¿Es la historia del rico y Lázaro una parábola o un suceso verídico?
¿Cómo podemos saber si la historia del rico y Lázaro es una parábola o fue un suceso real? —Lucas 16.19-31
Muy simple. Cada vez que Jesús narraba una parábola, había dos formas de saberlo.
1. El escritor del evangelio lo hacía notorio con las palabras: «Les refirió otra parábola (…).»
2. Jesús mismo lo hacía saber con la expresión: «El reino de los cielos es semejante a (…).» (Mt. 13.24, entre otras citas).
En cambio, en la historia del rico y Lázaro, Jesús comienza la narración con las palabras: «Había un hombre rico (…); Había también un mendigo llamado Lázaro (…).» (Lc. 16.19-20).
Si Jesús dijo que “había (…)», y no especificó que se trataba de una parábola (a diferencia de todas las otras veces que Él lo había hecho), entonces realmente hubo lo que Jesús dijo que había. Además, los detalles que están entretejidos en esta narración son muy gráficos, y también están en armonía con el resto de lo que la Biblia enseña en relación a la muerte, el alma, la conciencia, el paraíso y el infierno.
En cuanto a algunos de esos detalles:
1. Jesús mencionó cuatro nombres (vrss. 20, 22, 29), dos de los cuales son muy populares:
►Abraham, cuyo nombre aparece en la lista de los héroes de la fe del libro de Hebreos (11.8-12), y como el padre de la fe en la epístola a los Gálatas (3.6-9, 14-18). Jesús no hubiera usado el nombre de Abraham para contarnos una historia ficticia, y mucho menos tratándose de un hombre tan respetado por los judíos: «¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió?» (Jn. 8.53a).
►Moisés, otro hombre sumamente respetado por los judíos. He aquí algunos pasajes bíblicos en los que se demuestra el respeto y la veneración que ellos sentían y expresaban por Moisés:
«(…) pero nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés (…)» (Jn. 9.28-29).
«Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios» (Hch. 6.11).
«pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés» (Hch. 6.14).
No hay necesidad de hablar acerca de él; basta con saber que Moisés fue el hombre que Dios escogió para sacar al pueblo hebreo de Egipto y a quien Él le entregó la Ley (Ex. 3.10; 24.12; Jn. 1.17; 7.19). De no haberse tratado de una historia verdadera, Jesús no hubiese mencionado su nombre.
►Los profetas. Y, aunque no se menciona ninguno de sus nombres en específico o en particular, Jesús no los incluiría en una historia ficticia. Los siguientes versículos demuestran el respeto que el pueblo judío sentía y expresaba por los Profetas:
«No penséis que he venido para abrogar la ley [Moisés] o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir» (Mt. 5.17).
«porque esto es la ley y los profetas» (Mt. 7.12).
«De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mt. 22.40).
«¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?» (Jn. 8.53).
«Vosotros sois los hijos de los profetas» (Hch. 3.25).
«Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad» (Hch. 13.15).
►Lázaro. Jesús no inventaría un nombre ficticio para ligarlo a tres nombres tan respetados por los judíos como lo son Abraham, Moisés y los Profetas. Esto le hubiera restado importancia a la trascendencia del liderazgo que estos hombres de Dios habían tenido.
2. Acerca del mendigo Lázaro, Jesús menciona que, después de haber muerto, fue llevado por los ángeles al seno de Abraham (vrs. 22). Esto implica que, antes del Señor haber muerto y haber resucitado, había un lugar, en el centro de la tierra, en dónde las almas de los justos que habían muerto iban a morar, y Abraham era el encargado de consolarlos. ¿Consolarlos de qué? De que vendría un Redentor que los sacaría de ese lúgubre lugar (Job 19.25-27) y los llevaría a un lugar de luz (Jn. 14.2-3).
Precisamente era a este sitio —al seno de Abraham— a donde Jesús prometió que llevaría al ladrón arrepentido (el que estaba en una cruz junto a Él, Lc. 23.40-43) cuando éste muriera. Cuando Jesús dijo: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso», se estaba refiriendo al lugar de descanso para los espíritus de los justos ubicado en el centro de la tierra, al cual el Señor llamó: el seno de Abraham. Recordemos que Jesús no ascendió al cielo inmediatamente después de Su muerte, sino que pasó tres días y tres noches en el centro de la tierra (Mt. 12.40; compárese con Sal. 16.10; Hch. 2.25-31). Así que, al haberle dicho a ese ladrón que estaría con Él en ese mismo día (hoy) en el paraíso, se estaba refiriendo al centro de la tierra, en donde también se encontraban Abraham (y Lázaro) y todos los justos que murieron durante la época del Antiguo Testamento.
[NOTA: Antes del Señor resucitar, trasladó el paraíso (el seno de Abraham) al cielo. «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad [las almas de los justos que estaban «prisioneras» en el centro de la tierra], y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (Ef. 4.8-10)]
3. El rico, después de haber sido sepultado, abrió sus ojos en el Hades (vrs. 23) —estando en tormentos. Esto nos habla de la existencia después de la muerte (Mt. 10.28). El cuerpo de quien muere alejado de Dios es sepultado (como todos los demás), pero su alma entra en la eternidad —una eternidad de tormentos.
4. El rico reconoció a Abraham y a Lázaro, pero, no obstante encontrase en el mismo lugar (el centro de la tierra), se hallaba en un área que estaba separada —por una gran sima— del área en donde estaban Abraham y Lázaro. Él estaba en el mismo sitio donde se encontraban las almas de todas las personas que murieron alejadas de Dios durante la época veterotestamentaria; los mismos espíritus a los que Cristo les fue a predicar mientras Él estuvo en el centro de la tierra (véase 1Pedro 3.19-20).
El hecho de que el rico haya recordado quienes eran Abraham y Lázaro demuestra que la memoria y la conciencia no dejan de existir después de la muerte. El cerebro NO ES la mente del ser humano, solamente es el órgano físico mediante el cual la mente del espíritu puede fabricar sus pensamientos y puede, también, expresarlos (usando la boca). La Biblia dice que Dios tiene mente (Ro. 11.34; 1Co. 2.16), pero que Él es Espíritu (Jn. 4.24); y un espíritu no tiene cuerpo (Lc. 24.39). Así que, en esta narración podemos ver a un hombre impío que murió y que fue sepultado, y que despertó —en su espíritu— solo para darse cuenta que estaba en el infierno, pudiendo aún recordar su pasado y el estilo de vida que llevó mientras estaba vivo en la tierra.
5. De la misma manera en la que un espíritu puede pensar (tiene mente) sin tener cerebro, también puede hablar sin tener la boca que tenía cuando tenía su cuerpo. La narración dice que el rico daba voces pidiendo a Abraham que tuviera misericordia de él (vrs. 24). Las palabras son pensamientos expresados a través de sonidos fonéticos producidos por la lengua a los cuales llamamos idiomas, lenguajes o dialectos. El cuerpo —y todo lo que podamos hacer a través de él— es solo el medio físico y visible que el espíritu usa para expresarse (mediante diferentes maneras) en esta vida.
6. Además del tormento mental (los recuerdos de la vida antes de llegar al infierno), el tormento es también físico. ¿Físico? ¿Acaso no habíamos establecido que un espíritu no tiene cuerpo? ¿Cómo, pues, puede un espíritu sufrir tormento físico? Jesús dijo que en el infierno «el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Mr. 9.44).
El espíritu no conoce leyes de la física; estas son para el cuerpo. Así como existe el fuego material, existe también el fuego que puede atormentar al espíritu. El mismo Dios que ha permitido la combustión, puede también crear un fuego que atormente al espíritu del ser humano, o pudo haber creado el espíritu humano sensible al fuego pese a no estar habitando más en el cuerpo. Si el descanso existe para el espíritu (en el paraíso), también existe el tormento —con recuerdos y fuego, y en el Hades— para los espíritus de los seres que no quisieron a Dios como Salvador.
La narración dice que el rico le suplicaba a Abraham que enviara a Lázaro para que mojara la punta de su dedo en agua, y refrescara su lengua; porque estaba siendo atormentado en una llama (vrs. 24). ¿Lengua; puede un espíritu tener lengua? 1Pedro 3.18-20 dice que Cristo, en espíritu (mientras Su cuerpo estaba en el sepulcro) fue (al centro de la tierra) a predicar a los espíritus de las personas que habían vivido durante la época del A.T. (el tiempo de Noé). Si el Señor (sin Su cuerpo) les predicó a tales espíritus, entonces tenía «una lengua», pero una lengua «espiritual». El espíritu no necesita del cuerpo para poder expresarse a no ser que sea en esta tierra. El espíritu puede hablar sin el cuerpo; el cuerpo es solo necesario en la tierra.
Dice el capítulo seis del libro de Apocalipsis que cuando el Cordero abrió el quinto sello, Juan vio bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían; es decir, las almas de las personas que el Anticristo asesinó por ellas haberse negado a adorarle. El pasaje continúa diciendo que éstas clamaban a Dios pidiendo que Él vengase sus muertes. Y cuenta la Escritura que se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos (vrss. 9-11).
En este relato podemos observar que:
○ Juan vio almas de seres que ya habían muerto
○ estas almas clamaban y pedían
○ se les dieron vestiduras blancas
○ se les dijo (entonces también oían)
○ que descansasen (sentían el reposo que recibían de parte de Dios en ese lugar de descanso)
Podemos, pues, apreciar en esta narración que los espíritus pueden ver, oír, hablar, recordar y sentir. Tomemos en cuenta que el ser humano es tripartito; tiene espíritu, alma y cuerpo. El espíritu es el que está consciente de Dios, el alma es la que está consciente de uno mismo, y el cuerpo es el que está consciente —a través de los cinco sentidos— del hábitat en el que vivimos mientras existimos en esta tierra. El espíritu y el alma son inseparables, pues el espíritu es la (o el que le da) vida al alma.
La historia del rico y Lázaro está plagada de muchas enseñanzas bíblicas paralelas de gran trascendencia. Es, por ende, imposible creer que simplemente se trata de una parábola. Es importante notar que en ninguna de las parábolas Jesús mencionó nombres propios —por más relevante que haya sido la moraleja del relato. No obstante, en esta historia el Señor mencionó los nombres de tres personajes, dos de los cuales la Biblia nos revela toda la historia de sus vidas e incluso sus líneas genealógicas —Abraham y Moisés. De modo que podemos concluir aceptando que la narración que Jesús hizo del rico y Lázaro es un hecho histórico y no una parábola —mucho menos una fábula o cuento de ficción.
¿Fue realmente Samuel quien —después de haber muerto— se le apareció a Saúl? —Parte 2
—1 Samuel capítulo 28.
I. El hecho de que este «personaje» predijera el futuro de Saúl y de su familia, no significa que era el profeta Samuel. De la misma manera que Dios envió a estos espíritus, y les permitió difundir información falsa para engañar a los enemigos de Israel, Él también pudo haber enviado el mismo espíritu que atormentaba a Saúl, pero, esta vez, con la información de lo que sería su destino (el de Saúl) con el fin de Dios cumplir Su propósito: quitar a Saúl de en medio.
Quizás Dios hizo lo mismo que había hecho cuando quiso acabar con Acab (1R. 22.19-23): preguntó al ejército de los cielos por alguno que estuviera dispuesto a aparecérsele a Saúl (por medio de la adivina de Endor), personificándose como Samuel, y decirle lo que le acontecería próximamente. Si este es el patrón que Dios usa cada vez que quiere deshacerse de Sus enemigos, entonces —y en forma de simulacro— lo que Dios hizo con Acab sería algo así como:
19 Entonces él dijo: Oye, pues, palabra de Jehová: Yo vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda.
20 Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Saúl [Acab], para que suba y caiga en el Monte de Gilboa [Ramot de Galaad]? Y uno decía de una manera, y otro decía de otra.
21 Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera?
22 Él dijo: Yo saldré, y me le apareceré a la adivina que él salió a consultar en Endor, personificándome como Samuel, diciéndole que morirá próximamente [y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas]. Y él dijo: te le aparecerás a la adivina de Endor, y, haciéndote pasar por Samuel, engañaras a Saúl [Le inducirás, y aun lo conseguirás]; ve, pues, y hazlo así.
23 Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de la adivina de Endor [todos tus profetas], y Jehová ha decretado el mal acerca Saúl [de ti] (1R. 22.19-23).
Si Dios usó con Saúl el mismo método que empleó con Acab, en verdad no lo sabemos; lo cierto es que el espíritu que le apareció a la adivina de Endor no era Samuel, sino un demonio.
II. Otro dato interesante que revela que este espíritu o personaje no era Samuel, es lo que Saúl le solicitó a la adivina que hiciera, y lo que esta vio. Los versos ocho y once dicen que Saúl le pidió a esta mujer que hiciera subir a Samuel de entre los muertos. Leámoslos textualmente:
8 Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere.
11 La mujer entonces dijo: ¿A quién te haré venir? Y él respondió: Hazme venir a Samuel.
Tomemos en cuenta que, de acuerdo con la Escritura:
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Nadie tiene poder para escoger a quien traer de la muerte. En la historia que Jesús narró de Lázaro y el hombre rico, este último le suplicaba a Abraham (el encargado de consolar a los justos que iban, después de muertos, a lo que, en aquel entonces, constituía el paraíso) que enviara a Lázaro a la casa de su padre, por cuanto tenía cinco hermanos que él no quería que vinieran al mismo lugar de tormento en donde él estaba. Y, como podemos apreciar en el relato, su petición le fue negada (véase Lucas 16.27-31).
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Dios no permite que consultemos a los muertos; estos tampoco tienen poder para aparecer a la gente. Ningún espíritu tiene poder de salirse del lugar en donde está (Lc. 16.26-29). Por ende, cualquier aparición del espíritu de cualquier persona, es meramente la aparición de un demonio, ya que «el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Co. 11.14).
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Dios no contradeciría Su Palabra.
Por lo tanto —y por tanta evidencia bíblica— Saúl, simplemente, estaba siendo engañado por un demonio. Tómese en cuenta que Saúl no vio que era Samuel; la adivina era quien describía el personaje (vrss. 13-14). Y aun si Saúl hubiera visto a al tal personaje, debe deducirse que el demonio tendría la capacidad para también engañar a Saúl, haciéndole creer que él era Samuel. Considérese, además, lo que la mujer dice: «He visto dioses (plural) que suben de la tierra» (vrs. 13). El espíritu no estaba solo. ¿En dónde quedaron los que lo acompañaban? Seguramente que este demonio estaba siendo acortejado por otros demonios.
III. Lo que dijo el espíritu: «mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos» (vrs. 19).
En tiempos del Antiguo Testamento los espíritus de los muertos iban al centro de la tierra (Mt. 12.40; Hch. 2.27, 31; Sal. 49.15; Ro. 10.7; 1P. 3.18-20; Lc. 16. 22-23; 1P. 4.6; Ef. 4.8-10). En medio de ese lugar había una gran sima que separaba a los espíritus de los injustos de los espíritus de los justos (Lc. 16.26). Es decir, había un espacio en donde moraban los espíritus de los que murieron salvos (Lc. 16.22) y en el otro lado se encontraban los espíritus de los condenados (Lc. 16.23). El lado en donde moraban los espíritus de los salvos era lo que se conocía como paraíso, que fue el lugar que Jesús le prometió al ladrón arrepentido que lo llevaría (Lc.23.43), y el lado de los espíritus condenados era el Seol (Job 28.5). Aunque el sitio en general (ambos lugares) era conocido como el Seol, Cristo especificó que la parte en donde iban los justos, después de la muerte, era el paraíso (Lc. 23.43). Después que Cristo resucitó, Él se llevó los espíritus de los salvos al cielo (Jn. 14.1-3; Ef. 4.8-10); y, seguramente, el espacio que era de los justos ahora también forma parte de la habitación de los espíritus de los injustos: el infierno.
Samuel era justo, por lo tanto, después de haber muerto, su espíritu moraba en el seno de Abraham. Saúl era injusto. El espíritu que la adivina vio le había dicho a Saúl que él y sus hijos estarían con él, en el mismo lugar que este se encontraba, dentro de poco tiempo. Lo cierto es que Saúl, bajo las condiciones en la que él murió, no podía estar juntamente con Samuel. Primero porque vivió una vida de desobediencia y rebeldía. Segundo por cuanto fue desechado por Dios. Tercero por haber consultado a una adivina. Y cuarto porque terminó suicidándose.
Seguramente que cuando el espíritu le dijo a Saúl «y mañana estaréis conmigo», le hablaba en forma general, refiriéndose al lugar donde iban todos los espíritus de los muertos —el centro de la tierra— sin especificar el lugar a donde iría Saúl: el infierno (Lc. 16.23). Saúl no mostró señales de arrepentimiento, sino que hizo con su vida lo que quiso; decidió cómo y cuándo moriría.
En conclusión, el espíritu que se le apareció a la adivina de Endor no era Samuel, sino un demonio. Por haberse apartado de la verdad, Dios le envió un poder engañoso, para que, creyendo en la mentira, Saúl se perdiera y fuera condenado (2 Tes. 2.10-12).
(Todas las citas bíblicas han sido tomadas de la Versión de la Biblia de Reina Valera de 1960.)
¿Fue realmente Samuel quien —después de haber muerto— se le apareció a Saúl? —Parte 1
—1 Samuel capítulo 28.
Sin duda que, de todas las historias de la Biblia, una de las más tristes, infaustas y tétricas es la del descenso y muerte de Saúl. Es muy luctuoso que un hombre escogido por Dios haya tenido un final tan calamitoso y nefasto.
Cuenta la Biblia que Saúl, en los últimos días de su reinado (y de su vida), y en su desesperación por intentar prevalecer en el trono de Israel después de haber sido desechado por Dios como rey, al verse rodeado por los filisteos, y al darse cuenta de que, al consultar a Dios, Jehová ya no le respondía «ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (1S. 28.6), consultó a una adivina; algo que Dios le había prohibido al pueblo de Israel hacer, y que Él aborrecía (Lv. 20.6, 27; Dt. 18.10). Incluso, el mismo Saúl perseguía a las adivinas y las mataba (1S. 28.9).
Interesantemente (y aparentemente), esta mujer logró hacer que el espíritu de Samuel regresara de la muerte —o del lugar en donde estaba— y se le apareciera para responder a las interpelaciones de Saúl. Muchos exégetas y eruditos de la Biblia consideran este evento como un acto sobrenatural permitido por Dios. Lo cierto es que, si Dios hubiera permitido esto, Él estaría objetando las reglas que Él mismo había decretado.
Dice el relato bíblico que Saúl le pidió a esta adivina que hiciera venir a Samuel de entre los muertos (vrs. 11), y que, efectivamente, así sucedió (vrs. 12-14). Algunas frases que aparecen en esta narración, y que pueden servir como evidencia para demostrar que fue realmente Samuel quien se le apareció a la adivina, son:
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«Saúl entonces entendió que era Samuel (…)» (vrs. 14).
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«Y Samuel dijo a Saúl (…)» (vrs. 15).
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«Entonces Samuel dijo (…)» (vrs. 16).
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«Entonces Saúl (…) tuvo gran temor por las palabras de Samuel (…)» (vrs. 20).
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Lo que Samuel dijo en el versículo 19: «Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos.», se cumplió (léase el capítulo 31).
No obstante parecer que en verdad fue Samuel a quien esta adivina vio, debe tenerse en cuenta que, el hecho de que el escritor bíblico haya empleado estos términos, no significa que en realidad las cosas hayan sucedido como se escribieron, sino que el escritor está contando los hechos como ocurrieron desde la perspectiva de los protagonistas de esta historia. Dicho esto en otros términos equivalentes, el escritor del libro de Samuel está contando las cosas de la manera en la que acontecieron, y no significa que lo que Saúl estaba experimentando era lo que en verdad estaba acaeciendo (de que realmente era Samuel quien se le había aparecido), pues, de ser así, este acontecimiento estaría contradiciendo el resto del contexto bíblico en relación a la aparición o manifestación de los espíritus de los muertos.
Para descubrir si en verdad era Samuel quien había hecho acto de presencia, tenemos que analizar otras declaraciones que también están en esta historia, como también investigar lo que el resto de la Biblia dice en cuanto a los espíritus de los muertos. Inclusive dentro del pasaje en cuestión (cp. 28), podemos inferir que el espíritu que se le había aparecido a la adivina de Endor NO ERA Samuel. Veamos lo que podemos encontrar dentro de la exposición:
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Dios se había apartado de Saúl: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl» (1S. 16.14a).
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Saúl lo sabía: «(…) y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños (..)» (1S. 28.15).
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El espíritu (del «supuesto» Samuel) también lo reconocía: «Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo?» (vrs. 16).
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Dios no le respondió a Saúl ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas: «Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas» (vrs. 6). Esto también Saúl lo sabía (vrs. 15).
Entonces, si Dios no le hablaba a Saúl por medio de profetas vivos, ¿lo habría de hacer a través de un profeta muerto?
Entendamos que Saúl —para consultar a Samuel— había utilizado un medio que Dios aborrecía: la adivinación. Dios, contundentemente, había prohibido consultar a los muertos: «Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos?» (Is. 8.19). Y ya bien sabemos que incluso Saúl ejecutaba a los adivinos, cumpliendo, de esta manera, el mandato divino. Dios no usa medios inicuos, tampoco precisa de prácticas que Él mismo prohíbe, para revelarse a Su gente.
Siendo así, ¿quién, pues, era el espíritu, o el personaje, que le había aparecido a Saúl (o a la viuda de Endor)?
El hecho de que la Escritura dice que Saúl entendió que rea Samuel quien se había aparecido, no significa que en verdad lo era. Los versículos 5 y 15 dicen que Saúl tenía miedo, que estaba turbado y muy angustiado. Esta condición se prestaba para que Saúl se convirtiera en una víctima del engaño de Satanás. Por ende, en su confusión, Saúl pudo entender lo que a él le traería satisfacción propia. Y el que se hubiese cumplido lo que el espíritu había dicho (vrs. 19) tampoco otorga credibilidad de que fue Samuel quien lo profetizó.
Antes de Saúl haber consultado a la adivina de Endor, Dios había enviado un espíritu malo (un demonio) para atormentarlo: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová» (1S. 16.14). La Biblia enseña que Dios se puede valer de lo que Él quiera para precisar sus propósitos: «Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo»; y que aun puede usar a quienes no le sirven, para lograr Sus objetivos: «Y aun al impío para el día malo» (Pr. 16.4). Dios puede usar incluso el demonio para conseguir realizar Sus planes: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (2S. 24.1). «Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1Cró. 21.1). Nótese que el primer verso dice que Jehová incitó a David a hacer el censo, mientras que el segundo verso declara que Satanás fue quien lo incitó. ¿Contradicción? En lo absoluto. Lo que acontece es que, el primer verso dice quién quería incitar a David a hacer el censo: Jehová, mientras que el segundo verso indica qué medio usó Dios para conseguirlo: Satanás. Ninguno de los escritores estaba equivocado; cada cual escribió desde la perspectiva del discernimiento e interpretación de los hechos. Uno escribió según ocurría los hechos, el otro escribió revelando el móvil detrás de los hechos.
Si el propósito de Dios era acabar con Saúl, Él usaría aun al mismo diablo para lograrlo.
La Escritura declara que Dios envió un espíritu malo entre Abimalec y los hombres de Siquem, y los de Siquem se levantaron contra Abimalec. Aunque ambos habían actuado juntos para matar a los setenta hijos de Jerobaal, hermano de Abimalec, Dios les envió un demonio para provocar enemistad entre ellos mismos y así vengar la muerte de estos setenta varones. Ambos, los hombres de Siquem y Abimalec, murieron a causa de ese conflicto —y por obra divina (Jue. 9.22-24).
La vez que Dios quiso traer juicio en contra del rey Acab, dice la Biblia que Él consultó al ejército de los cielos (ángeles) solicitando un voluntario que estuviera dispuesto a inducir al rey para hacerlo subir y caer en Ramot de Galaad (1R 22.19-23). El relato continúa diciendo que un espíritu salió y se puso delante de Dios, ofreciéndose para dicha tarea. Es fácil deducir que ese espíritu era un ángel caído (un demonio). Y lo era porque, mientras que los ángeles de Dios debatían sobre quién y cómo inducirían a Acab, este espíritu se ofreció a ser espíritu de mentira en la boca de todos los profetas del rey —y un ángel de Dios no habla mentira.
Y para quienes piensan que los demonios no tienen acceso a la presencia de Dios, véase lo que dice el libro de Job, de cómo Satanás se “coló” entre los ángeles del Señor para acusar a Job (1.6; 2.1). Apocalipsis 12.7-10 también revela que, en los tiempos escatológicos, Satanás intentará subir a donde está Dios (como acostumbraba hacerlo cada vez que quería acusar a los hijos de Dios), solo que en esa ocasión le será negada la entrada de una buena vez y para siempre.
Cuando Senaquerib, rey de los asirios, se propuso invadir a Ezequías, rey de Judá; Dios puso un espíritu malo que hizo que el mismo Senaquerib escuchara un rumor (falso) de que Tirhaca, rey de Etiopía, había salido para hacerle guerra (en su tierra). Lo que realmente había sucedido fue que el ángel de Jehová salió y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil (185,000). Senaquerib, creyendo que en verdad había sido invadido por el rey de Etiopía, huyó y volvió a Nínive, donde se quedó. Y aconteció que, mientras él adoraba en el templo de Nisroc, su dios, Adramelec y Sarezer, sus hijos, lo mataron a espada (2R. 19.7, 35).
En el caso anterior, Jehová puso espíritu de mentira en la boca de todos los profetas de Acab. En el suceso de Senaquerib, Dios puso un espíritu con un rumor falso en él mismo.
Los ángeles de Dios no obran el mal (1S. 29.9); no dicen mentira ni hacen engaño (2 S. 19.27), pues son santos (Mt.25.31), y saben discernir entre lo bueno y lo malo (2 S. 14.17). Tampoco entran en el cuerpo de ningún humano —ni aun de los salvos. Eso solo lo hacen los demonios (véase Mt. 12.43-45; Mr. 5.12-13; Jn. 13.27; Ef. 4.27).
El Padre Nuestro No Es Tan Solo Una Oración, También Es Una Revelación.
—Una Sinopsis.
Parte 1
Mateo 6:
9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Jesús no solo nos enseña a orar a través de este modelo de oración, sino que también nos revela grandes verdades espirituales. El Padre Nuestro es una oración que, además de acercarnos a Dios en busca de refugio, ayuda y consuelo, nos revela las profundidades de la sabiduría de Dios, Su poder, Su gloria, Su amor y Su carácter. Dios ha sido siempre exaltado. Dios sigue siendo exaltado. Dios será siempre exaltado.
1. Padre. Jesús nunca llamó a Dios por un Nombre Propio. Algunos nombres de Dios son: ELOHIM (en plural, representando y revelando la Divina Trinidad, véase Dt. 32.39): Dios «Creador, Todopoderoso y Fuerte» (Gn. 17.7; Jer.31.33); YHVH, YAHWEH: Jehová, SEÑOR (YO SOY, Ex. 3.14); EL SHADDAI: «Dios Todopoderoso, El Fuerte de Jacob» (Gn. 49.24; Sal. 132.2, 5). Pese a que Dios ya era conocido por Su pueblo por varios y diversos nombres, Jesús siempre Lo llamó y Lo reconoció como Su Padre.
Padre, en su significado más amplio, describe a Dios como el Productor de todas las cosas y el Creador del hombre: Padre Creador. De manera que, en lo que a creación respecta, todo puede ser denominado descendencia o producto de Dios. Él es el Creador de todas las cosas, tanto visibles como invisibles. Dios creó los cielos y la tierra, ángeles y a los seres humanos.
2. Nuestro. Pero Dios es Padre espiritual solamente de aquellos que son hermanos espirituales de Su Hijo Jesús; de aquellos que le recibieron como Salvador. «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn. 1. 12-13). «Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mr. 3.35). «El entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen» (Lc. 8.21).
Todos somos Sus criaturas, pero no todas Sus criaturas son Sus hijos, así como tampoco Él es Padre de todos. Por ejemplo, en una ocasión, cuando los fariseos alegaban ser hijos (descendientes) de Abraham, Jesús les respondió: «Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.» A lo que los fariseos replicaron: «(…) un padre tenemos, que es Dios.» El Señor les respondió: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Jn. 8.37-44).
A esto, el apóstol Juan añade: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios» (1 Jn. 3.8a,10). Tómese en cuenta que Juan se está refiriendo a la práctica del pecado —como estilo de vida— y no a la fragilidad humana que incluso los cristianos tenemos, con la que, muchas veces, e involuntariamente, le fallamos a Dios. Hay una diferencia entre pecar y practicar el pecado. En cuanto a pecar, el mismo Juan (bajo inspiración del Espíritu Santo, obviamente) dice: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1.8-10). Pero en relación a practicar (permanecer haciendo) el pecado, la aseveración es que «el que practica el pecado es del diablo.»
Con palabras como: «vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre [el diablo]», «vosotros hacéis las obras de vuestro padre [el diablo]» y «los deseos de vuestro padre [el diablo] queréis hacer», Jesús, con toda obviedad, enseña claramente que no todas las criaturas que Dios creó son Sus hijos, y que el estilo de vida que elijamos seguir define quién es nuestro padre. Si elegimos continuar viviendo (practicando) una vida sumergidos en el pecado, y no nos arrepentimos y no nos convertimos a Cristo, indiscutiblemente, Dios no es nuestro Padre.
3. Que estás en los cielos. El cielo es el trono de Dios. «Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies» (Is. 66.1a). Él mora en los cielos, y específicamente en el tercer cielo. «Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos [1er cielo], los cielos [2do cielo] de los cielos [3er cielo], no te pueden contener» (1 R. 8.27).
Y desde los cielos Dios oye, ve, tiene conocimiento y control de todo lo que ocurre en la tierra y en el universo: «Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; Sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres» (Sal. 11.4).). «Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?» (Dn. 4.35).
Nuestro Padre desde el cielo nos bendice (Dt. 26.15; Gn. 49.25; Ef. 1.3), nos ayuda (Sal. 34.17-18), nos consuela (Sal. 34.19), nos salva (Neh. 9.27; Sal. 20.6; Sal 57.3; 91.11-12, y nos protege.
Y algún día, al final de nuestra jornada terrenal, estaremos con Él permanentemente en los cielos. «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Jn. 14.2-3).
4. Santificado sea tu nombre. El nombre de Dios revela Su carácter. Si Él santo, Su Nombre también lo es. Dios es Santo; esto es: Único, distinto, especial, y sin pecado. Tenemos, pues, que santificar Su Nombre, es decir, tratarlo como lo que él es: único, distinto, especial; sin pecado. No podemos tratar el Nombre de Dios ordinariamente, comúnmente o corrientemente, sino santamente, de manera especial porque él (Su Nombre) es santo. «No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano» (Ex. 20.7).
Acerca de Su nombre Dios dice: «y me mostraré celoso por mi santo nombre» (Ez. 39.25c). Dios dijo a los levitas: «Y no profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo Jehová que os santifico» (Lv. 22.32). David exhortó a los israelitas: «Dad a Jehová la honra debida a su nombre» (1 Cró. 16. 29a).
5. Venga Tu Reino. Ese reino ya está en la tierra, en medio nuestro, de forma espiritual. «Porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros» (Lc. 17.21b). Nosotros somos los representantes de ese reino. «Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí» (Lc. 22.29). «Y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria» (1Ts. 2.12). Solo hay que esperar que ese reino se manifieste de manera completa. Esto sucederá durante el retorno visible de Cristo (Ap. 19.11-21), cuando Él establecerá Su Trono en la tierra por un periodo de mil años (cp. 20.4), luego del cual —y después del juicio ante el Gran Trono Blanco (o Juicio Final, cp. 20.11-15)— el reino será trasladado (o continuará) en la Nueva Jerusalen (cp. 21).
Mientras tanto, debemos dedicarnos a expandir este reino. «Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia» (He. 12.28). Y eso lo hacemos predicando el evangelio al mundo, para que los que aún no son de este reino, vengan a formar parte de él. «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mr. 16.15). «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mt. 28. 19-20).
6. Hágase tu voluntad. La voluntad de Dios es la prioridad del cristiano. Y esa voluntad es nuestra santificación —que nos apartemos de toda inmundicia y contaminación del cuerpo, de la mente, del alma y del espíritu. «Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Tes. 4.3a). «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Co. 7.1). «Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios» (1P. 4.2).
Dios quiere que vivamos apartados del pecado y consagrados a Jesús.
7. Como en el cielo, así también en la tierra. Todas las criaturas celestiales obedecen a Dios. Aun Jesús, mientras estuvo en la tierra, hizo la voluntad del Padre. «Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Jn. 4.34). «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Jn. 5.30). «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn. 6.38).
Nosotros, pues, tenemos que hacer Su voluntad. «Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor» (Ef. 5.17). Nada debe impedir que agrademos a Dios, y esto se logra haciendo Su voluntad. «Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Jn. 8.29).
¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? —Parte 4 (Final)
La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!
13. Ahora bien, la vida eterna comienza en el momento que conocemos a Jesús (estando en nuestros cuerpos mortales), pero continúa o se extiende después de la muerte. Es ahí donde esta vida eterna pasa —parcialmente— a la eternidad con Dios.
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“El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12.25).
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“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6.8).
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“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6.22-23).
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“(…) y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13.48).
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“para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.15).
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“conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (Judas 21).
¿Por qué dije, al principio de este punto, que después de la muerte la vida eterna pasa —parcialmente— a la eternidad con Dios? ¿Por qué lo de parcialmente? Porque la vida eterna incluye el cuerpo, y la muerte lo destruirá (temporalmente), pues el cuerpo que actualmente tenemos es corruptible; entonces continuaremos la vida eterna en el paraíso, sin cuerpo (de ahí lo de parcialmente), hasta que Dios lo resucite y lo transforme, para entonces continuar viviendo la vida eterna en la eternidad con Dios, y con el cuerpo transformado. De esto nos ocuparemos en el próximo punto, pero para mientras: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1Corintios 15.51-54).
14. ¿Y qué del cuerpo; acaso no estamos supuestos a entrar a la vida eterna en alma y cuerpo?
Para COMENZAR a disfrutar de la vida eterna NO NECESITAMOS morir y entrar al paraíso, o ser resucitados con un cuerpo transformado e inmortal. Ya sabemos lo que dijo Jesús, que la vida eterna comienza cuando creemos en Él: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6.47). De esto se discutió ampliamente al principio de este articulo (véase la Parte 1 de esta publicación).
La vida eterna comienza en el presente (con este cuerpo, cuando creímos), continúa en el paraíso (sin este cuerpo), y trasciende o se extiende —para siempre— en la resurrección, cuando Dios nos devuelva el cuerpo, pero transformado, para vivir eternamente con Él esta vida eterna que ya hemos comenzado a vivir.
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“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6.40).
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“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6.54).
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“vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Romanos 2.7).
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“Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1Corintios 15.53).
¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? — Parte 2
La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!
4. ¿Sabes en qué consiste la vida eterna?
La vida Eterna no consiste solamente en NO MORIR; esto es inmortalidad, y forma parte de lo que Cristo logró para nosotros con su muerte: «(…) nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (…)» (2 Timoteo 1.10).
La vida eterna consiste en conocer a Dios el Padre y a Jesucristo Su Hijo. Jesús lo dijo así: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17.3).
5. ¿Y sabes por qué la vida eterna consiste en conocer a Dios el Padre y a Jesucristo Su Hijo?
a. Porque Dios es la vida eterna: «Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5.20). [Véase el punto No.1.]
b. Si Dios es la vida eterna, entonces en Él está la vida eterna. De manera que quien conoce y tiene a Dios como su Salvador, tiene la vida eterna. Se necesita a Dios para tener vida eterna. «este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5.11-12). [Véase el punto No. 2.]
c. Si adoramos y servimos a un Dios que es Eterno, necesitamos la eternidad para conocerlo plenamente. Dicho esto en otros términos equivalentes, Si Dios es eterno, se necesita (de) la eternidad para conocerlo. Se necesita a Dios para tener la vida eterna y se necesita la vida eterna para conocer a Dios.
6. ¿Y sabes qué significa conocer a Dios?
En el lenguaje bíblico, conocer —entre las distintas aplicaciones que tiene— es una palabra que también se usa para referirse a la intimidad que se tiene con alguien dentro de una relación. Por ejemplo, dentro del matrimonio se usaba para referirse a la intimidad sexual que existía entre una pareja.
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“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín (…)” (Génesis 4.1).
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“Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc” (Génesis 4.17).
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“Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set” (Génesis 4.25).
7. Cuando la palabra conocer es usada en relación a Dios, significa tener una relación espiritual íntima con Él y con Su Hijo.
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“el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14.17).
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“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2.19). La frase “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” indica la clase de relación íntima que debemos tener con Dios; una vida de santidad, de separación para Él.
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“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4.7). El amor que tenemos por los demás indica si en verdad tenemos una relación íntima con Dios, pues, el que ama a Dios, tiene que también amar a los demás, porque: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4.20). Además: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13.35).
La mejor definición para entender el significado que la palabra conocer tiene, en términos de la intimidad espiritual que debe existir entre un individuo y Dios, se encuentra en las palabras que nuestro Señor Jesucristo dijo en los siguientes pasajes bíblicos.
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“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7. 21-23).
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“Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois.Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13. 24-28).
En estos versos podemos apreciar cómo no todos los que dicen conocer a Dios realmente lo conocen. Con palabras como «apartaos de mí hacedores de maldad», es fácil notar que la relación que estas personas tenían con el Señor no era genuina, pese a las cosas que ellas alegaban hacer (hablar en lenguas, hacer milagros, etc.). Pues, la respuesta que Él les da: «Nunca os conocí» y «No sé de dónde sois», muestra claramente que no existía tal clase de relación entre ellos y Dios.
Con la frase “sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”, nuestro Señor Jesucristo define en qué consiste la relación íntima que Dios quiere que tengamos con Él; una relación en la que Sus hijos conocen lo que su Padre quiere y lo que a Él le agrada que hagamos. Esta era la clase de relación que Jesús tenía con el Padre.
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“así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre (…)” (Juan 10.15).
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“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8.29).
Y esta es la clase de relación que Jesús identificó como la que realmente determina si en verdad conocemos a Dios y tenemos intimidad con Él.
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“Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen” (Lucas 8.21b).
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“Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12.50).
Bien sabemos que un hermano, una hermana y una madre son personas con quienes nuestra relación es de carácter íntimo. Es por eso que nuestro Señor, a través de estas palabras, simplemente nos está indicando que quienes pretendemos, pretendamos —o queramos— tener una relación íntima con Dios, tenemos que hacer Su voluntad; y que una íntima relación con Dios es hacer (y se consigue) haciendo la voluntad de Dios.
Pero para hacer la voluntad de Dios, primeramente hay que conocerla.
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“Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5.17).
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“(…) para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.2b).
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“(…) que seáis llenos del conocimiento de su voluntad (…)” (Colosenses 1.9).
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“dándonos a conocer el misterio de su voluntad” (Efesios 1.9a).
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“(…) El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad” (Hechos 22.14).
Conocer la voluntad de Dios es el primer paso que nos llevará a tener una relación íntima con Él, pero hacer Su voluntad es lo que realmente nos une a Él en esta clase de relación, y es lo que determina si realmente Le conocemos. Esto último es lo que Jesús claramente dio a entender con las frases: sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos; y entonces les declararé: Nunca os conocí; No sé de dónde sois. Nótese cómo en estas frases, el verbo conocer está relacionado a hacer la voluntad de Dios.
8. ¿En qué consiste tener una relación espiritual íntima con Dios?
Consiste en dos cosas, a saber:
a. en descubrir y saber Quién y cómo es Dios (Su naturaleza: Eterno, Omnipotente, Omnisciente, Infinito, etc., etc. Su carácter: bondadoso, misericordioso, amoroso, Santo, Justo, etc., etc.)
b. en adorarle, buscarle, obedecerle y someterse a Su Voluntad. (Véase el punto No.13; en la próxima publicación.)
(He escrito y publicado otros artículos más extensos en una sola pieza en este blog, pero como algunas personas me han dicho que algunas de mis entradas son muy largas, he decidido dividirlas y publicarlas en varias partes para hacer más fácil y más amena su lectura.)
¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? — Parte 1
La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!
La vida eterna NO COMIENZA después que uno muere. Lo que comienza después de la muerte es la eternidad —con Dios, si nos rendimos a Él mientras estábamos en vida; o en el infierno, si rechazamos adorarle y servirle.
Interesantemente, la vida eterna COMIENZA desde el mismo momento que uno cree en Jesús y Lo acepta como Salvador. Jesús dijo:
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«De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6.47). Nótese que Él NO DIJO tendrá vida eterna, sino «tiene» vida eterna —tiempo presente.
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“El que cree en el Hijo tiene vida eterna (…)” (Juan 3.36).
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“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5.24).
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“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5.13).
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“y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10.28).
1. ¿Y sabes por qué la vida eterna comienza en el mismo momento en el que uno cree en Jesús?
Porque Jesús es la vida eterna.
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“(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)” (1 Juan 1.2).
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“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5.20).
2. Jesús es la vida eterna, y por lo tanto, recibirlo a Él es recibir la vida eterna, pues en Él está la vida eterna.
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“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5.11).
De manera que, tener a Jesús es tener la vida eterna en el presente.
3. ¿Cómo o cuándo comienza la vida eterna?
Ya se dijo que la vida eterna comienza en el preciso momento en el que creímos en Jesús y lo recibimos como Salvador. Ahora bien, el proceso es el siguiente:
a. La vida eterna comienza con la resurrección de nuestro espíritu, que estaba muerto: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados» (Efesios 2.1).
b. Esta resurrección ocurre o toma parte durante el nuevo nacimiento: “Os es necesario nacer de nuevo. (…) el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (…) el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3.7, 3, 5).
El agua es símbolo de la Palabra de Dios: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.26) y del Espíritu Santo: “(…) de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él (…)” (Juan 7. 38-39). En este verso los dos se mencionan para describir el papel que ambos desempeñan en el nuevo nacimiento.
El nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo, Quien usa el agua —la Palabra de Dios, que fue implantada en nosotros a través del mensaje que escuchamos, que nos fue predicado: “(…) la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1.21) —y Él, conjuntamente con la Palabra, nos hizo nacer de nuevo:
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“El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad (…)” (Santiago 1.18).
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“siendo renacidos, (…) por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1Pedro 1.23).
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“nos salvó, (…) por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3.5).
c. En este proceso, Dios nos imparte la vida de Cristo:
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«este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5.11-12).
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«aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo« (Efesios 2.5).
Si la vida que Dios nos impartió es la vida de Cristo (“Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo”), entonces es vida eterna, pues Jesús es la vida eterna.
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“(…) y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1Juan 5.20).
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y “El que tiene al Hijo, tiene la vida.” (vrs. 12a).
(He escrito y publicado otros artículos más extensos en una sola pieza en este blog, pero como algunas personas me han dicho que algunas de mis entradas son muy largas, he decidido dividirlas y publicarlas en varias partes para hacer más fácil y más amena su lectura.)
Sentado En Los Lugares Celestiales… ¡la posición desde donde operamos!
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:4-6. Versión Reina-Valera 1960).
De lo que este pasaje bíblico habla es de nuestra posición en Cristo; el lugar espiritual en donde Él nos puso. Ahora bien, en tiempo real nuestros pies están aquí, sobre la faz de la tierra. Pero el verso dice que estamos sentados en el cielo con Jesús. ¿Cómo, pues, podemos explicar esto? Lo que esto quiere decir es que esta vida cristiana que vivimos aquí en la tierra, en este cuerpo, opera desde los lugares celestiales, de arriba hacia abajo; tiene su origen en el cielo. Lo que ocurre en los lugares celestiales se manifiesta —o lo manifestamos— aquí en la tierra.
La vida nueva es una vida divina; es decir, proviene de Dios. Es una vida sobrenatural; es la vida de Cristo. “Ya no vivo yo mas vive Cristo en mí” (Ga. 2.20). Cristo tiene su trono en el cielo; estamos sentados con Él en el cielo. Su vida se manifiesta desde el cielo en nosotros y a través de nosotros aquí, en la tierra. Eso es lo que dice el verso seis, que Dios nos dio vida y nos sentó con Cristo en los lugares celestiales, y desde ahí funcionamos espiritualmente.
Todo lo que somos y lo que recibimos para ser y hacer viene desde el lugar en donde estamos sentados con Cristo. Ese es el cuartel general y el almacén espiritual del cristiano. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados, estábamos en la tierra; ahora estamos vivos desde el cielo. Es como la televisión vía satélite. El televisor está aquí, en la tierra, pero la transmisión viene del espacio, del cielo, a través del satélite que, desde allá, envía la señal digital, y el televisor la recibe aquí.
¿Quieres un ejemplo bíblico? Jesús dijo que todo lo que atemos en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatemos en la tierra, será desatado en el cielo (Mt. 18.18).
Independientemente del significado que pueda tener ‘todo’, atar y desatar tiene que ver con la autoridad que el cristiano puede ejercer aquí en la tierra, que le es otorgada desde el cielo. Es decir, nuestra actividad cristiana terrenal está conectada con la actividad espiritual que ocurre en los lugares celestiales. Lo que podemos hacer aquí es aprobado en el cielo porque desde allí fue que Dios lo predispuso.
Otro ejemplo:
La Biblia dice que somos reyes y sacerdotes. Ahora bien, ¿hay algún cristiano, miembro de una iglesia, que tiene un cetro en su mano derecha, una corona en su cabeza, y que está vestido con ropas reales, y está sentado en un trono, y está encargado de alguna ciudad o país? Fíjese que la Biblia dice que ‘somos’ reyes y sacerdotes; no dice que seremos reyes y sacerdotes.
¿Cómo es esto?
El rey era el encargado de que al pueblo se le enseñara la Palabra de Dios. El sacerdote era el responsable de ofrecer sacrificios de expiación por los pecados del pueblo y traer ofrendas de adoración. Rey simboliza autoridad, ley. Sacerdote simboliza adoración. La iglesia es responsable de ambas cosas; de enseñar la Palabra y de llevar al pueblo a la adoración a Dios.
Esto que ahora hacemos desde un carácter espiritual, un día cobrará sentido literal o visible y tangible. Lo que ahora hacemos sin cetro y corona, un día lo haremos con cetro y corona. Estaremos encargados de hacer lo que ahora hacemos en la iglesia durante el milenio; y después, en el mismo cielo.
Así que si la Biblia dice que somos reyes y sacerdotes, lo somos. Si también dice que estamos sentados en los lugares celestiales con Cristo, lo estamos. Simplemente estamos operando nuestra vida cristiana en un lugar temporario. Nuestra capital está en los cielos.
La Biblia dice que nuestra ciudadanía está en los cielos; que somos peregrinos y extranjeros en esta tierra. Que pongamos la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Que busquemos las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col. 3. 1-2). ¿Sabes por qué? Porque arriba es que está el lugar celestial en donde estamos sentados juntamente con Cristo.
Dios no nos sentó en los lugares celestiales con Cristo para que vivamos una vida inferior a la que Él diseñó para nosotros: la vida nueva, la vida de Cristo.
¿Puede Un Cristiano Morir Antes De Tiempo?
Es obvio que una persona que vive un estilo de vida desordenada puede acortar sus años de vida. El individuo que incurre en el uso habitual y excesivo de drogas y alcohol es un buen candidato para morir antes de tiempo. Los mismos fabricantes de cigarrillos advierten al consumidor que fumar puede causar cáncer. Esto implica que quienes no fuman, no sólo pueden vivir más saludables, pero también pueden vivir por más tiempo. Aun el comer indebidamente —alimentos altos en grasa animal o saturada, azúcar refinada, sodio, embutidos, etc. — pueden producir enfermedades incurables como la diabetes, enfermedades del corazón, osteoporosis, cáncer, hipertensión arterial, entre otras, que pueden terminar con la vida de quienes la padecen.
Bíblicamente, en el ámbito espiritual sucede igual. La gente de Dios puede morir antes de tiempo.
Previo a la amplificación de este tópico, quiero mencionar que los malos, o los impíos (los pecadores, los que aún no han rendido sus vidas a Jesús), también pueden morir prematuramente. Las siguientes citas bíblicas pueden demostrar la veracidad de este asunto.
“No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo?” (Ecl. 7:17).
“¿Quieres tú seguir la senda antigua que pisaron los hombres perversos, los cuales fueron cortados antes de tiempo (…)?”(Job 22:15-16a).
“No confíe el iluso en la vanidad, porque ella será su recompensa. El será cortado antes de su tiempo” (Job 15: 31-32).
Estos pasajes explican por qué los impíos pueden morir antes de tiempo: por hacer el mal. Ahora bien, no sólo los malos pueden morir antes de tiempo, también los buenos pueden morir antes de tiempo, pero por razones diferentes: por no hacer lo que Dios ordena que tienen que hacer, por hacer lo que Él dice que no tienen que hacer, por manejar incorrectamente, desaliñadamente o irreverentemente las cosas divinas, o por cometer algún pecado aberrante. Todas estas acciones se pueden resumir en una de estas palabras: desobediencia, rebelión, irreverencia, profanación.
Un ejemplo de no hacer lo que Dios dice que tenemos que hacer, es lo que dijo Jesús: «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará (…) «(Jn. 15:2). La frase “en mí” claramente indica que el Señor se está refiriendo a los que creen en Él, a sus seguidores. El Señor amplificó lo dicho en este verso en la parábola de la higuera estéril:
6 Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.
7 Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?
8 Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.
9 Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después. (Lc. 13: 6-9).
A veces Dios quita —o corta: término bíblico para referirse a matar o quitar la vida [véase Lv. 17:14; 22: 3; Ez. 14: 7-8]—de la tierra al cristiano que no lleva fruto para Él, más bien, y como dice el verso siete, “inutiliza también la tierra” (sirve de mala influencia a los demás dándoles mal ejemplo, además de agotar los recursos que otros pueden aprovechar); tampoco cumple el propósito para el que Dios lo llamó, y como dice Santiago 4.17: «al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.» Y la paga del pecado [para el redimido] puede ser muerte física.
El Pecado De Muerte: Qué Es, Y Quiénes Lo Cometen.
Otras veces Dios quita la vida al cristiano que hace algo que ofende tanto a Dios, o que tiene una conducta que sirve de tropiezo a la iglesia, que Él prefiere abreviar la vida a esa persona; decide que no merece estar más tiempo en la tierra. Esto es a lo que parece referirse Juan, y a lo que él llama pecado de muerte. Un pecado que quien lo comete provoca que Dios le aplique la muerte como disciplina drástica. Dios le perdona el pecado, pero no le permite vivir más sobre la tierra. Un hecho trágico, ya que esa persona, de no haber asumido esa conducta, hubiera vivido más tiempo, teniendo otras oportunidades de servir a Dios, de llevar más fruto, y de, al final, alcanzar mayor recompensa. El cristiano que muere antes de tiempo, independientemente de la causa por la que esto suceda, pierde el privilegio y la oportunidad de recibir mayor galardón en el día del tribunal de Cristo, el día de las recompensas.
“Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte” (1 Juan 5: 16-17).
Debe inferirse que el individuo que comete cualquiera de estas dos clases de pecado —el que no es de muerte y el que lo es— tiene que ser cristiano, ya que Juan se refiere a él como hermano. También debe entenderse que Juan hace alusión a muerte física como castigo inmediato por la grave ofensa cometida, y no a muerte espiritual o eterna. Esto fácilmente se puede deducir considerando lo que él mismo dice: “Toda injusticia es pecado.” A lo que Pablo añade: “la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). La paga del pecado del que Juan menciona no puede ser muerte espiritual ni eterna (como la que describe Pablo), ya que es bien sabido que ser cristiano no garantiza que nunca vayamos a pecar. El mismo Juan lo implica cuando dice “Si alguno viere a su hermano cometer pecado” (1 Jn. 5:17). Y, en otra parte, Juan también dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1: 8, 10). En el verso 9 de este mismo capítulo, Juan nos exhorta a confesar nuestros pecados, implicando, como ya él lo dijo en los versos anteriores, que los cristianos aún podemos pecar. A lo que Eclesiastés añade: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20).
Si cada vez que el cristiano peca muere espiritualmente (ni mencionar morir eternamente), nunca sería salvo, puesto que son muchas las faltas que cometemos en lo que llegamos a una edad espiritual madura en la que la tendencia a pecar es conquistada; además, el sacrificio de Cristo sería en vano, ya que la Biblia dice que Él murió una sola vez por el pecado.
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos (…) para salvar a los que le esperan” (He. 9:28).
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, (…) para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18).
¿Has pensado alguna vez en el hecho de que Cristo murió una sola vez (de una vez por todas) por todos nuestros pecados cuando tú y yo aún no habíamos nacido? El poder de Su sacrificio no solo borra los pecados del pasado, sino que Su sangre tiene poder para limpiar los pecados del futuro —las faltas que mañana tal vez tú y yo podamos cometer. Los pecados que cometimos en el pasado, un día fueron los pecados del futuro, cuando todavía no los habíamos cometido. Si Él solo perdonara los pecados de hoy, mañana no seríamos salvos.
Un ejemplo de muerte física como disciplina drástica por cometer un pecado considerado grave o intolerable, es el que está registrado en:
1 Corintios 11: 27-34.
27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.
30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.
31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;
32 mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.
33 Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros.
34 Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio.
La Santa Cena —la Última Cena, la Cena del Señor; u otros nombres con los que se conoce— había sido instituida por Jesús en memoria de Su muerte: “Haced esto en memoria de mí” (Lc. 22:19c; Mt. 26: 26-28). Quienes la celebramos y participamos de ella, anunciamos al mundo la muerte de Jesús “hasta que él venga” (1 Co. 11: 26).
En la iglesia de los corintios, muchos no supieron discernir la solemnidad de este evento ni la seriedad con la que se debía proceder para participar en esta Santa Celebración, y profanaban este acto mediante una conducta irreverente y mundana. Trataban la Cena del Señor como una comida cotidiana o corriente; no comían en sus casas, sino que esperaban el momento de congregarse para venir a mitigar el hambre usando los elementos de la Cena, el pan y el vino (11: 20-22). No tomaban en cuenta el propósito por la que la Cena había sido instituida ni a la Persona que la había instituido. El apóstol Pablo les reprendió: “Esto no es comer la cena del Señor” (v. 20).
Pero esta no era la única falta que los corintios cometían. Entre ellos había divisiones, y no las confesaban; tampoco se arrepentían a la hora de acercarse a participar de la Cena (v. 18). Pablo les advirtió que actuando así solo se congregaban para lo peor, para recibir castigo [juicio] (vs. 17, 34).
Sumada a la reprensión y a la advertencia de Pablo, está lo que él también dice en el verso 30: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.” Estas eran —y son— las consecuencias de haber tomado la Cena “indignamente.” Unos habían enfermado y debilitado físicamente, y otros habían muerto.
En la Biblia, la palabra que frecuentemente se usa para referirse a la muerte del cristiano es dormir. Jesús la empleó cuando Lázaro murió:
11 Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.
12 Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará.
13 Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.
14 Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto. (Lc. 11:11-14)
En la iglesia de Corinto muchos de sus miembros murieron antes de tiempo por tomar la Cena del Señor indignamente, por profanar las cosas sagradas de Dios, esto es, por cometer un pecado de muerte. Esta debe ser una solemne advertencia para los que quedamos vivos, para que rindamos la debida reverencia a los asuntos divinos.
Entonces, hay pecadores que mueren antes de tiempo por hacer mucho el mal. Pero también hay cristianos que mueren antes de tiempo por hacer las cosas mal o por no hacer las cosas buenas que deben hacer.
“El temor de Jehová aumentará los días; Mas los años de los impíos serán acortados” (Pr. 10:27).
Ejemplos de hombres malos que murieron antes de tiempo.
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Los hijos del profeta Elí.
1 Samuel 2: 12-25, 29, 34; 4:11.
12 Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.
17 Era, pues, muy grande delante de Jehová el pecado de los jóvenes; porque los hombres menospreciaban las ofrendas de Jehová.
22 Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión.
23 Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes.
24 No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová.
25 Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Juan 5:16b) Pero ellos no oyeron la voz de su padre, porque Jehová había resuelto hacerlos morir.
29 ¿Por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?
34 Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán en un día.
11 Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees.
De acuerdo a los versículos 17 y 29, los hijos de Elí profanaban y menospreciaban los sacrificios y las ofrendas que el pueblo le ofrecía a Dios. El verso 22 menciona como fornicaban con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo; y como inducían —por medio del ejemplo— a la gente a hacer lo mismo (v. 24). Esto desagradó tanto a Dios, que Él les quitó la vida. La maldad de ambos los llevó a que murieran antes de tiempo.
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Saúl.
(1 Crónicas 10: 4, 13-14)
4 Entonces dijo Saúl a su escudero: Saca tu espada y traspásame con ella, no sea que vengan estos incircuncisos y hagan escarnio de mí; pero su escudero no quiso, porque tenía mucho miedo. Entonces Saúl tomó la espada, y se echó sobre ella.
13 Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina,
14 y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí.
Fíjese que el verso 14 dice que Dios fue quien lo mató. Sin embargo, el verso 4 dice que Saúl se suicidó. ¿Alguna contradicción? No. ¿Cómo pues armonizamos las dos declaraciones?
A principio de su reinado, después que Saúl se había rebelado contra Dios, es decir, no había hecho las cosas según Dios las había prescrito (ver 1 S. 15: 23b- 24), y Dios lo había desechado, Dios le enviaba un demonio para atormentarlo (ver cp. 16: 14). Tal parece que después de Dios decidir que Saúl no era útil para nada, Dios le envió el mismo espíritu (demonio) para que éste sembrara en la mente de Saúl pensamientos suicidas, y así quitarlo de en medio, irónicamente, usando (Saúl) sus propios métodos, sus propias manos y su espada.
Fue por un espíritu malo que Saúl trató de matar a David (1 S. 18: 10-11; 19: 9- 10). Si fue por este espíritu que Saúl trató de matar a David, ¿no podía Dios usar el mismo método para matar a Saúl, haciendo que, en vez que esta vez tratara de matar a David, se matara a sí mismo?
Saúl murió antes de tiempo por haberse rebelado contra Dios, por no hacer las cosas de acuerdo a como Dios se las había dicho.
Ejemplos de hombres buenos que murieron antes de tiempo.
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Moisés y Aarón.
Números 20: 7-13, 22-29.
7 Y habló Jehová a Moisés, diciendo:
8 Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.
9 Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó.
10 Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?
11 Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.
12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
13 Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos.
22 Y partiendo de Cades los hijos de Israel, toda aquella congregación, vinieron al monte de Hor.
23 Y Jehová habló a Moisés y a Aarón en el monte de Hor, en la frontera de la tierra de Edom, diciendo:
24 Aarón será reunido a su pueblo (puede referirse tanto al sepulcro como al lugar de descanso o paraíso), pues no entrará en la tierra (pues Dios le quitará la vida) que yo di a los hijos de Israel, por cuanto fuisteis rebeldes a mi mandamiento (este es el pecado que causó su deceso) en las aguas de la rencilla.
25 Toma a Aarón y a Eleazar su hijo, y hazlos subir al monte de Hor,
26 y desnuda a Aarón de sus vestiduras, y viste con ellas a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a su pueblo, y allí morirá.
27 Y Moisés hizo como Jehová le mandó; y subieron al monte de Hor a la vista de toda la congregación.
28 Y Moisés desnudó a Aarón de sus vestiduras, y se las vistió a Eleazar su hijo; y Aarón murió allí en la cumbre del monte, y Moisés y Eleazar descendieron del monte.
29 Y viendo toda la congregación que Aarón había muerto, le hicieron duelo por treinta días todas las familias de Israel.
El hecho de que Dios no les permitiera ambos entrar a la tierra prometida (vs. 12) por causa de su rebelión (vs. 24), implica que si ellos hubieran obedecido a los mandamientos de Dios, sus vidas hubiesen sido prolongadas.
Deuteronomio 34.4-5.
4 Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá.
5 Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová.
6 Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy.
7 Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.
Nótese que el verso siete destaca que la condición física de Moisés era óptima, «sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.» En aquellos tiempos, la edad de 120 años se consideraba como una edad muy joven. Esto claramente indica que Moisés murió antes de tiempo. Moisés cumplió en parte el propósito de Dios, pero no pudo entrar al pueblo de Dios, ni a sí mismo, a la tierra prometida, y esto era parte en el plan de Dios.
Muchos cristianos cuyos cuerpos yacen en los sepulcros y sus almas están en el cielo, no completaron a cabalidad el propósito que Dios había diseñado para sus vidas, por cuanto murieron antes de tiempo.
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Uza.
Números 4: 5,15.
5 Cuando haya de mudarse el campamento, vendrán Aarón y sus hijos y desarmarán el velo de la tienda, y cubrirán con él el arca del testimonio;
15 Y cuando acaben Aarón y sus hijos de cubrir el santuario y todos los utensilios del santuario, cuando haya de mudarse el campamento, vendrán después de ello los hijos de Coat para llevarlos; pero no tocarán cosa santa, no sea que mueran. Estas serán las cargas de los hijos de Coat en el tabernáculo de reunión.
1 Crónicas 13: 9-10.
9 Pero cuando llegaron a la era de Quidón, Uza extendió su mano al arca para sostenerla, porque los bueyes tropezaban.
10 Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió, porque había extendido su mano al arca; y murió allí delante de Dios.
Según los versos 5 y 15 del capítulo 4 de Números, Aarón y sus hijos cubrirían el arca a la hora de mudarla de sitio, y los hijos de Coat la cargarían con varas. El arca tenía unos anillos adheridos por los lados por donde se introducirían estas varas (Éx. 25: 10-15; 37: 1-5). La intención de introducir estas varas era para no tocar el arca mientras era trasladada de lugar, ya que el arca representaba la santa presencia de Dios en medio de Su pueblo.
De acuerdo a 1 Crónicas 13, David se propuso trasladar el arca a Jerusalén. Los versos 9 y 10 dicen que Uza tenía temor de que el arca cayera en tierra e hizo lo que no le correspondía ni tenía que hacer —tocar el arca, cargarlo con sus manos— y murió. A pesar de que su intención era buena, a Dios no le agradó por cuanto violaba las instrucciones que Él había dado anticipadamente. Dios podía haber dejado que el arca cayera en tierra o podía haber enviado un ángel para que lo sostuviera, pero no toleraría que un humano la tocara.
A Dios no le gustó el gesto de Uza. La Biblia dice que somos colaboradores de Dios (1 Co. 3:9) —sus ayudantes. Pero tal parece que hay momentos en los que a Dios no se le debe ayudar, especialmente si ya Él lo ha prescrito así.
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Sansón.
Jueces, capítulos 13-16.
Sansón (solecito o pequeño sol) murió antes de tiempo por usar mal los privilegios que Dios le había otorgado y por no cumplir con el llamado y el propósito de Dios.
Según el libro de Jueces, el llamado de Dios para Sansón consistía en «(…) salvar a Israel de mano de los filisteos» (13: 5). El requisito que Dios había establecido para que Sansón cumpliera con este llamado era que él tenía que ser nazareo (Jue. 13: 5). Cuando una persona hacía el voto del nazareato, lo podía mantener hasta cierto tiempo, «hasta que sean cumplidos los días de su apartamiento a Jehová» (Nm. 6: 5b). En el caso de Sansón, Dios fue quien le impuso este voto, y Sansón tenía que ser nazareo «desde su nacimiento hasta el día de su muerte» (Jue. 13: 7b).
El nazareato era un voto que consistía en consagrarse a Dios, con el propósito de rendir un servicio especial (Nm. 6: 1, 8). El nazareo — el que había hecho el voto — no podía consumir bebidas alcohólicas, ni alimentos impuros, ni tener contacto con cadáveres, y no podía cortarse el cabello (Nm. 6: 3-6; Jue. 13: 4-5).
Dios había escogido a Sansón para salvar a Su pueblo de sus enemigos cuando todavía su madre no lo había concebido (Jue. 13: 3). Y aún antes de nacer, el llamado incluía el nazareato; tampoco su madre podía consumir bebidas alcohólicas o comer cosa inmunda (Jue. 13: 4, 7, 12-14).
Tratándose de que sería un solo hombre el que comenzaría a salvar a Israel de los filisteos, Dios dotó a Sansón con una fuerza física sobrenatural. Esta fuerza se la proveía el Espíritu de Jehová (Jue. 14: 6, 19). En una ocasión, Sansón mató un león con sus manos (14: 5-6). En otra oportunidad, él mató a mil hombres con una quijada de asno (Jue. 15: 15). La Biblia registra otras veces en las que Sansón usó de esta fuerza para hacer cosas sobrenaturales.
Pero Sansón comenzó a fallar cuando empezó a usar la fuerza que Dios le había dado (esto era un don divino para cumplir un propósito) para satisfacer sus intereses personales. Podemos mencionar la manera en la que se divertía haciendo alarde de su fuerza mediante el uso de mentiras (Jueces 16: 1-15). Y cómo, por su temperamento iracundo, mató a mucha gente, quemó los campos de los filisteos y arrancó las puertas de la ciudad; cosas que no tenían que ver con el propósito para el que Dios lo había elegido y para el cual lo había llamado. Podemos también incluir la sensualidad, por falta de dominio propio, que lo llevó a tener varias mujeres impropias: la mujer de Timnat, una mujer ramera, y Dalila (14.1; 16:1, 4).
Además de usar su fuerza de manera impropia, Sansón no cumplió con el voto del nazareato e hizo todo contrario al llamado y al propósito de Dios. Antes de su matrimonio tocó a un animal muerto, y lo ocultó a sus padres (Jueces 14:8-9), hizo un banquete de bodas de siete días, en donde se supone que haya habido bebidas alcohólicas (Jueces 14:10), reveló el secreto de su fuerza, dejándose cortar el cabello —la señal de consagración a Dios (Jueces 16:19-20).
Todo esto le acarreo muy malas consecuencias. Su fuerza se convirtió en debilidad después que Dalila le cortó el cabello. Su luz (Sansón=pequeño sol) se tornó en oscuridad., pues los filisteos sacaron sus ojos. El libertador fue tomado como esclavo, y en vez de reírse de los demás, se convirtió en objeto de burla.
Jueces 16: 22 demuestra que Sansón hizo un nuevo pacto con Dios, un acto de reconciliación (dejarse crecer el cabello era señal del voto, esto lo comprueban los versos 28 y 30; tal parece que los filisteos olvidaron o descuidaron este detalle, quizás porque Sansón había quedado ciego). La recuperación de su fuerza demuestra la renovación de votos, pero solo para entregar su vida y sellarla con la muerte.
Sansón murió antes de tiempo por jugar con la bendición de Dios, y por no cumplir con Sus mandamientos.
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Los cristianos de Corinto.
1 Corintios 11: 27-34.
Como ya se explicó, muchos de los miembros de la iglesia de Corinto murieron antes de tiempo por cometer el pecado de muerte de tomar la Cena del Señor indignamente. (Véase arriba para detalles.)
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Los hijos que no honran a sus padres.
Éxodo 20: 12
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
Efesios 6:1-3
1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;
3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.
Deuteronomio 5.16
Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.
Proverbios 6:20-23.
20 Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, Y no dejes la enseñanza de tu madre;
21 Átalos siempre en tu corazón, Enlázalos a tu cuello.
22 Te guiarán cuando andes; cuando duermas te guardarán; Hablarán contigo cuando despiertes.
23 Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, Y camino de vida las reprensiones que te instruyen.
Proverbios 30: 17
El ojo que escarnece a su padre Y menosprecia la enseñanza de la madre, Los cuervos de la cañada lo saquen, Y lo devoren los hijos del águila.
Proverbios 13.1
El hijo sabio recibe el consejo del padre; Mas el burlador no escucha las reprensiones.
Deuteronomio 27.16
Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén.
Honrar al padre y a la madre va más allá de simplemente obedecer. Estar atentos a sus necesidades —aun cuando los hijos se hayan casado o se hayan independizado— es también parte del respeto que los hijos deben rendir a sus progenitores. No causarles afrenta ni oprobio tiene que estar en esta lista. Y podríamos continuar añadiendo muchas cosas más, pero esto se convertiría en un tema aparte del que estamos tratando.
Estoy seguro que la información bíblica provista es suficiente para demostrar que un hijo desobediente, o uno que deshonra a sus padres, tiene pocas probabilidades de vivir por largo tiempo. De todas maneras, un ejemplo a citar son los hijos de Elí, de quienes ya hemos comentado arriba, los cuales desobedecieron las reprensiones del padre, y murieron antes de tiempo.
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El cristiano que no lleva fruto.