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¿Fue realmente Samuel quien —después de haber muerto— se le apareció a Saúl? —Parte 1

—1 Samuel capítulo 28.

 Sin duda que, de todas las historias de la Biblia, una de las más tristes, infaustas y tétricas es la del descenso y muerte de Saúl. Es muy luctuoso que un hombre escogido por Dios haya tenido un final tan calamitoso y nefasto.

Cuenta la Biblia que Saúl, en los últimos días de su reinado (y de su vida), y en su desesperación por intentar prevalecer en el trono de Israel después de haber sido desechado por Dios como rey, al verse rodeado por los filisteos, y al darse cuenta de que, al consultar a Dios, Jehová ya no le respondía «ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (1S. 28.6), consultó a una adivina; algo que Dios le había prohibido al pueblo de Israel hacer, y que Él aborrecía (Lv. 20.6, 27; Dt. 18.10). Incluso, el mismo Saúl perseguía a las adivinas y las mataba (1S. 28.9).

Interesantemente (y aparentemente), esta mujer logró hacer que el espíritu de Samuel regresara de la muerte —o del lugar en donde estaba— y se le apareciera para responder a las interpelaciones de Saúl. Muchos exégetas y eruditos de la Biblia consideran este evento como un acto sobrenatural permitido por Dios. Lo cierto es que, si Dios hubiera permitido esto, Él estaría objetando las reglas que Él mismo había decretado.

Dice el relato bíblico que Saúl le pidió a esta adivina que hiciera venir a Samuel de entre los muertos (vrs. 11), y que, efectivamente, así sucedió (vrs. 12-14). Algunas frases que aparecen en esta narración, y que pueden servir como evidencia para demostrar que fue realmente Samuel quien se le apareció a la adivina, son:

  1. «Saúl entonces entendió que era Samuel (…)» (vrs. 14).

  2. «Y Samuel dijo a Saúl (…)» (vrs. 15).

  3. «Entonces Samuel dijo (…)» (vrs. 16).

  4. «Entonces Saúl (…) tuvo gran temor por las palabras de Samuel (…)» (vrs. 20).

  5. Lo que Samuel dijo en el versículo 19: «Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos.», se cumplió (léase el capítulo 31).

No obstante parecer que en verdad fue Samuel a quien esta adivina vio, debe tenerse en cuenta que, el hecho de que el escritor bíblico haya empleado estos términos, no significa que en realidad las cosas hayan sucedido como se escribieron, sino que el escritor está contando los hechos como ocurrieron desde la perspectiva de los protagonistas de esta historia. Dicho esto en otros términos equivalentes, el escritor del libro de Samuel está contando las cosas de la manera en la que acontecieron, y no significa que lo que Saúl estaba experimentando era lo que en verdad estaba acaeciendo (de que realmente era Samuel quien se le había aparecido), pues, de ser así, este acontecimiento estaría contradiciendo el resto del contexto bíblico en relación a la aparición o manifestación de los espíritus de los muertos.

Para descubrir si en verdad era Samuel quien había hecho acto de presencia, tenemos que analizar otras declaraciones que también están en esta historia, como también investigar lo que el resto de la Biblia dice en cuanto a los espíritus de los muertos. Inclusive dentro del pasaje en cuestión (cp. 28), podemos inferir que el espíritu que se le había aparecido a la adivina de Endor NO ERA Samuel. Veamos lo que podemos encontrar dentro de la exposición:

  1. Dios se había apartado de Saúl: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl» (1S. 16.14a).

  2. Saúl lo sabía: «(…) y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños (..)» (1S. 28.15).

  3. El espíritu (del «supuesto» Samuel) también lo reconocía: «Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo?» (vrs. 16).

  4. Dios no le respondió a Saúl ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas: «Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (vrs. 6). Esto también Saúl lo sabía (vrs. 15).

Entonces, si Dios no le hablaba a Saúl por medio de profetas vivos, ¿lo habría de hacer a través de un profeta muerto?

Entendamos que Saúl —para consultar a Samuel— había utilizado un medio que Dios aborrecía: la adivinación. Dios, contundentemente, había prohibido consultar a los muertos: «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?» (Is. 8.19). Y ya bien sabemos que incluso Saúl ejecutaba a los adivinos, cumpliendo, de esta manera, el mandato divino. Dios no usa medios inicuos, tampoco precisa de prácticas que Él mismo prohíbe, para revelarse a Su gente.

Siendo así, ¿quién, pues, era el espíritu, o el personaje, que le había aparecido a Saúl (o a la viuda de Endor)?

El hecho de que la Escritura dice que Saúl entendió que rea Samuel quien se había aparecido, no significa que en verdad lo era. Los versículos 5 y 15 dicen que Saúl tenía miedo, que estaba turbado y muy angustiado. Esta condición se prestaba para que Saúl se convirtiera en una víctima del engaño de Satanás. Por ende, en su confusión, Saúl pudo entender lo que a él le traería satisfacción propia. Y el que se hubiese cumplido lo que el espíritu había dicho (vrs. 19) tampoco otorga credibilidad de que fue Samuel quien lo profetizó.

Antes de Saúl haber consultado a la adivina de Endor, Dios había enviado un espíritu malo (un demonio) para atormentarlo: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová» (1S. 16.14). La Biblia enseña que Dios se puede valer de lo que Él quiera para precisar sus propósitos: «Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo»; y que aun puede usar a quienes no le sirven, para lograr Sus objetivos: «Y aun al impío para el día malo» (Pr. 16.4). Dios puede usar incluso el demonio para conseguir realizar Sus planes: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (2S. 24.1). «Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1Cró. 21.1). Nótese que el primer verso dice que Jehová incitó a David a hacer el censo, mientras que el segundo verso declara que Satanás fue quien lo incitó. ¿Contradicción? En lo absoluto. Lo que acontece es que, el primer verso dice quién quería incitar a David a hacer el censo: Jehová, mientras que el segundo verso indica qué medio usó Dios para conseguirlo: Satanás. Ninguno de los escritores estaba equivocado; cada cual escribió desde la perspectiva del discernimiento e interpretación de los hechos. Uno escribió según ocurría los hechos, el otro escribió revelando el móvil detrás de los hechos.

Si el propósito de Dios era acabar con Saúl, Él usaría aun al mismo diablo para lograrlo.

La Escritura declara que Dios envió un espíritu malo entre Abimalec y los hombres de Siquem, y los de Siquem se levantaron contra Abimalec. Aunque ambos habían actuado juntos para matar a los setenta hijos de Jerobaal, hermano de Abimalec, Dios les envió un demonio para provocar enemistad entre ellos mismos y así vengar la muerte de estos setenta varones. Ambos, los hombres de Siquem y Abimalec, murieron a causa de ese conflicto —y por obra divina (Jue. 9.22-24).

La vez que Dios quiso traer juicio en contra del rey Acab, dice la Biblia que Él consultó al ejército de los cielos (ángeles) solicitando un voluntario que estuviera dispuesto a inducir al rey para hacerlo subir y caer en Ramot de Galaad (1R 22.19-23). El relato continúa diciendo que un espíritu salió y se puso delante de Dios, ofreciéndose para dicha tarea. Es fácil deducir que ese espíritu era un ángel caído (un demonio). Y lo era porque, mientras que los ángeles de Dios debatían sobre quién y cómo inducirían a Acab, este espíritu se ofreció a ser espíritu de mentira en la boca de todos los profetas del rey —y un ángel de Dios no habla mentira.

Y para quienes piensan que los demonios no tienen acceso a la presencia de Dios, véase lo que dice el libro de Job, de cómo Satanás se “coló” entre los ángeles del Señor para acusar a Job (1.6; 2.1). Apocalipsis 12.7-10 también revela que, en los tiempos escatológicos, Satanás intentará subir a donde está Dios (como acostumbraba hacerlo cada vez que quería acusar a los hijos de Dios), solo que en esa ocasión le será negada la entrada de una buena vez y para siempre.

Cuando Senaquerib, rey de los asirios, se propuso invadir a Ezequías, rey de Judá; Dios puso un espíritu malo que hizo que el mismo Senaquerib escuchara un rumor (falso) de que Tirhaca, rey de Etiopía, había salido para hacerle guerra (en su tierra). Lo que realmente había sucedido fue que el ángel de Jehová salió y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil (185,000). Senaquerib, creyendo que en verdad había sido invadido por el rey de Etiopía, huyó y volvió a Nínive, donde se quedó. Y aconteció que, mientras él adoraba en el templo de Nisroc, su dios, Adramelec y Sarezer, sus hijos, lo mataron a espada (2R. 19.7, 35).

En el caso anterior, Jehová puso espíritu de mentira en la boca de todos los profetas de Acab. En el suceso de Senaquerib, Dios puso un espíritu con un rumor falso en él mismo.

Los ángeles de Dios no obran el mal (1S. 29.9); no dicen mentira ni hacen engaño (2 S. 19.27), pues son santos (Mt.25.31), y saben discernir entre lo bueno y lo malo (2 S. 14.17). Tampoco entran en el cuerpo de ningún humano —ni aun de los salvos. Eso solo lo hacen los demonios (véase Mt. 12.43-45; Mr. 5.12-13; Jn. 13.27; Ef. 4.27).

enero 4, 2018 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | 41 comentarios