¿Es el «fuego» parte del bautismo con el Espíritu Santo?
En esta ocasión estaremos equipando la mente con una enseñanza que he diseñado «para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados» (He 5.14). Si el tema es de tu interés, pero aún participas de la leche, y eres «inexperto en la palabra de justicia» (vs.3), o un «neófito» (1Ti 3.6; todos hemos sido neófitos), mi recomendación es que busques la ayuda de un obrero «que usa bien la palabra de verdad» (2Ti 2.15). Es decir, de alguien que ya puede comer alimento sólido por cuanto ha alcanzado madurez (He 5.14), y que te pueda guiar en la instrucción de esta enseñanza.
_______________________________________________________________
Ningún cristiano puede ser bautizado con Espíritu Santo y «fuego».
En la gran mayoría de las iglesias cristianas se enseña y se cree la doctrina del bautismo en el Espíritu Santo y «fuego». En estas iglesias los creyentes le suplican a Dios que los bautice de dicha manera. Pero lo cierto es que Él no puede hacer semejante cosa con nadie. Esta enseñanza está basada en una incorrecta interpretación y aplicación de lo que la Biblia realmente dice acerca de este tema. Jesús nunca prometió bautizar con el Espíritu Santo y fuego. La única persona que la Escritura menciona haber empleado esta expresión fue Juan el Bautista.
Ahora bien, para lograr una acertada interpretación acerca del tema en discusión, tenemos que emplear una de las reglas más básicas de la hermenéutica (interpretación de la Biblia, del griego ‘hermeneuein’; el arte de interpretar los textos), que es: consultar los pasajes paralelos, “acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1Co 2.13). Un método que he estado usando por muchos años, desde que comencé a estudiar la Biblia, mucho antes de saber lo que era la hermenéutica, y que me ha dado muy buenos resultados.
Con pasajes paralelos entendemos aquí los que hacen referencia el uno al otro, que tienen entre sí alguna relación o tratan de un modo u otro de un mismo asunto. Esto es, tenemos que comparar lo que la Biblia dice en relación al mismo tema en sus diversos libros o en toda la Escritura. La regla es permitir que la Escritura sea su propio intérprete, comparar lo que la Biblia dice con lo que la Biblia dice, la Escritura explicada por la Escritura.
Teniendo esto en cuenta, veamos lo que Jesús enseñó acerca del bautismo en el Espíritu Santo y lo que Juan el Bautista dijo respecto a lo mismo, ya que, al comparar ambas declaraciones, dentro de sus respectivos contextos, podremos encontrar la adecuada interpretación de este tema.
Esto dijo Jesús: «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch 1.5; el apóstol Pedro citó estas palabras que Jesús dijo, mientras narraba lo que había acontecido en casa de Cornelio, Hch 11.16). Note que Jesús NO mencionó el fuego en esta declaración.
Ahora veamos lo que Juan el Bautista dijo: «Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3.11).
¿Por qué Juan añade el fuego en su declaración mientras que Jesús no?
La respuesta a esta pregunta es: porque Juan, en esta ocasión, usó el fuego para referirse a juicio, a condenación, al castigo eterno del que será víctima todo aquel que rechaza el mensaje del evangelio (véase 2Ts 1.8; He 10.27; 12.29; Jud 7; Ap 20.15; 21.8. Compárese con Jn 5.22-29; Hc 17.31; Mal 4.1; 2Tes 1.7-10).
Y, ¿cómo uno puede llegar a semejante conclusión? Pues, bien, usando la regla de hermenéutica que ya mencioné, comparando los distintos pasajes de la Biblia que hablan de lo mismo. Los pasajes paralelos en los que estaremos desarrollando esta discusión son: Mt 3.1-12; Mr 1.4-8; Lc 3.1-20; Jn 1.19-28.
Además de esta regla, vamos también a emplear otra muy conocida; y es la regla de las tres preguntas: «¿Qué dice el texto? ¿Quién lo dice? ¿A quién lo dice?»
Ya sabemos qué dice el texto, y también sabemos quién lo dice. La respuesta a la tercera pregunta de esta regla es la que nos arrojará luz para obtener la armonía adecuada entre las palabras de Jesús y Juan el Bautista, y así conseguir la correcta interpretación del tema en cuestión.
¿A quién lo dijo Juan?
Entre la audiencia de Juan se encontraban dos grupos: los que «eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados« (Mt. 3.6). Este grupo lo integraban los de Jerusalén, los de toda Judea, y los de toda la provincia de alrededor del Jordán (vs.5); entre los cuales también se encontraban publicanos* y soldados (Lc. 3.12, 14).
El segundo grupo lo conformaban los fariseos** y los saduceos, quienes solo venían a presenciar el bautismo de Juan (Mt. 3.7). Lucas se refiere a ambos grupos como un pueblo que «estaba en expectativa, preguntándose TODOS (creyentes e incrédulos) en sus corazones…» (3.15).
La prédica de Juan comenzó con un mensaje en general («respondió Juan, diciendo a TODOS«, Lc 3.16): «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mt 3.2). Pero fíjese como «al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo» (vs.7), Juan cambió su mensaje y lo hizo directo: «¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento» (vss.7-8). Este estilo de prédica se extendió hasta el verso 12 de este capítulo. Pero es en el versículo 10 en el que Juan menciona el fuego como una figura del castigo que recibirían los que rechazaban su mensaje (los fariseos y los saduceos): «…por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.»
Luego, en el verso 11, el Bautista regresa su homilía a los que eran bautizados por él: «Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo (…).» No, no le omití el «fuego» al versículo. Lo que ocurre es que, es en esta parte del verso en donde se genera la confusión que nos impide interpretar la enseñanza correctamente. Y esto es debido al mal uso que le damos a la conjunción «y», la cual ligamos, indebidamente, a la parte del verso que habla del bautismo en el Espíritu Santo, sacándola del verdadero contexto.
En la primera parte del verso Juan se estaba refiriendo a los que él estaba bautizando, a los creyentes. Pero una vez que él les hubo mencionado la bendición que recibirán los que creyeran en Jesús, Juan cambia nuevamente el mensaje, y lo dirige a los incrédulos (fariseos y saduceos), advirtiéndoles del fuego o juicio del que serían víctimas. Y esto lo podemos deducir de lo que dice el resto de su discurso en el verso 12, luego de haber mencionado el fuego: «Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo (los creyentes) en el granero, y quemará la paja (los incrédulos) en fuego (el fuego que ya había mencionado anteriormente, mientras hablaba del Espíritu Santo) que nunca se apagará.»
Por lo tanto, Juan estaba hablando acerca de dos bautismos: el Espíritu Santo, para los que creían a su mensaje y eran bautizados; y el fuego, como forma del castigo que recibirían los que rechazaban su mensaje —en este caso los fariseos y saduceos— quienes habían creado su propia religión y habían inventado su propio método de acercarse a Dios y de salvarse de la condenación y del castigo eterno.
Para clarificar más el asunto, y comprobar que esto de los dos bautismos es así, como lo explico (continuando con las ideas paralelas), vayamos a Mr 1.4-8. En este pasaje, el Evangelista Marcos narra el mismo suceso, pero, si observas bien el texto, en su escrito, Marcos sólo incluye uno de los grupos de la audiencia de Juan: los que creían y eran bautizados, los de Judea y Jerusalén (1.5); el mismo grupo que Mateo incluyó en su narración (3.5). En este discurso (el que Marcos narra), Juan también hace mención del bautismo en el Espíritu Santo. Solo que, en esta ocasión, no se menciona el fuego. ¿Por qué? Por lo que dije antes, que Marcos únicamente menciona el grupo de creyentes como audiencia de Juan; los fariseos y saduceos están excluidos.
Estos —lo que Marcos y Mateo narran— no son dos eventos diferentes; es el mismo y único evento. Lo que lo hace diferente es quienes lo escribieron. Mateo incluyó ambas audiencias: creyentes e incrédulos (3.5-7). Por lo tanto tuvo que incluir también la frase completa de Juan concerniente a los dos bautismos, el del Espíritu Santo y el de fuego (3.11), para que, de este modo, el lector pudiera comprender lo que él, más adelante, diría acerca del trigo y la paja en el versículo 12. En cuanto a Marcos, como en su narración él solo menciona a los creyentes como el grupo que atendía a la homilía de Juan (Mr 1.5), no era necesario añadir el fuego (vs.8), ya que, los que se arrepienten y se convierten a Dios, no son reos de eterna condenación (Jn 5.24). Por esta misma razón es que Jesús tampoco mencionó el fuego, porque le hablaba a sus discípulos, y estos, al igual que los discípulos de Juan, no eran reos de juicio.
El Evangelio del Apóstol Juan 1.32-33 registra la declaración que hizo Juan el Bautista, en la que él revela que Jesús sería quien bautizaría con el Espíritu Santo, y aquí tampoco menciona el fuego. Y tómese en cuenta que Juan confesó que fue Dios quien le dijo a él que Jesús “es el que bautiza con el Espíritu Santo” (ni el mismo Padre mencionó el fuego).
Lo que aconteció a los que estaban unánimes juntos, en el día de Pentecostés, que se les apareció lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de los que estaban allí reunidos, y de que hayan sido todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaran a hablar en otras lenguas, no tiene, en nada, que ver con la declaración de Juan. Las lenguas (llamaradas, lengüetas) de fuego que se aparecieron sobre sus cabezas, eran una señal externa para demostrar físicamente o visiblemente que el Espíritu Santo había sido derramado por primera vez sobre los creyentes en Cristo, y así confirmar que el Señor había cumplido Su promesa (Jn 7.37-39; 14.16-17, 26; 15.26; 16.7, 13; Lc 11.13). Ya los discípulos habían recibido el Espíritu Santo, Jesús había soplado sobre ellos (Jn 20.22), pero no habían sido llenos de Él, ni habían sido investidos de poder (Hc 1.8). Esto estaba reservado para el día de Pentecostés, en donde más personas —y no únicamente ellos— recibirían la promesa del Padre (Hc 1.4-5, 8).
Estas lenguas de fuego no se vuelven a mencionar en ninguna otra parte de la Biblia, ni aun en las ocasiones en las que los discípulos impartieron el Espíritu Santo por la imposición de manos (véase Hch 2.38; 8.14-17; 9.17; 10.44-47; 11.15-16; 19. 1-7).
Durante el bautismo de Jesús, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como paloma (Lc 3.21-22). Esto no significa que el Espíritu Santo sea una paloma, sino que tomó una forma física o visible (similar a lo que aconteció con las lenguas de fuego en el Aposento Alto) con la que pudiera manifestar Su presencia, de manera que los espectadores se pudieran percatar de ello. Esta manifestación fue respaldada con la voz del Padre, y es el equivalente al bautismo del Espíritu Santo que recibimos los cristianos, ya que Jesús, como el Hijo del Hombre (Su naturaleza humana fue y es tan real como lo es Su divinidad, Fil 2.7; He 2.17; 4.15) también necesitaba la unción del Todopoderoso mientras estaba en la tierra (véase Lc 4.16-21; Hch 10.38).
La paloma y el fuego son usados en la Biblia como símbolos del Espíritu Santo. Un símbolo es una imagen o figura animada o inanimada que representa un objeto o algo abstracto; una señal visible o representación de una idea o una cualidad de un objeto. La paloma —como símbolo del Espíritu Santo— se usa para representar Su sencillez, una de las cualidades del carácter de Jesús. Por otro lado, el fuego representa Su poder purificador.
No obstante el fuego ser símbolo del Espíritu Santo, en nada está relacionado con lo que dijo Juan el Bautista. El fuego del que Juan habló de ninguna manera purificaría a los que lo recibieran, ya que —reiterando una vez más— es fuego para destrucción, condenación y castigo.
En el original griego —así como en cualquier otro idioma— una palabra puede tener diferentes usos y significados, y para lograr entender el sentido de lo que se dice, es necesario interpretarla dentro del contexto en el que se encuentra.
Quienes apoyan la teoría del bautismo con el Espíritu Santo y «fuego», y usan como base bíblica lo que dice Mt. 3.11, deberían considerar que, en el original griego, la palabra «fuego» mencionada en esos versos, es la palabra «πῦρ» (púr). Esta palabra Juan también la usó en el verso 10 para referirse al árbol que es cortado y echado en el fuego, y nuevamente la usa en el verso 12 con respecto a la paja que se quemará en el fuego que nunca se apagará. Y las tres veces que «púr» aparece en el discurso de Juan, es para referirse al fuego del juicio Divino que recibirán quienes rechacen a Cristo; y en nada la palabra «púr» está ligada con el bautismo que el Señor prometió a sus discípulos, ya que es usada para referirse a castigo. De manera que, para el cristiano, no puede haber un bautismo con el Espíritu Santo y «juicio» (o fuego).
Si en vez de citar estos pasajes aisladamente los usáramos dentro de sus respectivos contextos, nos daríamos cuenta que:
-
Jesús NO MENCIONÓ el fuego cuando habló del bautismo con el Espíritu Santo. (Véase Hch. 1.5.)
-
Juan el Bautista fue quien lo mencionó, y lo hizo para referirse a las dos maneras en la que el Señor bautizaría: Espíritu Santo para los que creyeran en Él, y fuego (juicio, castigo) Divino para quienes Le rechazaran.
(«Púr» también aparece adjunta en versos que hablan del infierno, la cizaña que será quemada, los individuos que serán lanzados al fuego eterno; entre otras tantas citas. [Véase Mt. 5.22; 13.40-42, 50.])
Resumiendo el tema, ningún cristiano puede ser bautizado con el Espíritu Santo y (con) fuego (o juicio), ya que esta declaración incluye dos tipos de bautismos para dos distintas categorías de personas: el Espíritu Santo para los cristianos y el fuego para los impíos.
_______________________________________________________________
Si eres partidario de la doctrina del bautismo con el Espíritu Santo y fuego, seguramente te costará estar de acuerdo con esta interpretación bíblica. Esto, mayormente, se debe a tres cosas:
-
Las doctrinas mal enseñadas son como las malas costumbres, una vez se aprenden, se hace muy difícil sustituirlas por las apropiadas. O son como la hierba, que una vez han echado raíces, es difícil o casi imposible poderlas desarraigar.
-
Muchas personas estudian la Biblia subjetivamente; ya tienen sus mentes resueltas en lo que creen o aprendieron, y leen o estudian la Biblia buscando cómo apoyar sus creencias. No intentan objetivamente— descubrir cuál es la verdadera enseñanza entretejida en los versos de la Santa Escritura. Y cuando se tropiezan con una enseñanza como ésta, no hacen lo que el pueblo hacía, cuando los levitas, en tiempo de Nehemías, “hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” (Neh 8.7-8).
-
Muchos cristianos pasan horas viendo la televisión, hablando por teléfono, navegando en el internet, sumergidos en las redes sociales, pero no dedican el tiempo suficiente para estudiar la Biblia. Ellos prefieren que sean otros los que se quemen las pestañas estudiando, y optan por venir a la iglesia a que se les enseñe lo que ellos mismos no han querido estudiar. Estos tienen que imitar a los cristianos de Berea, quienes «eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así« (Hch 17.11).
Gran cantidad de miembros en las iglesias ni siquiera se toman la «molestia» de comparar lo que se está enseñando desde el púlpito, con lo que las Escrituras dice. Si bien la Santa Biblia dice que tenemos que probar los espíritus (maestros) si son de Dios (1Jn 4.1). Y la manera de probar (escudriñar) estos espíritus no es a través de algún don especial, sino comparando lo que ellos dicen con lo que la Biblia dice (vss. 2-3).
Pídele al Señor que haga contigo lo que hizo con Sus discípulos, que “les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras” (Lc 24.45). Amén.
_______________________________________________________________
* Los publicanos y los soldados formaban parte del sistema gubernamental romano, y eran repudiados por los judíos (Mt. 9.9, 11) .
**Los fariseos eran una estricta secta religiosa de judíos que con celo seguía la Ley del Antiguo Testamento así como sus tradiciones y exigía el más riguroso cumplimiento de su propia interpretación de la Ley ( Mt. 23. 1-7). Los saduceos eran un partido político sacerdotal judío rico, que solo aceptaban el Pentateuco, y no creían en la vida después de la muerte (Mt. 22.23; Mr. 12.18).
¿Sabe Cristo el día de Su regreso a la Tierra, el día de Su Segunda Venida?
Desde luego que sí.
Según la doctrina de la Trinidad:
-
el Padre es Dios
-
el Hijo es Dios
-
el Espíritu Santo es Dios.
Tres distintas personas, una sola deidad.
Entonces, si el Hijo es Dios, ¿por qué Jesús declaró que no sabía el día ni la hora de Su venida? (Véase Mr. 13.32)
Bueno, la pregunta parece paradójica, pero en verdad no lo es.
El Señor tiene tres títulos:
-
Hijo de Dios
-
Hijo de David
-
Hijo del Hombre.
El primer título revela Su naturaleza espiritual, Su deidad. Como Hijo de Dios es también Dios. El segundo tiene que ver con Su línea jerárquica, Su realeza. Como Hijo de David — o descendiente del rey David — es Rey de los judíos. El último título se refiere a Su naturaleza humana, Jesús es 100% hombre. Él no jugó a ser hombre; Él fue — y es — hombre. Su naturaleza humana fue tan real como lo es Su deidad (“hecho semejante a los hombres”, Fil 2.7; “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos”, He 2.17; “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, He 4.15).
De modo que cuando Él dijo que no sabía el día ni la hora de Su Venida, no lo hizo desde la perspectiva divina (como Dios o Hijo de Dios), sino basado en Su sabiduría como hombre. Es decir, habló de acuerdo al limitado conocimiento que tenía de las cosas de Dios, Su Padre, como hombre — o Hijo del Hombre — que era, ya que Él había sujetado Su gloria a la limitada sabiduría que nosotros los humanos tenemos. (Compare con Filipenses 2. 5-8.)
Jesús es el Hijo del Hombre, no hijo de hombre. El término del está relacionado al primer hombre que Dios creó, Adán. Era como decir el Hijo — o descendiente — de Adán. De paso, Hombre está escrito con mayúscula para honrar la primera creación humana de Dios, Adán, es como un nombre propio. Jesús es el segundo Adán; Jesús es el Hijo del Hombre.
De modo que Jesús — como Dios que es — sí sabe el día de Su Segunda Venida. De lo contrario, no sería Dios ni formaría parte de la Divina Trinidad. Pero, como el Hijo del Hombre, desconoce Su Retorno a la Tierra. Esto es algo que solo Dios lo puede hacer y solo Él lo puede entender.
“Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?” (1 Co. 2.16).
“Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Ro 11.34).
¿Puede el cristiano perder su salvación?
El tema es muy controversial, y ha sido asunto de debate por siglos entre los que creen que el cristiano sí puede perder la salvación y los que rechazan dicha declaración. Existen, primordialmente, dos escuelas de teología que difieren entre sí sobre esta enseñanza: los calvinistas y los arminianos.
De acuerdo a los calvinistas: la salvación es alcanzada por el poder del Todopoderoso Dios. El Padre escoge la gente, el Hijo muere por ellos, y el Espíritu Santo hace que la muerte de Cristo sea efectiva trayendo al elegido a la fe y al arrepentimiento, causando así en ellos el obedecer voluntariamente el Evangelio. El proceso entero (elección, redención, regeneración) es el trabajo de Dios, y es todo por gracia. Por consiguiente, es de Dios, no del hombre, determinar quién será el recipiente del don o regalo de la salvación.
Según los arminianos: la salvación es lograda a través de los esfuerzos combinados de Dios (quien toma la iniciativa) y el hombre (quien debe responder) –siendo la respuesta del hombre el factor determinante. Dios ha provisto salvación para todo el mundo, pero su provisión llega a ser efectiva solamente para aquellos quienes, de su libre albedrío, «escogen» cooperar con Él, y de aceptar Su oferta de gracia. Es en este punto crucial, que el hombre jugará un rol decisivo, siendo así él, no Dios, el que determina quiénes serán los recipientes del regalo de la salvación.
Ambos grupos apoyan sus respectivas tesis con múltiples pasajes bíblicos, y no logran convenir en un acuerdo.
No obstante, hay una fórmula bíblica que bien puede reconciliar ambas partes o, mejor dicho, en la que las dos escuelas deben coincidir, independientemente de sus diferencias de opiniones. Esta fórmula se encuentra en el capítulo 12 de la epístola a los Hebreos, en el versículo 14. El verso dice así: «Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.»
Así que, sin importar cuál sea la tesis que se apoye, la santidad debe ser una enseñanza fundamental en la que ambas escuelas de teología deben coincidir y estar de acuerdo. Además de ser una enseñanza fundamental del Evangelio, la santidad es el estilo de vida que todo cristiano tiene que practicar sin tomar en cuenta la denominación eclesial a la que pertenece ni el punto de vista que tenga respecto del tema que estamos tratando en esta entrada.
¿Qué es la santidad?
Santidad es, simplemente, separarse de las cosas que contaminan el espíritu y el cuerpo (véase 2 Corintios 7.1), para estar dispuesto, accesible y disponible para el Señor y Su servicio. 2 Timoteo 2.21 dice que el que «se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.»
Ahora bien hay que tomar en cuenta que la santidad comienza y se produce como resultado de haber sido salvo, y no es lo que en sí genera la salvación, ya que ésta es obra del sacrificio de Cristo, y es un regalo de Dios que se obtiene por medio de la fe. Esto es bueno saberlo, porque puede prevenir que nos dediquemos a «ganar» una salvación que el Señor nos regaló.
De igual manera, el haber sido salvo no nos otorga licencia para pecar, ya que el verdadero discípulo del Señor sigue sus pisadas. El mismo Jesús dijo que sus discípulos «están en el mundo», pero «no son del mundo» (Juan 17.11, 16). A lo que el apóstol Juan agregó: «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2.15). Santiago también añade que la amistad del mundo es enemistad contra Dios; y que «cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Stg. 4.4).
¿Qué es la amistad con el mundo?
Es practicar lo que ellos –el mundo– hacen. Es vivir un estilo de vida licenciosa en la que Dios y Su Palabra no son tomados en cuenta. Recordemos que «el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5.19). Y el mundo aborreció a Jesús, y aborrece a los cristianos (Juan 7.7; 15.18; 17.14).
El mundo es el sistema de ideas, criterios y comportamientos que se levanta y se opone a las enseñanzas de Jesús, y abarca lo ético -moral y lo espiritual.
La santidad evitará que nos enredemos en este sistema, y nos hará gratos y útiles al Señor.
De modo que, en vez de estar discutiendo acerca de si el cristiano puede o no perder la salvación, deberíamos de estar enfocados y ocupados en la santificación de nuestras vidas, ya que es el medio que nos llevará a ser útiles en el reino de Dios. Porque, ¿quién quiere volver al fango de donde Dios lo sacó?