protección: Mas líbranos del mal

  12. Su Exaltación: Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos

  13. Su Perpetuidad: Amén

La oración principia mostrándonos la relación paternal que Dios tiene con nosotros. Continúa reconociendo la santidad y soberanía divina. Describe el cuidado amoroso que Él tiene de sus hijos. Expresa la misericordia con la que nos recibe y nos perdona. Declara sus demandas. Demuestra Su compasión, promete Su protección, y, finalmente, concluye exaltando Su Persona: el Soberano Dios, el Creador de los cielos y la tierra. El poderoso; el Eterno. El Rey de Reyes.

Es interesante observar cómo un Ser tan Grande y Supremo puede tener una relación tan paternal y amorosa con criaturas tan viles como lo somos todos nosotros. El Padre Nuestro revela el poder y la soberanía de Dios, pero también nos muestra el amor y el cuidado que Él tiene de nosotros.

octubre 14, 2017 Posted by | Misceláneas | Deja un comentario

El Padre Nuestro No Es Tan Solo Una Oración, También Es Una Revelación.

—Una Sinopsis.

Parte 1

Mateo 6:

9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.

Jesús no solo nos enseña a orar a través de este modelo de oración, sino que también nos revela grandes verdades espirituales. El Padre Nuestro es una oración que, además de acercarnos a Dios en busca de refugio, ayuda y consuelo, nos revela las profundidades de la sabiduría de Dios, Su poder, Su gloria, Su amor y Su carácter. Dios ha sido siempre exaltado. Dios sigue siendo exaltado. Dios será siempre exaltado.

1. Padre. Jesús nunca llamó a Dios por un Nombre Propio. Algunos nombres de Dios son: ELOHIM (en plural, representando y revelando la Divina Trinidad, véase Dt. 32.39): Dios «Creador, Todopoderoso y Fuerte» (Gn. 17.7; Jer.31.33); YHVH, YAHWEH: Jehová, SEÑOR (YO SOY, Ex. 3.14); EL SHADDAI: «Dios Todopoderoso, El Fuerte de Jacob» (Gn. 49.24; Sal. 132.2, 5). Pese a que Dios ya era conocido por Su pueblo por varios y diversos nombres, Jesús siempre Lo llamó y Lo reconoció como Su Padre.

Padre, en su significado más amplio, describe a Dios como el Productor de todas las cosas y el Creador del hombre: Padre Creador. De manera que, en lo que a creación respecta, todo puede ser denominado descendencia o producto de Dios. Él es el Creador de todas las cosas, tanto visibles como invisibles. Dios creó los cielos y la tierra, ángeles y a los seres humanos.

2. Nuestro. Pero Dios es Padre espiritual solamente de aquellos que son hermanos espirituales de Su Hijo Jesús; de aquellos que le recibieron como Salvador. «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn. 1. 12-13). «Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mr. 3.35). «El entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen» (Lc. 8.21).

Todos somos Sus criaturas, pero no todas Sus criaturas son Sus hijos, así como tampoco Él es Padre de todos. Por ejemplo, en una ocasión, cuando los fariseos alegaban ser hijos (descendientes) de Abraham, Jesús les respondió: «Vosotros hacéis las obras de vuestro padre A lo que los fariseos replicaron: «(…) un padre tenemos, que es Dios.» El Señor les respondió: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Jn. 8.37-44).

A esto, el apóstol Juan añade: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios» (1 Jn. 3.8a,10). Tómese en cuenta que Juan se está refiriendo a la práctica del pecado —como estilo de vida— y no a la fragilidad humana que incluso los cristianos tenemos, con la que, muchas veces, e involuntariamente, le fallamos a Dios. Hay una diferencia entre pecar y practicar el pecado. En cuanto a pecar, el mismo Juan (bajo inspiración del Espíritu Santo, obviamente) dice: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1.8-10). Pero en relación a practicar (permanecer haciendo) el pecado, la aseveración es que «el que practica el pecado es del diablo

Con palabras como: «vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre [el diablo]», «vosotros hacéis las obras de vuestro padre [el diablo]» y «los deseos de vuestro padre [el diablo] queréis hacer», Jesús, con toda obviedad, enseña claramente que no todas las criaturas que Dios creó son Sus hijos, y que el estilo de vida que elijamos seguir define quién es nuestro padre. Si elegimos continuar viviendo (practicando) una vida sumergidos en el pecado, y no nos arrepentimos y no nos convertimos a Cristo, indiscutiblemente, Dios no es nuestro Padre.

3. Que estás en los cielos. El cielo es el trono de Dios. «Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies» (Is. 66.1a). Él mora en los cielos, y específicamente en el tercer cielo. «Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos [1er cielo], los cielos [2do cielo] de los cielos [3er cielo], no te pueden contener» (1 R. 8.27).

Y desde los cielos Dios oye, ve, tiene conocimiento y control de todo lo que ocurre en la tierra y en el universo: «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; Sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres» (Sal. 11.4).). «Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?» (Dn. 4.35).

Nuestro Padre desde el cielo nos bendice (Dt. 26.15; Gn. 49.25; Ef. 1.3), nos ayuda (Sal. 34.17-18), nos consuela (Sal. 34.19), nos salva (Neh. 9.27; Sal. 20.6; Sal 57.3; 91.11-12, y nos protege.

Y algún día, al final de nuestra jornada terrenal, estaremos con Él permanentemente en los cielos. «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Jn. 14.2-3).

4. Santificado sea tu nombre. El nombre de Dios revela Su carácter. Si Él santo, Su Nombre también lo es. Dios es Santo; esto es: Único, distinto, especial, y sin pecado. Tenemos, pues, que santificar Su Nombre, es decir, tratarlo como lo que él es: único, distinto, especial; sin pecado. No podemos tratar el Nombre de Dios ordinariamente, comúnmente o corrientemente, sino santamente, de manera especial porque él (Su Nombre) es santo. «No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano» (Ex. 20.7).

Acerca de Su nombre Dios dice: «y me mostraré celoso por mi santo nombre» (Ez. 39.25c). Dios dijo a los levitas: «Y no profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo Jehová que os santifico» (Lv. 22.32). David exhortó a los israelitas: «Dad a Jehová la honra debida a su nombre» (1 Cró. 16. 29a).

5. Venga Tu Reino. Ese reino ya está en la tierra, en medio nuestro, de forma espiritual. «Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros» (Lc. 17.21b). Nosotros somos los representantes de ese reino. «Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí» (Lc. 22.29). «Y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria» (1Ts. 2.12). Solo hay que esperar que ese reino se manifieste de manera completa. Esto sucederá durante el retorno visible de Cristo (Ap. 19.11-21), cuando Él establecerá Su Trono en la tierra por un periodo de mil años (cp. 20.4), luego del cual —y después del juicio ante el Gran Trono Blanco (o Juicio Final, cp. 20.11-15)— el reino será trasladado (o continuará) en la Nueva Jerusalen (cp. 21).

Mientras tanto, debemos dedicarnos a expandir este reino. «Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia» (He. 12.28). Y eso lo hacemos predicando el evangelio al mundo, para que los que aún no son de este reino, vengan a formar parte de él. «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mr. 16.15). «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt. 28. 19-20).

6. Hágase tu voluntad. La voluntad de Dios es la prioridad del cristiano. Y esa voluntad es nuestra santificación —que nos apartemos de toda inmundicia y contaminación del cuerpo, de la mente, del alma y del espíritu. «Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Tes. 4.3a). «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Co. 7.1). «Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios» (1P. 4.2).

Dios quiere que vivamos apartados del pecado y consagrados a Jesús.

7. Como en el cielo, así también en la tierra. Todas las criaturas celestiales obedecen a Dios. Aun Jesús, mientras estuvo en la tierra, hizo la voluntad del Padre. «Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Jn. 4.34). «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Jn. 5.30). «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn. 6.38).

Nosotros, pues, tenemos que hacer Su voluntad. «Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor» (Ef. 5.17). Nada debe impedir que agrademos a Dios, y esto se logra haciendo Su voluntad. «Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Jn. 8.29).

octubre 7, 2017 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | Deja un comentario