
El concepto de que la oración cambia las cosas, es la manera de pensar de muchos cristianos. Quienes se han formado semejante idea, aún no han comprendido el propósito de la oración a cabalidad. Dios es quien cambia las cosas. La oración, sencillamente, es un medio del que disponemos para suplicar la intervención divina y “negociar con Dios”, hasta convencerlo (como hizo Abraham, Gn 18. 22-33), para que Él cambie las circunstancias a nuestro favor, y supla nuestras necesidades. A través de la oración, podemos, además, conseguir que Dios nos conceda las peticiones de nuestro corazón.
Aparte de eso, lo único que la oración puede cambiar es nuestro carácter. Nos puede enseñar a ser pacientes, ya que tenemos que esperar por la respuesta divina. Nos hará sumisos, por cuanto tenemos que sujetarnos a Dios, y, al fin y al cabo, aceptar Su voluntad, la cual es la decisión final. Nos ayudará a ser compasivos, ya que, al interceder por los demás, aprenderemos a identificarnos con sus sufrimientos. Y un montón de cosas más.
Por otro lado, tampoco podemos esperar que sea Dios quien cambie todo lo que queremos o necesitamos. Hay muchas cosas que, quienes tienen que cambiarlas, somos nosotros. Y para esto, no tenemos que orar a Dios, ni pedirle que las cambie, ni siquiera que nos ayude a cambiarlas, sino obedecer, actuar y hacer.
Muchas de las cosas que Dios nos exige dejar o cambiar, están precedidas por mandamientos como: «dejad…» (Is 1.16; Col 3.8), «haced…» (Fil 2.14; Col 3.5; Mt 7.12), “no os hagáis…” (He 6.12; Mt 6.19; 1Co 7.23), “apartaos…” (Is 52.11; Ez 18.30; 2Co6.17), “huid…” (1Co 6.18; 10.14), etcétera. Por ejemplo, para dejar de “hacer lo malo” simplemente se nos ordena a «aprended a hacer el bien» (Is 1.16-17; ver Pr 9.6). Otros mandamientos comienzan con la bendición que Dios nos ofrece, y terminan con lo que Dios nos exige. Podemos citar Deuteronomio 28.13, que comienza diciendo: “Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo”, y concluye con la condición que Dios nos exige para que esto se cumpla: “si obedeciereis los mandamientos de Jehová tu Dios (…)”. Y para cumplir con estos mandamientos no se necesita de la oración, sino de un poco de dominio propio —algo que también ya Dios nos ha dado (2Ti 1.7).
La Escritura también dice (acerca de cumplir Sus mandamientos), que “sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5.3). Además, la Biblia claramente dice que Dios “no carga, pues, él al hombre más de lo justo” (Job 34.23). Por lo tanto, el Señor nos da mandamientos, pero también nos equipa con los recursos para obedecerlos. En muchas ocasiones es el dominio propio: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2Ti 1.7). En otras, puede ser una salida: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co 10.13).
Ahora bien, hay cosas que no están a nuestro alcance cambiar, y sólo Dios es quien puede hacerlo. Por ejemplo, la conversión de una persona a Cristo, la sanidad de alguna enfermedad incurable, y otras cosas en las que un milagro es indispensable.
De modo que, tenemos que evaluar cómo oramos y por lo que oramos, pues, en ocasiones será Dios quien tendrá que intervenir, pero en otras, nos corresponderá a nosotros hacer los ajustes necesarios para lograr hacer cambiar algunas cosas.
La oración seguirá siendo un recurso provisto por Dios, bien sea para ayudarnos a cambiar algunas cosas, especialmente de nuestro carácter, o para suplicarle a Él, hasta conseguirlo, para que Él cambie lo que nosotros no podemos cambiar.
agosto 19, 2013
Posted by Pablo Collazo - Administrador |
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