Equipando La Mente

El Llamado Al Altar…

¿debe hacerse después del sermón?

En casi todas las iglesias cristianas es popular que después de haberse expuesto el sermón el predicador extienda un llamado en respuesta al tema en discusión. Esta práctica es moderna, es decir, no data de tiempos bíblicos. Según los registros históricos, predicadores como Charles Finney (August 29, 1792 – August 16, 1875), Dwight Moody (1837-1899) y Billy Sunday (1862-1935), entre otros, lo practicaban.

No obstante, Jesús ni los apóstoles hicieron un llamado al altar. De Jesucristo la Biblia dice: «Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él» (Jn. 8.30). La gente creía simplemente al oír Su Palabra, sin necesidad de un llamado público. Otras veces creían a través de los milagros que Él hacía: «Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía» (Jn. 2.23). Otros creían por el testimonio que otras personas daban de Él, como fue el caso de la mujer samaritana: «Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho» (Jn. 4.39).

Y de Pedro, dice la Escritura que después de su discurso en el pórtico de Salomón: «(…) muchos de los que habían oído la palabra, creyeron» (Hch. 4.4). El libro de los Hechos también narra cómo, mientras aún Pedro predicaba en casa de Cornelio, «el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso» (10.44). Fíjese cómo no hubo necesidad ni siquiera de terminar el sermón, mucho menos de hacer un llamado.

Nótese que en ninguno de los casos mencionados —el de Jesús y el de Pedro— se hizo un llamado para confesar públicamente la fe.

Así como la Biblia no registra que Jesús ni los discípulos hayan hecho un llamado para confesar públicamente la fe, tampoco registra que Jesús ni ninguno de los discípulos hayan extendido un llamado a los ya creyentes practicantes para que confesaran sus pecados o sus crisis espirituales públicamente. El problema de este tipo de llamado al altar es que el predicador está asumiendo el papel que solo le corresponde a Dios, ya que al invitar a las personas a levantar las manos y/o pasar al frente, está obligándolas a revelar o hacer público su condición espiritual —algo que solamente le corresponde a Dios conocer. Es parecido a entrar en el confesionario (como es costumbre de la iglesia católica romana) y la persona declararle al sacerdote lo que ha hecho mal. Algunas confesiones han de hacerse públicas (como cuando alguien ha hecho daño a la iglesia en general), pero, generalmente, nuestras confesiones han de hacerse ante Dios, y en privado.

Para gente no creyente el llamado puede servir como directriz, ya que muchos no saben cuál es el próximo paso a seguir luego de haber escuchado un sermón que los haya compungido. Algo semejante sucedió durante la prédica de Juan el Bautista. La Escritura dice que: «Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos?» A lo que Juan respondió con las instrucciones apropiadas para cada caso (Lc. 3.10-14). O como en el caso de Pablo y Silas, cuando estaban en la cárcel, y el carcelero, después de haberse dado cuenta de cómo Dios los libertó de las cadenas, preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?» (Hch. 16.30).

Empero hacer un llamado al altar para invitar a los cristianos a levantar sus manos y/o a pasar al altar con la intención de ajustar cuentas con Dios no es apropiado. Ningún predicador tiene el derecho de escudriñar PÚBLICAMENTE —a través del llamado— el corazón de las personas a quienes les predica su mensaje. Es la Palabra la que «discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (He. 4.12), y es el oyente el que debe tomar la decisión de alinear su corazón con el mensaje de la Palabra, y esto es un asunto privado entre él y Dios.

Lamentablemente el llamado al altar se presta para satisfacer el ego y el orgullo de muchos predicadores, ya que sirve (y también es usado) para medir el grado de impacto que haya causado el mensaje. A ningún predicador le compete conocer los resultados posteriores de su prédica; solo somos sembradores de la semilla de la Palabra de Dios, y solamente Él es Quien la hace germinar en los corazones, para vida eterna.

De hacerse un llamado al altar debería de ser en forma general. Esto es, el predicador debería de decir que él va a hacer una oración por aquellas personas que se han identificado con el contenido de la prédica, y, sin urgirles a levantar las manos o a pasar al altar, proceder a interceder por ellas.

En lo personal yo no acostumbro a responder a ningún llamado al altar. Y no lo hago como un acto de arrogancia de mi parte, sino que creo que mis decisiones han de ser evaluadas por Dios solamente, ya que es a Él a Quien tengo que rendir cuentas.

Sean todos bendecidos. Amén.

enero 14, 2020 Posted by | Misceláneas | , , , | 1 comentario