Equipando La Mente

El pobre de espíritu.

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La Biblia contiene un pasaje que habla —de manera impactante— acerca del humilde, y del trato especial que Dios tiene hacia él. El texto es Isaías 66.2. La segunda parte del versículo dice: “pero miraré aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.”

Pobreza no es sinónimo de humildad, pero de escasez y necesidad; muchas veces de miseria. (En Hispanoamérica, el término humildad se usa también para indicar cierto grado de modestia social o de indigencia.) La pobreza tiene su origen en el pecado. Es una condición social que ha existido en todas las civilizaciones y ha prevalecido a través de las dispensaciones de los tiempos de la raza humana; y  perdurará hasta que Cristo establezca Su gobierno milenario en la tierra. En lo que esto acontece, la pobreza cohabitará con nosotros, según lo dijo Jesús (Mt. 26.11; compárese con Dt. 15.11).

Se puede ser pobre y orgulloso a la vez (Pr. 13.7; 12.9). También hay pobres humildes. Hay ricos orgullosos e igual los hay humildes; esto último muy escasamente.

Un pobre es un individuo que siempre está necesitado. Apenas tiene los recursos para sufragar sus necesidades más básicas. Puede llegar al extremo de pedir, y hasta mendigar para solventar sus insuficiencias.

En el lenguaje bíblico existen dos clases de pobres:

  1. el espiritualmente pobre

  2. el pobre de espíritu o en espíritu

1. El primero es aquel que se siente satisfecho en (y con) el nivel espiritual que tiene o que ha alcanzado. Se cree espiritualmente saludable (o rico), a pesar de que en la realidad, la relación mediocre que tiene con Dios y con sus semejantes declara todo lo contrario. Un ejemplo que se puede citar, con la intención de entender mejor este punto, es el del cristiano que adora a Dios y aborrece a su hermano. La adoración que rinde a Dios lo hace ver o lo hace sentir a él, aparentemente, rico, pero en el fondo él es pobre. De esta clase de pobre espiritual habla Apocalipsis 3.15-18.

Nótese que la pobreza no es indicador de carencia total. Implica la posesión de algo, pero que no es lo suficiente como para vivir bien. De modo que, según vimos en Apocalipsis, el pobre espiritual no es el impío, sino el creyente que, teniendo un Jehová Yiré, vive en pobreza. No disfruta de la vida abundante que Jesús le ofrece. Se conforma con lo que ha conseguido y hasta donde ha llegado. Depende de sus propios medios y métodos, y los usa para subsistir —espiritualmente— y para conseguir lo que le falta. Semejante al hijo prodigo, se jacta de las riquezas y de los bienes de su Padre, y los reclama, para tan solo derrocharlos en sus intereses personales, y luego finalizar comiendo algarrobas.

2. El pobre de espíritu —o en espíritu, como lo dijo Jesús (Mt. 5.3; compárese con           Stg. 2.5— es aquel que siente y tiene la necesidad de Dios, de Su continuo socorro, de Su presencia. Depende de Él cada día para mitigar su sed y saciar su hambre; sed de Dios y hambre de Su Palabra. Es un mendigo espiritual que vive postrado a los pies del Padre Celestial, suplicando que lo llene de Su Espíritu, de Su amor, de Su misericordia, de Su poder, y de todas esas cosas que solamente Él puede dar. Reconoce que la provisión que recibirá de Dios hoy, en este día, no será suficiente para mañana. No es que la provisión divina esté incompleta, o sea insuficientemente poderosa para cubrir las necesidades de una vez por todas. Más bien, que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lm. 3.22-24). Como el maná, que el Señor lo daba diariamente fresco (Ex. 16.4, 16, 19), no sea que saciándose el pueblo, se olvidara luego de Él (Pr. 30.8-9); otra razón por la cual Dios no procura saciar el hambre espiritual de una vez por todas.

Al Señor no le ha placido suplir todas las necesidades de una sola vez porque  cada día trae su propio afán (Mt. 6.31, 34), y el afán de cada día puede ser diferente. Por eso el pobre de espíritu acude a Él cada día, por cuanto no puede satisfacer las necesidades de su pobreza con la misericordia de la mañana anterior. Sino que, al igual que Abraham, quien creyó en esperanza contra esperanza (Ro. 4.18, es decir, una esperanza nueva o reciente de que Dios cumpliría lo que le había prometido reemplazaba la esperanza anterior, la cual estaba a punto de desvanecerse), el pobre de espíritu busca y recibe de Dios lo que necesita cada día, un día a la vez (Sal. 118.24). Él no es como el pobre de Ap. 3.17, quien, habiéndose sentido abastecido, llegó a tal autosuficiencia espiritual, que ya no buscaba constantemente y diariamente de Dios. Por tal razón, el texto que leímos (Isaías 66.2) vincula la humildad al pobre de espíritu; porque la dependencia espiritual de la que venimos hablando es la que puede identificarse como humildad espiritual.

El pobre y humilde de espíritu (o de corazón, como lo enseña Jesús en Mt. 11.29) es el que verdaderamente teme a Dios. El mismo Señor así lo declara con la frase “y que tiembla a mi palabra.” El temblor al que Dios se refiere es el mismo que sintió el Salmista, al decir: “mi carne se ha estremecido por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo” (Sal. 119.120).

(Porción tomada del eLibro: Dios Cumplirá Tu Deseo.)

junio 5, 2017 Posted by | Misceláneas | 2 comentarios

¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? —Parte 4 (Final)

La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!

13. Ahora bien, la vida eterna comienza en el momento que conocemos a Jesús (estando en nuestros cuerpos mortales), pero continúa o se extiende después de la muerte. Es ahí donde esta vida eterna pasa —parcialmente— a la eternidad con Dios.

  • “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará (Juan 12.25).

  • “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna (Gálatas 6.8).

  • “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6.22-23).

  • “(…) y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hechos 13.48).

  • “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3.15).

  • “conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (Judas 21).

¿Por qué dije, al principio de este punto, que después de la muerte la vida eterna pasa —parcialmente— a la eternidad con Dios? ¿Por qué lo de parcialmente? Porque la vida eterna incluye el cuerpo, y la muerte lo destruirá (temporalmente), pues el cuerpo que actualmente tenemos es corruptible; entonces continuaremos la vida eterna en el paraíso, sin cuerpo (de ahí lo de parcialmente), hasta que Dios lo resucite y lo transforme, para entonces continuar viviendo la vida eterna en la eternidad con Dios, y con el cuerpo transformado. De esto nos ocuparemos en el próximo punto, pero para mientras: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1Corintios 15.51-54).

14. ¿Y qué del cuerpo; acaso no estamos supuestos a entrar a la vida eterna en alma y cuerpo?

Para COMENZAR a disfrutar de la vida eterna NO NECESITAMOS morir y entrar al paraíso, o ser resucitados con un cuerpo transformado e inmortal. Ya sabemos lo que dijo Jesús, que la vida eterna comienza cuando creemos en Él: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6.47). De esto se discutió ampliamente al principio de este articulo (véase la Parte 1 de esta publicación).

La vida eterna comienza en el presente (con este cuerpo, cuando creímos), continúa en el paraíso (sin este cuerpo), y trasciende o se extiende —para siempre— en la resurrección, cuando Dios nos devuelva el cuerpo, pero transformado, para vivir eternamente con Él esta vida eterna que ya hemos comenzado a vivir.

  • “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Juan 6.40).

  • “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Juan 6.54).

  • vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad (Romanos 2.7).

  • “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1Corintios 15.53).

enero 31, 2017 Posted by | Interpretaciones Bíblicas, Teología | Deja un comentario

¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? — Parte 3

La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!

9. Conocer a Dios involucra dos etapas en la vida:

a. conocerlo en el presente: tener un encuentro personal con Él, el día de nuestra conversión e iniciar una intimidad espiritual con Él a través de nuestra entrega a Él durante nuestro peregrinaje en la tierra. En esta etapa se descubre Su naturaleza y Su carácter; sus atributos: Su bondad, Su misericordia, Su amor, Su santidad, Su justicia, etc., etc.

b. conocerlo —o continuar conociéndolo— en la eternidad: ¿Qué implica esto? El hecho de que de que se necesita la eternidad para conocer a Dios también implica dos cosas:

  • Que la relación íntima que tenemos con Él en el presente, continuará en el futuro, después de la muerte (en el paraíso), y en la eternidad (después de la resurrección) —para siempre.

  • Que (y esto ya se mencionó en el punto 5), si adoramos y servimos a un Dios que es Eterno, necesitamos la eternidad para conocerlo plenamente.

10. Ahora bien, conocer a Dios es algo que nos viene o nos sucede por revelación divina; esto es, Dios es quien toma la iniciativa, Él es quién se da a conocer; y esto, a través de Jesucristo.

  • “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11.27).

  • “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Lucas 10.22).

  • “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Juan 1.18).

  • “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero (…)” (1 Juan 5.20).

  • “Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, (…) mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, (…)” (Gálatas 4.8-9).

  • “Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerándesde el menor hasta el mayor de ellos” (Hebreos 8.11).

11. Sin esta revelación, nadie puede conocer a Dios ni establecer una relación íntima con Él.

  • En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció (Juan 1.10).

  • “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él (1 Juan 3.1).

12. Luego que hemos recibido esta revelación de Dios, nos toca a nosotros aceptar el regalo de la vida eterna que Dios nos ofrece —a través de la fe, y entrar en una relación espiritual íntima con Dios.

Esta revelación nos muestra Quién es Dios y cómo es Él (Eterno, Omnipotente, Omnisciente, Infinito, bondadoso, misericordioso, amoroso, Santo, Justo, etc., etc.). Pero una relación espiritual íntima con Dios va más allá de meramente descubrir y saber Quién y cómo es Dios, y consiste, además, en adorarle, buscarle, obedecerle y someterse a Su Voluntad (véase el punto No. 9). Y esta clase de relación se cultiva a través de la adoración, oración, comunión, búsqueda, estudio de la Biblia, entrega y obediencia a Dios, como está escrito en Su Palabra, la Biblia, las Santas Escrituras. De esta manera es que podemos conocer a Dios íntimamente, y es lo que la Escritura llama comunión íntima.

  • La comunión íntima de Jehová es con los que le temen¹, y a ellos hará conocer su pacto² (Salmo 25.14).

  • “Porque Jehová abomina al perverso; mas su comunión íntima es con los justos³ (Proverbios 3.32).

¹Temer es un término bíblico que se usa para describir la acción de apartarse del mal y obedecer a Dios:

  • El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco” (Proverbios 8.13).

  • Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, entonces entenderás el temor de Jehová (Proverbios 2.1, 5a).

²Pacto es equivalente a Su Palabra, a lo que Dios dice y le quiere comunicar a Sus hijos, con quienes, según el Salmo 25.14, Él tiene Su comunión íntima. Los siguientes versículos demuestran este principio, pero con palabras como: conocerá si la doctrina es de Dios, encubriré yo, y todas las cosas (…) os las he dado a conocer:

  • El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7.17).

  • “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer (…)?” (Génesis 18.17).

  • “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer (Juan 15.15).

Interesantemente, Jesús considera Sus amigos, y los llama como tal, a quienes obedecen Sus mandamientos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Juan 15.14).

³Justo es lo opuesto a injusto. Y es el equivalente a bueno, pero al bueno que sigue y obedece a Dios, y no al meramente y moralmente bueno. En la Biblia, el término justo, siempre está ligado al que teme a Dios.

  • “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo (1 Juan 3.7).

  • “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él (1 Juan 2.29).

  • 1 Timoteo 1. 9-10 describe quien NO ES el justo: “conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina.”

El justo es, pues, el que hace justicia (1 Juan 3.7), pero de acuerdo a lo establecido por Dios, es decir, según la sana doctrina (1 Timoteo 1. 10), pues, ha nacido de Él (1 Juan 2.29).

(He escrito y publicado otros artículos más extensos en una sola pieza en este blog, pero como algunas personas me han dicho que algunas de mis entradas son muy largas, he decidido dividirlas y publicarlas en varias partes para hacer más fácil y más amena su lectura.)

 

enero 24, 2017 Posted by | Misceláneas | Deja un comentario

¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? — Parte 2

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La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!

4. ¿Sabes en qué consiste la vida eterna?

La vida Eterna no consiste solamente en NO MORIR; esto es inmortalidad, y forma parte de lo que Cristo logró para nosotros con su muerte: «(…) nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (…)» (2 Timoteo 1.10).

La vida eterna consiste en conocer a Dios el Padre y a Jesucristo Su Hijo. Jesús lo dijo así: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17.3).

5. ¿Y sabes por qué la vida eterna consiste en conocer a Dios el Padre y a Jesucristo Su Hijo?

a. Porque Dios es la vida eterna: «Este es el verdadero Dios, y la vida eterna(1 Juan 5.20). [Véase el punto No.1.]

b. Si  Dios es la vida eterna, entonces en Él está la vida eterna. De manera que quien conoce y tiene a Dios como su Salvador, tiene la vida eterna. Se necesita a Dios para tener vida eterna. «este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5.11-12). [Véase el punto No. 2.]

c. Si adoramos y servimos a un Dios que es Eterno, necesitamos la eternidad para conocerlo plenamente. Dicho esto en otros términos equivalentes, Si Dios es eterno, se necesita (de) la eternidad para conocerlo. Se necesita a Dios para tener la vida eterna y se necesita la vida eterna para conocer a Dios.

6. ¿Y sabes qué significa conocer a Dios?

En el lenguaje bíblico, conocer —entre las distintas aplicaciones que tiene— es una palabra que también se usa para referirse a la intimidad que se tiene con alguien dentro de una relación. Por ejemplo, dentro del matrimonio se usaba para referirse a la intimidad sexual que existía entre una pareja.

  • Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín (…)” (Génesis 4.1).

  • “Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc” (Génesis 4.17).

  • “Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set” (Génesis 4.25).

7. Cuando la palabra conocer es usada en relación a Dios, significa tener una relación espiritual íntima con Él y con Su Hijo.

  • “el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14.17).

  • “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2.19). La frase Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” indica la clase de relación íntima que debemos tener con Dios; una vida de santidad, de separación para Él.

  • “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios (1 Juan 4.7). El amor que tenemos por los demás indica si en verdad tenemos una relación íntima con Dios, pues, el que ama a Dios, tiene que también amar a los demás, porque: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4.20). Además: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13.35).

La mejor definición para entender el significado que la palabra conocer tiene, en términos de la intimidad espiritual que debe existir entre un individuo y Dios, se encuentra en las palabras que nuestro Señor Jesucristo dijo en los siguientes pasajes bíblicos.

  • “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7. 21-23).

  • “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois.Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos (Lucas 13. 24-28).

En estos versos podemos apreciar cómo no todos los que dicen conocer a Dios realmente lo conocen. Con palabras como «apartaos de mí hacedores de maldad», es fácil notar que la relación que estas personas tenían con el Señor no era genuina, pese a las cosas que ellas alegaban hacer (hablar en lenguas, hacer milagros, etc.). Pues, la respuesta que Él les da: «Nunca os conocí» y «No sé de dónde sois», muestra claramente que no existía tal clase de relación entre ellos y Dios.

Con la frase sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, nuestro Señor Jesucristo define en qué consiste la relación íntima que Dios quiere que tengamos con Él; una relación en la que Sus hijos conocen lo que su Padre quiere y lo que a Él le agrada que hagamos. Esta era la clase de relación que Jesús tenía con el Padre.

  • “así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre (…)” (Juan 10.15).

  • “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada (Juan 8.29).

Y esta es la clase de relación que Jesús identificó como la que realmente determina si en verdad conocemos a Dios y tenemos intimidad con Él.

  • “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen (Lucas 8.21b).

  • “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre (Mateo 12.50).

Bien sabemos que un hermano, una hermana y una madre son personas con quienes nuestra relación es de carácter íntimo. Es por eso que nuestro Señor, a través de estas palabras, simplemente nos está indicando que quienes pretendemos, pretendamos —o queramos— tener una relación íntima con Dios, tenemos que hacer Su voluntad; y que una íntima relación con Dios es hacer (y se consigue) haciendo la voluntad de Dios.

Pero para hacer la voluntad de Dios, primeramente hay que conocerla.

  • “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5.17).

  • “(…) para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.2b).

  • “(…) que seáis llenos del conocimiento de su voluntad (…)” (Colosenses 1.9).

  • “dándonos a conocer el misterio de su voluntad” (Efesios 1.9a).

  • “(…) El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad” (Hechos 22.14).

Conocer la voluntad de Dios es el primer paso que nos llevará a tener una relación íntima con Él, pero hacer Su voluntad es lo que realmente nos une a Él en esta clase de relación, y es lo que determina si realmente Le conocemos. Esto último es lo que Jesús claramente dio a entender con las frases: sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos; y entonces les declararé: Nunca os conocí; No sé de dónde sois. Nótese cómo en estas frases, el verbo conocer está relacionado a hacer la voluntad de Dios.

8.  ¿En qué consiste tener una relación espiritual íntima con Dios?

Consiste en dos cosas, a saber:

a. en descubrir y saber Quién y cómo es Dios (Su naturaleza: Eterno, Omnipotente, Omnisciente, Infinito, etc., etc. Su carácter: bondadoso, misericordioso, amoroso, Santo, Justo, etc., etc.)

b. en adorarle, buscarle, obedecerle y someterse a Su Voluntad. (Véase el punto No.13; en la próxima publicación.)

(He escrito y publicado otros artículos más extensos en una sola pieza en este blog, pero como algunas personas me han dicho que algunas de mis entradas son muy largas, he decidido dividirlas y publicarlas en varias partes para hacer más fácil y más amena su lectura.)

enero 17, 2017 Posted by | Interpretaciones Bíblicas, Misceláneas | Deja un comentario

¿Cuándo Comienza La Vida Eterna? — Parte 1

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La Vida Eterna Comienza Aquí, En La Tierra… ¡y con el cuerpo que actualmente tenemos!

La vida eterna NO COMIENZA después que uno muere. Lo que comienza después de la muerte es la eternidad —con Dios, si nos rendimos a Él mientras estábamos en vida; o en el infierno, si rechazamos adorarle y servirle.

Interesantemente, la vida eterna COMIENZA desde el mismo momento que uno cree en Jesús y Lo acepta como Salvador. Jesús dijo:

  • «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6.47). Nótese que Él NO DIJO tendrá vida eterna, sino «tiene» vida eterna —tiempo presente.

  • El que cree en el Hijo tiene vida eterna (…)” (Juan 3.36).

  • “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5.24).

  • “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5.13).

  • “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10.28).

1. ¿Y sabes por qué la vida eterna comienza en el mismo momento en el que uno cree en Jesús?

Porque Jesús es la vida eterna.

  • “(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)” (1 Juan 1.2).

  • “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna(1 Juan 5.20).

2. Jesús es la vida eterna, y por lo tanto, recibirlo a Él es recibir la vida eterna, pues en Él está la vida eterna.

  • “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo (1 Juan 5.11).

De manera que, tener a Jesús es tener la vida eterna en el presente.

3. ¿Cómo o cuándo comienza la vida eterna?

Ya se dijo que la vida eterna comienza en el preciso momento en el que creímos en Jesús y lo recibimos como Salvador. Ahora bien, el proceso es el siguiente:

a. La vida eterna comienza con la resurrección de nuestro espíritu, que estaba muerto: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados» (Efesios 2.1).

b. Esta resurrección ocurre o toma parte durante el nuevo nacimiento: “Os es necesario nacer de nuevo. (…) el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (…) el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3.7, 3, 5).

El agua es símbolo de la Palabra de Dios: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra (Efesios 5.26) y del Espíritu Santo: “(…) de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él (…)” (Juan 7. 38-39). En este verso los dos se mencionan para describir el papel que ambos desempeñan en el nuevo nacimiento.

El nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo, Quien usa el agua —la Palabra de Dios, que fue implantada en nosotros a través del mensaje que escuchamos, que nos fue predicado: “(…) la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1.21) —y Él, conjuntamente con la Palabra, nos hizo nacer de nuevo:

  • “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad (…)” (Santiago 1.18).

  • siendo renacidos, (…) por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1Pedro 1.23).

  • “nos salvó, (…) por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3.5).

c. En este proceso, Dios nos imparte la vida de Cristo:

  • «este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5.11-12).

  • «aun estando nosotros muertos en pecados,  nos dio vida juntamente con Cristo« (Efesios 2.5).

Si la vida que Dios nos impartió es la vida de Cristo (Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo), entonces es vida eterna, pues Jesús es la vida eterna.

  • “(…) y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna (1Juan 5.20).

  • y El que tiene al Hijo, tiene la vida. (vrs. 12a).

(He escrito y publicado otros artículos más extensos en una sola pieza en este blog, pero como algunas personas me han dicho que algunas de mis entradas son muy largas, he decidido dividirlas y publicarlas en varias partes para hacer más fácil y más amena su lectura.)

enero 12, 2017 Posted by | Interpretaciones Bíblicas, Misceláneas | 3 comentarios

Dios Cumplirá Tu Deseo

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El Deseo

Todos tenemos deseos. El deseo está orientado según el carácter y personalidad de cada quien; esto en sentido general. El seno familiar, así como la cultura en donde nace, crece y se desarrolla cada individuo, también ejercen cierta influencia en los intereses que cada persona tiene y siente, y por los que labora e invierte recursos. Precisamente, éste será otro término para referirse a deseos: intereses. Podemos, igualmente, emplear la palabra anhelo, como sinónimo de deseos.

El anhelo o deseo de cada quien varía —aparte de lo que ya se dijo— de acuerdo al grado o nivel espiritual, así como del conocimiento bíblico que se tiene. Dicho esto en otros términos equivalentes, la persona que es madura espiritualmente y que ha aprendido a conocer la voluntad de Dios para su vida según está en las Escrituras, sabe canalizar sus deseos, y los orienta de acuerdo a Esa voluntad. Sea que se trate de deseos nobles y honestos —como debe ser— reconoce que no siempre será voluntad de Dios concederlos. Él es Soberano, y, al final, es Quien decide lo que nos da, y si conviene o no.

De todas maneras, la madurez espiritual nos ayuda a esperar en Dios, si quizás, en Su misericordia, nos concede los deseos de nuestros corazones, los anhelos de nuestras almas. De aquí que, es importante conocer lo que la Biblia enseña al respecto.

En este libro (eBook/eLibro) tenemos, por lo menos, cuatro puntos que nos pueden orientar en orden de obrar correctamente delante de Dios, y así lograr conmover Su corazón, e inclinarlo a que conceda nuestros deseos. Es importante aprenderlos, pero más importante aún es internalizarlos y practicarlos con la finalidad —y con la esperanza— de ver nuestros deseos cumplidos, realizados.

No importa cuál sea tu deseo, si de carácter material, moral o espiritual —conseguir una esposa/esposo, terminar una carrera, avanzar en el ministerio, obtener una casa, adquirir bienestar financiero o bienestar familiar— Dios tiene pautas establecidas que se deben observar para recibir de Él la respuesta, o para poder acelerarla. De todos modos, y por causa de nuestra ignorancia de la Palabra de Dios, Él, en Su misericordia y en Su amor, pese al conocimiento limitado que tenemos de Su voluntad (limitación que a veces es voluntaria), nos concede lo que anhelamos recibir de Él; pero ésta no es la regla.

Hay cosas en la Biblia que son más difíciles de aprender que otras. Cosas que tal vez nos tomarían más tiempo tanto el saberlas como el practicarlas. Dentro del conocimiento aprendido, Dios toma en cuenta la intención del corazón y la honestidad que hay en el esfuerzo por realizar lo que Él quiere que hagamos, para así contarlo como válido delante de Él.

De todos modos, la ignorancia no es una manera de justificar lo malo que uno hace. La Biblia dice que tenemos que andar en el Espíritu y no satisfacer los deseos de la carne. Seguramente que si andamos en el Espíritu, y somos dirigidos por Él, nuestros deseos no estarán orientados hacia intereses meramente personales (intereses que nos pueden convertir en personas insensibles para con los demás, avaros, egoístas, sensuales, carnales, etc.), sino que tendremos como meta honrar a Dios, crecer en Él, expandir Su reino, ayudar al prójimo, etc. Siempre tendrán la inclinación de identificarse con el bien; emanarán de un corazón benigno, bondadoso, amoroso, y su finalidad será honrar al Rey.

Sí es cierto que algunos de nuestros deseos son para meramente vivir bien en esta tierra y subsistir, y no es malo sentirlos, como tampoco conseguirlos. Pero, todo lo que sentimos y queremos debe ser priorizado de acuerdo a la necesidad que se tiene y a la voluntad de Dios para nuestras vidas. Tenemos que evaluar qué es lo más importante —tanto para uno como para Dios— y de ahí mantener vivo el deseo o descartarlo.

¡Qué hermoso es ver nuestros deseos cumplidos! Como dice Proverbios 13.12, 19a: «La esperanza que se demora es tormento del corazón; pero árbol de vida es el deseo cumplido. El deseo cumplido regocija el alma.» Exclamemos como el Salmista: «Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto» (38.9). Y él mismo nos responderá: «Te dé conforme al deseo de tu corazón, conceda Jehová todas tus peticiones» (20.4a-5b). Y entonces celebraremos como David, por todo lo que Dios habrá hecho por nosotros, diciendo: «Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios» (21.2).

noviembre 21, 2016 Posted by | Misceláneas | Deja un comentario

La Palabra de Dios… ¿¡Con Qué Se Puede Comparar!?

“Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón (…)”  (Jer. 15.16; Versión Reina-Valera 1960).

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Para el cristiano las Sagradas Escrituras son su sangre espiritual. Jesús dijo: «Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida» (Jn. 6. 63). La Biblia, nombre con el cual éstas son conocidas popularmente, es el único Escrito capaz de transformar radicalmente la vida y la mente de cualquier persona.

La filosofía humana, por más hermosa que parezca, no puede surtir semejante efecto. Aun los filósofos que dictaron sus adagios todavía famosos, no vivieron al mismo nivel de sus máximas. La moralidad fue tema exclusivo de la filosofía de Sócrates, pese a que practicaba la fornicación. El gran discípulo de Sócrates, Platón, enaltecido como un ejemplar perfecto de virtud, enseñó que era honroso mentir. Un modelo tan brillante de la excelencia pagana, Seneca, recomendó el suicidio, algo que él mismo finalmente efectuó.

Por otro lado, hombres como Samuel, Daniel, Pablo, Juan, entre otros, no sólo fueron portadores de las enseñanzas poderosas y transformadoras de la Palabra de Dios, pero también experimentaron susodicha transformación. Sus vidas fueron ejemplares, libros abiertos en los que se podían ver y apreciar el efecto que tiene la Palabra de Dios.

El efecto transformador que tiene las Sagradas Escrituras no estuvo limitado solamente a una época o para un grupo de personas exclusivamente. Dicho efecto aún está vigente. La Palabra de Dios todavía cambia vidas, y trabaja de la misma manera, nos cambia y nos transforma para llegar a ser todo lo que Dios quiere que seamos, y para lograr conseguir todo lo que Él quiere que consigamos. El Dios que nos la dio es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (He 13.8), y también lo es Su Palabra, que permanece para siempre (Is. 40.8; 1P. 1.23, 25).

Si aún no has experimentado este efecto transformador, te invito a que, mientras lees este artículo, abras tu mente y tu corazón al mensaje que aquí expongo acerca de la Palabra de Dios, y a que permitas que Su poder, y el de Su Palabra, transformen para siempre tu vida.

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Los Escritores de la Biblia —como también muchos de los personajes acerca de los cuales ellos mismos escribieron— emplearon (siendo inspirados y dirigidos por el Espíritu Santo), en el momento de escribir y/o transmitir su mensaje, lo que la hermenéutica reconoce como Figuras Retóricas.

Este lenguaje figurado, como también se le conoce, consiste en usar palabras con un sentido distinto del propio, con el fin de enseñar algún principio de carácter espiritual, ético o moral que se debe aprender y que se tiene que aplicar en la vida, y en el diario vivir.

Una de esas figuras es la metáfora, en la que se busca y se utiliza alguna semejanza que exista entre dos objetos o hechos, para caracterizar el uno con lo que es propio del otro.

Por ejemplo, Cristo dijo que Él es la vid verdadera. La vid comunica vida a los pámpanos para que lleven uvas. Cristo comunica vida y fuerza a los creyentes para que lleven frutos del cristianismo. Cristo, además dijo ser la puerta, el camino, el pan vivo. De los creyentes dijo que son la luz, la sal. Y estos son sólo algunos ejemplos de lo que es una metáfora.

Con este conocimiento en mente, podemos ahora proceder a descubrir e investigar lo que es la Palabra de Dios, y con lo que los escritores de la Biblia la comparan.

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La Palabra de Dios es como el agua, que limpia

“¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar tu palabra.”

“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.”

“(…) Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra.”

(Sal. 119.9; Ez. 36.25; Ef. 5.26),

y quita la sed

“A todos los sedientos: Venid a las aguas (…).”

“He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré (…), no (…) sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.”

(Is. 55.1; Amós 8.11).

El Espíritu Santo y la Palabra de Dios son los responsables de efectuar el nuevo nacimiento en el alma perdida (Jn. 3.5; Tit. 3.3-7; Stg. 1.18; 1P. 1.23; Ef. 4.25-27). El Espíritu Santo aplica el poder regenerador de la Palabra (2 Ts. 2.13), e imparte vida al alma muerta en delitos y pecados (Ef. 2.1, 5). Ambos, el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, son comparados con agua (Juan 3.5; 7.38 -39).

Así como el agua limpia lo sucio, la Palabra de Dios limpia la conciencia, el alma y el espíritu (Sal. 119.9; Jn. 15.3; 17.17; Ef. 5.26) de aquellos que le entregan sus vidas al Autor del Sagrado Libro y reciben Su Palabra (1Ts. 2.13).

El pecado ensucia lo mismo el interior como el exterior del individuo que lo practica y es su esclavo. Contamina tanto su cuerpo como su espíritu (2 Co. 7.1).

La Biblia menciona tres elementos que actúan como detergentes espirituales para limpiar, quitar y borrar la mancha del pecado y anular su efecto:

1) la sangre de Cristo (1Jn. 1.7; Ap. 1.5; 7.14)

2) el Espíritu Santo (1Co.  6. 11)

3) la Palabra de Dios (Jn. 15.3; 17.17)

Los tres trabajan conjuntamente, pero, también, cada uno se especializa en un área distinta en relación a combatir el pecado.

1) La sangre de Cristo obra radicalmente el día que el Espíritu Santo, conjuntamente con la Palabra de Dios, efectúa el nuevo nacimiento (Jn. 3.5). Y lo que hace es que rompe (pudre) el yugo (1Jn. 3.5, 8) que ata al hombre como esclavo del pecado (Ro. 6.16; 2P. 2.19). Lo liberta de su poder (Ro. 6.6, 12-14, 18, 20, 22) y lo limpia de su culpabilidad (He. 9.14; Ro. 3.22-26; Hch. 13.38-39; Ro. 8.33-34; 5.8-9; 3.24; 5.1; 4.6-8, 24-25), haciéndolo libre de su esclavitud así como de su contaminación.

2) El Espíritu Santo surte el nuevo nacimiento aplicando el poder resucitador de la Palabra de Dios (Stg. 1.18) y el poder libertador y purificador  de la sangre de Cristo (1Co. 6.11), y nos limpia con Su presencia (Tito 3.3-6), morando en nosotros. El Espíritu Santo mora en vasos limpios. Él nos santifica y nos redarguye de pecado para evitar que nuestras conciencias se cautericen, y para señalarnos lo malo que hemos hecho, y llevarnos delante de Dios arrepentidos.

3) La Palabra de Dios nos resucita, y nos limpia radicalmente del pecado. Pero, como estamos en un cuerpo que aún no ha sido redimido o transformado (Ro. 8.23), y estamos expuestos  a nuestra propia concupiscencia (Stg. 1.13-15), a veces pecamos (1Jn. 1.8-10; Stg. 3.2), y nos ensuciamos parcialmente (Jn. 13.10).

La Palabra de Dios es semejante al agua que Jesús uso para lavar los pies de los discípulos; nos lava de aquellos errores, faltas, caídas —pecados con los que regularmente ofendemos a Dios y a nuestros semejantes. Cada vez que abrimos las páginas del Sagrado Libro encontramos esas amonestaciones que nos redarguyen y nos ordenan a corregir nuestra conducta, nuestras actitudes hacia Dios y hacia los demás. Y la Palabra, una vez leída y aceptada, trabaja como el agua, lava la suciedad del alma y de la conciencia. ¡Qué hermoso es tener un Libro que surte semejante efecto!

La Palabra de Dios es también como un refrigerio, refresca el alma cansada y sedienta (Amós 8.11).

Así se encontraba la mujer samaritana, cansada de buscar amor, adulterando una y otra vez, sin encontrar el cariño que calmara su sed de ser amada. Hasta que se encontró con Jesús, quien le ofreció de Su agua (Jn. 4.10), de aquella que salta para vida eterna (vrss. 13-14). Las palabras que el Señor le habló fue el refrigerio que satisfizo su sed de amor.

¿¡Quién no se ha sentido así, y ha abierto la Biblia para encontrar Palabra que ha traído consuelo, fortaleza, gozo, paz, amor!? Su Palabra ha sido aguas en el desierto, y torrentes en la soledad (Is. 35.6b; 41.18; 43.19b).

Esta agua es gratuita (Is. 55.1-3; Ap. 21.6; 22.17). Solo hay que venir a Jesús, creer en Él y entregarle nuestras vidas; y Él nos dará de esa agua, que es la Palabra de Dios.

De una misma fuente fluyen dos corrientes. Las palabras del Señor fueron como agua para la samaritana (Jn. 4.7-40). Pero en esa palabra hablada por Jesús, también hubo una oferta para esta mujer y para todos los que están sedientos: el don de Dios (v. 10). ¿Cuál es el don de Dios? Jesús mismo lo explica en Juan 7. 37-39. Es el Espíritu Santo, la promesa del Padre (Hch. 1. 4-5; 2.33; Lc. 24.49; Jn. 14.16), que recibirían los que creyesen en Él (Ef. 1.13).

Al comienzo de este artículo dije que en la Escritura el agua se usaba como símbolo para ambos: la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Ambos regeneran (Tit. 3.5), causan el nuevo nacimiento (Jn. 3.5), y calman la sed (Amós 8.11; Jn 7.37-39). La mujer samaritana recibió la primera porción de agua: la palabra hablada de Jesús. Después, en el día de Pentecostés, recibiría la segunda porción: el Espíritu Santo (Hch. 2. 1-4); “pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn. 7.39b).

A nosotros se nos ofrece la fuente (Cristo) con las dos corrientes fluyendo: la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Solamente tenemos que aceptar la invitación del Señor: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Jn. 7.37b), y decirle como la mujer samaritana: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed (…)” (v.15).

(Este es un de mi mini-libro digital (eBook) La Palabra de Dios… ¿¡Con Qué Se Puede Comparar!?)

agosto 4, 2016 Posted by | Misceláneas | 2 comentarios

El Poder Espiritual Del Sexo

 

Demonio y Sexo (m)El sexo fue “inventado” por Dios. El propósito principal por el cual Él lo creó fue para procrear: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra (…)” (Génesis 1.28). Este fue el propósito principal. De no ser así, ni tú ni yo estaríamos en el planeta. A través del sexo es que la raza humana pudo y puede aún multiplicarse.

Pero, en su omnisciencia, Dios sabía que sería una “tarea” tediosa tener sexo solo para multiplicarse. Y, en su bondad, añadió un ingrediente para que procrear no fuera solo un deber, sino también un placer. Y por eso permitió que el sexo sea también para producir y obtener placer mutuo entre las parejas: “Y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre (Pr. 5. 18b-19).

Ahora bien, este placer no quedó limitado solo al acto de procrear. ¿Te imaginas si cada vez que las parejas desearan tener sexo existiera la obligación y la responsabilidad de tener hijos? No muchos se casarían, por lo menos en la actualidad. Por eso el “invento” de Dios no está limitado a la procreación.

No obstante, este placer no nos ha sido otorgado para experimentarlo sin ningún compromiso. Es decir, no es solo para excitarse y tener un orgasmo o clímax. Este placer Dios lo diseñó para cultivar y fomentar intimidad entre las parejas casadas: “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1Co. 7. 2-5).

Parte del poder espiritual que el sexo tiene es el de unir, ligar o pegar entre sí las almas de las personas que lo practican: “Salió Dina la hija de Lea, la cual ésta había dado a luz a Jacob, a ver a las hijas del país. Y la vio Siquem hijo de Hamor heveo, príncipe de aquella tierra, y la tomó, y se acostó con ella, y la deshonró. Pero su alma se apegó a Dina la hija de Lea, y se enamoró de la joven, y habló al corazón de ella. Y habló Siquem a Hamor su padre, diciendo: Tómame por mujer a esta joven. Y Hamor habló con ellos, diciendo: El alma de mi hijo Siquem se ha apegado a vuestra hija; os ruego que se la deis por mujer” (Génesis 34. 1-4, 8).

Es por eso que Dios solo permite el sexo entre parejas casadas. Dios estableció el sexo dentro del marco del matrimonio. “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (He. 13.4). Tener sexo fuera del matrimonio es violar los parámetros sagrados establecidos por Dios. El sexo es puro solamente cuando se practica dentro del matrimonio. Cada vez que la Biblia menciona la palabra inmundicia en relación al sexo, se está refiriendo a la fornicación y/o al adulterio, o a cualquier otra práctica que viola la pureza del sexo reservado para el matrimonio: “(…) han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido” (2Co. 12.21). “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia (…)” (Gá 5.19). “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos” (Ef. 5.3).

Indiscutiblemente que la unidad íntima de una pareja comienza con el matrimonio, y no meramente con el acto sexual. Desde el principio Dios había dicho: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2.24). Pero es obvio que el sexo forma parte de esta unión. De no ser así, Dios no lo hubiera incluido.

Debe agregarse que el sexo tiene el poder de unir a las parejas aun fuera del vínculo del matrimonio. La diferencia entre el sexo marital y el sexo extramarital estriba en que en el primero, el esposo y la esposa se convierten en una sola carne bajo la bendición de Dios; mientras que en el segundo, las parejas se convierten en una sola carne bajo la maldición de Dios.

En ambos casos el acto sexual crea un vínculo, sea para bien o para mal. Esto depende de si este vínculo toma lugar en una relación con las condiciones correctas, basado en un compromiso de amor demostrado y comprobado por el compromiso del matrimonio, y una búsqueda de verdadera intimidad arraigada en una base de entrega y lealtad mutua.

El hecho de que el sexo ocupe un lugar importante en el matrimonio no significa que esté verdaderamente cumpliendo con el propósito de Dios de juntarlos y hacerlos una sola carne. Aunque el vínculo inicial que conlleva a convertir a una relación en una sola carne puede formarse durante el primer encuentro sexual que una pareja tenga, la plenitud de lo que Dios quiere hacer en lo relacionado a una sola carne toma tiempo. Tienen que convertirse en una sola carne. Y esto, como se dijo, viene como consecuencia del compromiso de entrega y lealtad que se hizo (y que se observa) durante el matrimonio.

Una prueba indubitable que puede demostrar que el sexo puede convertir a una pareja en una sola carne es el acto de la concepción, el embarazo de una mujer y el nacimiento de un bebé. Tómese en cuenta que esta criatura se forma en el vientre de la madre como consecuencia de la unión entre el espermatozoide del hombre y el óvulo de la mujer. Y de esta unión surge un ser que porta los genes de ambos padres. Es tanto así, que el bebé no solo puede heredar los rasgos físicos de sus progenitores, pero también las enfermedades y defectos congénitos. Hasta este nivel llega el alcance del sexo.

Debido a la capacidad que el sexo tiene de unir a las personas entre sí, el sexo, además, tiene el poder espiritual de transmitir los pecados, las adicciones, las contaminaciones e inmundicias, y hasta las ataduras o esclavitudes espirituales de una persona a otra.

El apóstol Pablo nos arroja más iluminación para entender mejor este concepto. En 1Co. 6.16 él escribió: “¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne.”

Nótese claramente como la unión sexual tiene la implicación de convertirnos en una sola carne aun cuando nosotros no tengamos la intención de llegar a ese fin. Como es el caso del que Pablo habla, en donde el individuo que se acuesta con una ramera buscando solamente satisfacer sus deseos sexuales, es vinculado, a través del acto sexual, con la práctica de esa mujer y con lo que ella es. Es decir, el sexo que tuvo lo convierte en participante de todas las fornicaciones de las que la ramera participó, y traspasa todas las contaminaciones de la ramera hacia él. Es como si éste sujeto hubiera fornicado con todos los hombres con los que la ramera fornicó. Realmente, en términos espirituales, esto, literalmente, es así.

Este concepto es válido inclusive en la ciencia médica, y desde un ángulo meramente físico. Enfermedades como la sífilis, la gonorrea, el HIV son transmitidas por la unión sexual. De la misma manera, como Pablo dice, los pecados y la basura espiritual de una persona puede ser transmitida “espiritualmente” a otra persona a través de la unión sexual.

La ciencia médica también advierte de los efectos —a largo alcance— que puede tener el sexo, de cómo una persona puede desarrollar HIV hasta cinco o diez años después de haberlo practicado con otra que haya sido portadora del virus. Hay también registros médicos de mujeres con cáncer cervical por practicar sexo con múltiples parejas sin protección —cómo el semen de diferentes hombres puede causar este mal.

De la misma manera, el sexo —practicado fuera de la voluntad de Dios— puede causar enfermedades de carácter espiritual. Como el ejemplo de la ramera que el apóstol Pablo presenta.

Empero, este otro o segundo poder espiritual que el sexo tiene no se limita a funcionar solamente entre personas que fornican y adulteran. Aun entre personas casadas puede surtir el mismo efecto, puesto que no solamente se trata de tener relaciones extramaritales, sino, además, de tener relaciones sexuales con la persona equivocada. Por eso la Biblia nos advierte acerca del yugo desigual: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? (2 Co. 6.14-15).

Un cristiano que se casa con un impío se expone a experimentar este tipo de contaminación. No obstante, una persona que estando casada se convierte a Cristo, aunque su compañero(a) no se haya entregado a Dios, esta persona tiene el poder, otorgado por Dios, de evitar que las trabas o cadenas espirituales de su compañero(a) aún no cristiano(a) les sean transmitidas: “Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos” (1Co. 7.13-14).

El mero hecho de haberse entregado a Cristo crea un círculo de protección a favor del cónyuge creyente. No obstante, esto no quiere decir que el cónyuge incrédulo o los hijos no creyentes sean salvo; la salvación es individual y se adquiere por medio de la fe en la obra redentora de Cristo —no se traspasa de una persona a otra. Sino que Dios bendice el hogar, independientemente de los incrédulos que el él habiten, por causa del creyente que mora en él. Hay bendiciones sobre la cabeza del justo” (Pr. 10.6a).Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida” (Pr. 11.11a). Parte de la bendición del justo es su protección espiritual: “mas líbranos del mal” (Mt. 6.9), El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende (Sal. 34.7), Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (Sal. 91.4a); y a veces su protección física: El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora…Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará” (Sal. 91. 3, 7).

Por eso es sumamente importante tener cuidado con la clase de personas que dejamos entrar en nuestros corazones y en nuestros cuerpos. Ya que el sexo no es solamente un intercambio corporal, pero también un intercambio espiritual. Es una poderosa puerta que puede abrirse para darle entrada no únicamente a los pecados y a la contaminación de las otras personas, pero también a sus demonios, logrando que se alojen en tu templo (cuerpo), en tu hogar, en tu círculo familiar. Y de la misma manera que las tienen a ellas esclavizadas y destruidas, te esclavicen y te destruyan a ti también. Esta es la razón por la que muchas personas quedan adictas a otras, y a sus vicios. Las ataduras espirituales que obtuvieron por medio de las relaciones sexuales esclavizan sus almas y las mantienen atadas a esos hombres o mujeres, a los hombres o mujeres de la misma calaña, y a los espíritus de las tinieblas que los siguen a ellos/ellas.

Tanto así, que aun después de haber terminado con una relación enfermiza y destructiva, tales personas quedan y permanecen atormentadas espiritualmente. Las parejas se separan, pero los demonios que permitieron entrar —a través de una relación sexual— quedan habitando en sus contornos y en sus vidas.

Este también es el motivo por el que muchas personas atraen la misma clase de gente a sus vidas después de haber salido de una relación disfuncional. Es por causa de ese demonio conocido (pues ya sabe quiénes son ellos/ellas) que la pareja o el cónyuge anterior les dejó.

septiembre 29, 2015 Posted by | Misceláneas | 26 comentarios

Sentado En Los Lugares Celestiales… ¡la posición desde donde operamos!

realistic planet earth in space“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:4-6. Versión Reina-Valera 1960).

De lo que este pasaje bíblico habla es de nuestra posición en Cristo; el lugar espiritual en donde Él nos puso. Ahora bien, en tiempo real nuestros pies están aquí, sobre la faz de la tierra. Pero el verso dice que estamos sentados en el cielo con Jesús. ¿Cómo, pues, podemos explicar esto? Lo que esto quiere decir es que esta vida cristiana que vivimos aquí en la tierra, en este cuerpo, opera desde los lugares celestiales, de arriba hacia abajo; tiene su origen en el cielo. Lo que ocurre en los lugares celestiales se manifiesta —o lo manifestamos— aquí en la tierra.

La vida nueva es una vida divina; es decir, proviene de Dios. Es una vida sobrenatural; es la vida de Cristo. “Ya no vivo yo mas vive Cristo en mí” (Ga. 2.20). Cristo tiene su trono en el cielo; estamos sentados con Él en el cielo. Su vida se manifiesta desde el cielo en nosotros y a través de nosotros aquí, en la tierra. Eso es lo que dice el verso seis, que Dios nos dio vida y nos sentó con Cristo en los lugares celestiales, y desde ahí funcionamos espiritualmente.

Todo lo que somos y lo que recibimos para ser y hacer viene desde el lugar en donde estamos sentados con Cristo. Ese es el cuartel general y el almacén espiritual del cristiano. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados, estábamos en la tierra; ahora estamos vivos desde el cielo. Es como la televisión vía satélite. El televisor está aquí, en la tierra, pero la transmisión viene del espacio, del cielo, a través del satélite que, desde allá, envía la señal digital, y el televisor la recibe aquí.

¿Quieres un ejemplo bíblico? Jesús dijo que todo lo que atemos en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatemos en la tierra, será desatado en el cielo (Mt. 18.18).

Independientemente del significado que pueda tener ‘todo’, atar y desatar tiene que ver con la autoridad que el cristiano puede ejercer aquí en la tierra, que le es otorgada desde el cielo. Es decir, nuestra actividad cristiana terrenal está conectada con la actividad espiritual que ocurre en los lugares celestiales. Lo que podemos hacer aquí es aprobado en el cielo porque desde allí fue que Dios lo predispuso.

Otro ejemplo:

La Biblia dice que somos reyes y sacerdotes. Ahora bien, ¿hay algún cristiano, miembro de una iglesia, que tiene un cetro en su mano derecha, una corona en su cabeza, y que está vestido con ropas reales, y está sentado en un trono, y está encargado de alguna ciudad o país? Fíjese que la Biblia dice que ‘somos’ reyes y sacerdotes; no dice que seremos reyes y sacerdotes.

¿Cómo es esto?

El rey era el encargado de que al pueblo se le enseñara la Palabra de Dios. El sacerdote era el responsable de ofrecer sacrificios de expiación por los pecados del pueblo y traer ofrendas de adoración. Rey simboliza autoridad, ley. Sacerdote simboliza adoración. La iglesia es responsable de ambas cosas; de enseñar la Palabra y de llevar al pueblo a la adoración a Dios.

Esto que ahora hacemos desde un carácter espiritual, un día cobrará sentido literal o visible y tangible. Lo que ahora hacemos sin cetro y corona, un día lo haremos con cetro y corona. Estaremos encargados de hacer lo que ahora hacemos en la iglesia durante el milenio; y después, en el mismo cielo.

Así que si la Biblia dice que somos reyes y sacerdotes, lo somos. Si también dice que estamos sentados en los lugares celestiales con Cristo, lo estamos. Simplemente estamos operando nuestra vida cristiana en un lugar temporario. Nuestra capital está en los cielos.

La Biblia dice que nuestra ciudadanía está en los cielos; que somos peregrinos y extranjeros en esta tierra. Que pongamos la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Que busquemos las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col. 3. 1-2). ¿Sabes por qué? Porque arriba es que está el lugar celestial en donde estamos sentados  juntamente con Cristo.

Dios no nos sentó en los lugares celestiales con Cristo para que vivamos una vida inferior a la que Él diseñó para nosotros: la vida nueva, la vida de Cristo.

febrero 5, 2015 Posted by | Interpretaciones Bíblicas, Misceláneas | 43 comentarios

¿Puede Un Cristiano Morir Antes De Tiempo?

 

Lápida

Es obvio que una persona que vive un estilo de vida desordenada puede acortar sus años de vida. El individuo que incurre en el uso habitual y excesivo de drogas y alcohol es un buen candidato para morir antes de tiempo. Los mismos fabricantes de cigarrillos advierten al consumidor que fumar puede causar cáncer. Esto implica que quienes no fuman, no sólo pueden vivir más saludables, pero también pueden vivir por más tiempo. Aun el comer indebidamente —alimentos altos en grasa animal o saturada, azúcar refinada, sodio, embutidos, etc. — pueden producir enfermedades incurables como la diabetes, enfermedades del corazón, osteoporosis, cáncer, hipertensión arterial, entre otras, que pueden terminar con la vida de quienes la padecen.

Bíblicamente, en el ámbito espiritual sucede igual. La gente de Dios puede morir antes de tiempo.

Previo a la amplificación de este tópico, quiero mencionar que los malos, o los impíos (los pecadores, los que aún no han rendido sus vidas a Jesús), también pueden morir prematuramente. Las siguientes citas bíblicas pueden  demostrar la veracidad de este asunto.

“No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo?” (Ecl. 7:17).

“¿Quieres tú seguir la senda antigua que pisaron los hombres perversos, los cuales fueron cortados antes de tiempo (…)?”(Job 22:15-16a).

“No confíe el iluso en la vanidad, porque ella será su recompensa. El será cortado antes de su tiempo (Job 15: 31-32).

Estos pasajes explican por qué los impíos pueden morir antes de tiempo: por hacer el mal. Ahora bien, no sólo los malos pueden morir antes de tiempo, también los buenos pueden morir antes de tiempo, pero por razones diferentes: por no hacer lo que Dios ordena que tienen que hacer, por hacer lo que Él dice que no tienen que hacer, por manejar incorrectamente, desaliñadamente o irreverentemente las cosas divinas, o por cometer algún pecado aberrante. Todas estas acciones se pueden resumir en una de estas palabras: desobediencia, rebelión, irreverencia, profanación.

Un ejemplo de no hacer lo que Dios dice que tenemos que hacer, es lo que dijo Jesús: «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará (…) «(Jn. 15:2). La frase “en mí” claramente indica que el Señor se está refiriendo a los que creen en Él, a sus seguidores. El Señor amplificó lo dicho en este verso en la parábola de la higuera estéril:

6 Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.

7 Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?

8 Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.

9 Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después. (Lc. 13: 6-9).

A veces Dios quita —o corta: término bíblico para referirse a matar o quitar la vida [véase Lv. 17:14; 22: 3; Ez. 14: 7-8]—de la tierra al cristiano que no lleva fruto para Él, más bien, y como dice el verso siete, “inutiliza también la tierra” (sirve de mala influencia a los demás dándoles mal ejemplo, además de agotar los recursos que otros pueden aprovechar); tampoco cumple el propósito para el que Dios lo llamó, y como dice Santiago 4.17: «al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.» Y la paga del pecado [para el redimido] puede ser muerte física.

El Pecado De Muerte: Qué Es, Y Quiénes Lo Cometen.

Otras veces Dios quita la vida al cristiano que hace algo que ofende tanto a Dios, o que tiene una conducta que sirve de tropiezo a la iglesia, que Él prefiere abreviar la vida a esa persona; decide que no merece estar más tiempo en la tierra. Esto es a lo que parece referirse Juan, y a lo que él llama pecado de muerte. Un pecado que quien lo comete provoca que Dios le aplique la muerte como disciplina drástica. Dios le perdona el pecado, pero no le permite vivir más sobre la tierra. Un hecho trágico, ya que esa persona, de no haber asumido esa conducta, hubiera vivido más tiempo, teniendo otras oportunidades de servir a Dios, de llevar más fruto, y de, al final, alcanzar mayor recompensa. El cristiano que muere antes de tiempo, independientemente de la causa por la que esto suceda, pierde el privilegio y la oportunidad de recibir mayor galardón en el día del tribunal de Cristo, el día de las recompensas.

“Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte” (1 Juan 5: 16-17).

Debe inferirse que el individuo que comete cualquiera de estas dos clases de pecado —el que no es de muerte y el que lo es— tiene que ser cristiano, ya que Juan se refiere a él como hermano. También debe entenderse que Juan hace alusión a muerte física como castigo inmediato por la grave ofensa cometida, y no a muerte espiritual o eterna. Esto fácilmente se puede deducir considerando lo que él mismo dice: Toda injusticia es pecado.” A lo que Pablo añade: “la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). La paga del pecado del que Juan menciona no puede ser muerte espiritual ni eterna (como la que describe Pablo), ya que es bien sabido que ser cristiano no garantiza que nunca vayamos a pecar. El mismo Juan lo implica cuando dice Si alguno viere a su hermano cometer pecado (1 Jn. 5:17). Y, en otra parte, Juan también dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1: 8, 10). En el verso 9 de este mismo capítulo, Juan nos exhorta a confesar nuestros pecados, implicando, como ya él lo dijo en los versos anteriores, que los cristianos aún podemos pecar. A lo que Eclesiastés añade: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque (Ec. 7:20).

Si cada vez que el cristiano peca muere espiritualmente (ni mencionar morir eternamente), nunca sería salvo, puesto que son muchas las faltas que cometemos en lo que llegamos a una edad espiritual madura en la que la tendencia a pecar es conquistada; además, el sacrificio de Cristo sería en vano, ya que la Biblia dice que Él murió una sola vez por el pecado.

“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos (…) para salvar a los que le esperan” (He. 9:28).

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, (…) para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18).

¿Has pensado alguna vez en el hecho de que Cristo murió una sola vez (de una vez por todas) por todos nuestros pecados cuando tú y yo aún no habíamos nacido? El poder de Su sacrificio no solo borra los pecados del pasado, sino que Su sangre tiene poder para limpiar los pecados del futuro —las faltas que mañana tal vez tú y yo podamos cometer. Los pecados que cometimos en el pasado, un día fueron los pecados del futuro, cuando todavía no los habíamos cometido. Si Él solo perdonara los pecados de hoy, mañana no seríamos salvos.

Un ejemplo de muerte física como disciplina drástica por cometer un pecado considerado grave o intolerable, es el que está registrado en:

1 Corintios 11: 27-34.

27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.

28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.

29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.

30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.

31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;

32 mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.

33 Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros.

34 Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio.

La Santa Cena —la Última Cena, la Cena del Señor; u otros nombres con los que se conoce— había sido instituida por Jesús en memoria de Su muerte: “Haced esto en memoria de mí” (Lc. 22:19c; Mt. 26: 26-28). Quienes la celebramos y participamos de ella, anunciamos al mundo la muerte de Jesús “hasta que él venga” (1 Co. 11: 26).

En la iglesia de los corintios, muchos no supieron discernir la solemnidad de este evento ni la seriedad con la que se debía proceder para participar en esta Santa Celebración, y profanaban este acto mediante una conducta irreverente y mundana. Trataban la Cena del Señor como una comida cotidiana o corriente; no comían en sus casas, sino que esperaban el momento de congregarse para venir a mitigar el hambre usando los elementos de la Cena, el pan y el vino (11: 20-22). No tomaban en cuenta el propósito por la que la Cena había sido instituida ni a la Persona que la había instituido. El apóstol Pablo les reprendió: “Esto no es comer la cena del Señor” (v. 20).

Pero esta no era la única falta que los corintios cometían. Entre ellos había divisiones, y no las confesaban; tampoco se arrepentían a la hora de acercarse a participar de la Cena (v. 18). Pablo les advirtió que actuando así solo se congregaban para lo peor, para recibir castigo [juicio] (vs. 17, 34).

Sumada a la reprensión y a la advertencia de Pablo, está lo que él también dice en el verso 30: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.” Estas eran —y son— las consecuencias de haber tomado la Cena indignamente.” Unos habían enfermado y debilitado físicamente, y otros habían muerto.

En la Biblia, la palabra que frecuentemente se usa para referirse a la muerte del cristiano es dormir. Jesús la empleó cuando Lázaro murió:

11 Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.

12 Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará.

13 Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.

14 Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto. (Lc. 11:11-14)

En la iglesia de Corinto muchos de sus miembros murieron antes de tiempo por tomar la Cena del Señor indignamente, por profanar las cosas sagradas de Dios, esto es, por cometer un pecado de muerte. Esta debe ser una solemne advertencia para los que quedamos vivos, para que rindamos la debida reverencia a los asuntos divinos.

Entonces, hay pecadores que mueren antes de tiempo por hacer mucho el mal. Pero también hay cristianos que mueren antes de tiempo por hacer las cosas mal o por no hacer las cosas buenas que deben hacer.

“El temor de Jehová aumentará los días; Mas los años de los impíos serán acortados (Pr. 10:27).

Ejemplos de hombres malos que murieron antes de tiempo.

  1. Los hijos del profeta Elí.

1 Samuel 2: 12-25, 29, 34; 4:11.

12 Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.

17 Era, pues, muy grande delante de Jehová el pecado de los jóvenes; porque los hombres menospreciaban las ofrendas de Jehová.

22 Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión.

23 Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes.

24 No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová.

25 Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Juan 5:16b) Pero ellos no oyeron la voz de su padre, porque Jehová había resuelto hacerlos morir.

29 ¿Por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?

34 Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán en un día.

11 Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees.

De acuerdo a los versículos 17 y 29, los hijos de Elí profanaban y menospreciaban los sacrificios y las ofrendas que el pueblo le ofrecía a Dios. El verso 22 menciona como fornicaban con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo; y como inducían —por medio del ejemplo— a la gente a hacer lo mismo (v. 24).  Esto desagradó tanto a Dios, que Él les quitó la vida. La maldad de ambos los llevó a que murieran antes de tiempo.

  1. Saúl.

(1 Crónicas 10: 4, 13-14)

Entonces dijo Saúl a su escudero: Saca tu espada y traspásame con ella, no sea que vengan estos incircuncisos y hagan escarnio de mí; pero su escudero no quiso, porque tenía mucho miedo. Entonces Saúl tomó la espada, y se echó sobre ella.

13 Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina,

14 y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí.

Fíjese que el verso 14 dice que Dios fue quien lo mató. Sin embargo, el verso 4 dice que Saúl se suicidó. ¿Alguna contradicción? No. ¿Cómo pues armonizamos las dos declaraciones?

A principio de su reinado, después que Saúl se había rebelado contra Dios, es decir, no había hecho las cosas según Dios las había prescrito (ver 1 S. 15: 23b- 24), y Dios lo había desechado, Dios le enviaba un demonio para atormentarlo (ver cp. 16: 14). Tal parece que después de Dios decidir que Saúl no era útil para nada, Dios le envió el mismo espíritu (demonio) para que éste sembrara en la mente de Saúl pensamientos suicidas, y así quitarlo de en medio, irónicamente, usando (Saúl) sus propios métodos, sus propias manos y su espada.

Fue por un espíritu malo que Saúl trató de matar a David (1 S. 18: 10-11; 19: 9- 10). Si fue por este espíritu que Saúl trató de matar a David, ¿no podía Dios usar el mismo método para matar a Saúl, haciendo que, en vez que esta vez tratara de matar a David, se matara a sí mismo?

Saúl murió antes de tiempo por haberse rebelado contra Dios, por no hacer las cosas de acuerdo a como Dios se las había dicho.

Ejemplos de hombres buenos que murieron antes de tiempo.

  1. Moisés y Aarón.

Números 20: 7-13, 22-29.

Y habló Jehová a Moisés, diciendo:

Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.

Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó.

10 Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?

11 Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.

12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.

13 Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos.

22 Y partiendo de Cades los hijos de Israel, toda aquella congregación, vinieron al monte de Hor.

23 Y Jehová habló a Moisés y a Aarón en el monte de Hor, en la frontera de la tierra de Edom, diciendo:

24 Aarón será reunido a su pueblo (puede referirse tanto al sepulcro como al lugar de descanso o paraíso), pues no entrará en la tierra (pues Dios le quitará la vida) que yo di a los hijos de Israel, por cuanto fuisteis rebeldes a mi mandamiento (este es el pecado que causó su deceso) en las aguas de la rencilla.

25 Toma a Aarón y a Eleazar su hijo, y hazlos subir al monte de Hor,

26 y desnuda a Aarón de sus vestiduras, y viste con ellas a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a su pueblo, y allí morirá.

27 Y Moisés hizo como Jehová le mandó; y subieron al monte de Hor a la vista de toda la congregación.

28 Y Moisés desnudó a Aarón de sus vestiduras, y se las vistió a Eleazar su hijo; y Aarón murió allí en la cumbre del monte, y Moisés y Eleazar descendieron del monte.

29 Y viendo toda la congregación que Aarón había muerto, le hicieron duelo por treinta días todas las familias de Israel.

El hecho de que Dios no les permitiera ambos entrar a la tierra prometida (vs. 12) por causa de su rebelión (vs. 24), implica que si ellos hubieran obedecido a los mandamientos de Dios, sus vidas hubiesen sido prolongadas.

Deuteronomio 34.4-5.

Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá.

Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová.

Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy.

Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.

Nótese que el verso siete destaca que la condición física de Moisés era óptima, «sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.» En aquellos tiempos, la edad de 120 años se consideraba como una edad muy joven. Esto claramente indica que Moisés murió antes de tiempo. Moisés cumplió en parte el propósito de Dios, pero no pudo entrar al pueblo de Dios, ni a sí mismo, a la tierra prometida, y esto era parte en el plan de Dios.

Muchos cristianos cuyos cuerpos yacen en los sepulcros y sus almas están en el cielo, no completaron a cabalidad el propósito que Dios había diseñado para sus vidas, por cuanto murieron antes de tiempo.

  1. Uza.

Números 4: 5,15.

Cuando haya de mudarse el campamento, vendrán Aarón y sus hijos y desarmarán el velo de la tienda, y cubrirán con él el arca del testimonio;

15 Y cuando acaben Aarón y sus hijos de cubrir el santuario y todos los utensilios del santuario, cuando haya de mudarse el campamento, vendrán después de ello los hijos de Coat para llevarlos; pero no tocarán cosa santa, no sea que mueran. Estas serán las cargas de los hijos de Coat en el tabernáculo de reunión.

1 Crónicas 13: 9-10.

Pero cuando llegaron a la era de Quidón, Uza extendió su mano al arca para sostenerla, porque los bueyes tropezaban.

10 Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió, porque había extendido su mano al arca; y murió allí delante de Dios.

Según los versos 5 y 15 del capítulo 4 de Números, Aarón y sus hijos cubrirían el arca a la hora de mudarla de sitio, y los hijos de Coat la cargarían con varas. El arca tenía unos anillos adheridos por los lados por donde se introducirían estas varas (Éx. 25: 10-15; 37: 1-5). La intención de introducir estas varas era para no tocar el arca mientras era trasladada de lugar, ya que el arca representaba la santa presencia de Dios en medio de Su pueblo.

De acuerdo a 1 Crónicas 13, David se propuso trasladar el arca a Jerusalén. Los versos 9 y 10 dicen que Uza tenía temor de que el arca cayera en tierra e hizo lo que no le correspondía ni tenía que hacer —tocar el arca, cargarlo con sus manos— y murió. A pesar de que su intención era buena, a Dios no le agradó por cuanto violaba las instrucciones que Él había dado anticipadamente. Dios podía haber dejado que el arca cayera en tierra o podía haber enviado un ángel para que lo sostuviera, pero no toleraría que un humano la tocara.

A Dios no le gustó el gesto de Uza. La Biblia dice que somos colaboradores de Dios (1 Co. 3:9) —sus ayudantes. Pero tal parece que hay momentos en los que a Dios no se le debe ayudar, especialmente si ya Él lo ha prescrito así.

  1. Sansón.

Jueces, capítulos 13-16.

Sansón (solecito o pequeño sol) murió antes de tiempo por usar mal los privilegios que Dios le había otorgado y por no cumplir con el llamado y el propósito de Dios.

Según el libro de Jueces, el llamado de Dios para Sansón consistía en «(…) salvar a Israel de mano de los filisteos» (13: 5). El requisito que Dios había establecido para que Sansón cumpliera con este llamado era que él tenía que ser nazareo (Jue. 13: 5). Cuando una persona hacía el voto del nazareato, lo podía mantener hasta cierto tiempo, «hasta que sean cumplidos los días de su apartamiento a Jehová» (Nm. 6: 5b). En el caso de Sansón, Dios fue quien le impuso este voto, y Sansón tenía que ser nazareo «desde su nacimiento hasta el día de su muerte» (Jue. 13: 7b).

El nazareato era un voto que consistía en consagrarse a Dios, con el propósito de rendir un servicio especial (Nm. 6: 1, 8). El nazareo — el que había hecho el voto — no podía consumir bebidas alcohólicas, ni alimentos impuros, ni tener contacto con cadáveres, y no podía cortarse el cabello (Nm. 6: 3-6; Jue. 13: 4-5).

Dios había escogido a Sansón para salvar a Su pueblo de sus enemigos cuando todavía su madre no lo había concebido (Jue. 13: 3). Y aún antes de nacer, el llamado incluía el nazareato; tampoco su madre podía consumir bebidas alcohólicas o comer cosa inmunda (Jue. 13: 4, 7, 12-14).

Tratándose de que sería un solo hombre el que comenzaría a salvar a Israel de los filisteos, Dios dotó a Sansón con una fuerza física sobrenatural. Esta fuerza se la proveía el Espíritu de Jehová (Jue. 14: 6, 19). En una ocasión, Sansón mató un león con sus manos (14: 5-6). En otra oportunidad, él mató a mil hombres con una quijada de asno (Jue. 15: 15). La Biblia registra otras veces en las que Sansón usó de esta fuerza para hacer cosas sobrenaturales.

Pero Sansón comenzó a fallar cuando empezó a usar la fuerza que Dios le había dado (esto era un don divino para cumplir un propósito) para satisfacer sus intereses personales. Podemos mencionar la manera en la que se divertía haciendo alarde de su fuerza mediante el uso de mentiras (Jueces 16: 1-15). Y cómo, por su temperamento iracundo, mató a mucha gente, quemó los campos de los filisteos y arrancó las puertas de la ciudad; cosas que no tenían que ver con el propósito para el que Dios lo había elegido y para el cual lo había llamado. Podemos también incluir la sensualidad, por falta de dominio propio, que lo llevó a tener varias mujeres impropias: la mujer de Timnat, una mujer ramera, y Dalila (14.1; 16:1, 4).

Además de usar su fuerza de manera impropia, Sansón no cumplió con el voto del nazareato e hizo todo contrario al llamado y al propósito de Dios. Antes de su matrimonio tocó a un animal muerto, y lo ocultó a sus padres (Jueces 14:8-9), hizo un  banquete de bodas de siete días, en donde se supone que haya habido bebidas alcohólicas (Jueces 14:10), reveló el secreto de su fuerza, dejándose cortar el cabello —la señal de consagración a Dios (Jueces 16:19-20).

Todo esto le acarreo muy malas consecuencias. Su fuerza se convirtió en debilidad después que Dalila le cortó el cabello. Su luz (Sansón=pequeño sol) se tornó en oscuridad., pues los filisteos sacaron sus ojos. El libertador fue tomado como esclavo, y en vez de reírse de los demás, se convirtió en objeto de burla.

Jueces 16: 22 demuestra que Sansón hizo un nuevo pacto con Dios, un acto de reconciliación (dejarse crecer el cabello era señal del voto, esto lo comprueban los versos 28 y 30; tal parece que los filisteos olvidaron o descuidaron este detalle, quizás porque Sansón había quedado ciego). La recuperación de su fuerza demuestra la renovación de votos, pero solo para entregar su vida y sellarla con la muerte.

Sansón murió antes de tiempo por jugar con la bendición de Dios, y por no cumplir con Sus mandamientos.

  1. Los cristianos de Corinto.

1 Corintios 11: 27-34.

Como ya se explicó, muchos de los miembros de la iglesia de Corinto murieron antes de tiempo por cometer el pecado de muerte de tomar la Cena del Señor indignamente. (Véase arriba para detalles.)

  1. Los hijos que no honran a sus padres.

Éxodo 20: 12

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.

Efesios 6:1-3

1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.

2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;

3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.

Deuteronomio 5.16

Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.

Proverbios 6:20-23.

20 Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre,  Y no dejes la enseñanza de tu madre;

21 Átalos siempre en tu corazón, Enlázalos a tu cuello.

22 Te guiarán cuando andes; cuando duermas te guardarán; Hablarán contigo cuando despiertes.

23 Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, Y camino de vida las reprensiones que te instruyen.

Proverbios 30: 17

El ojo que escarnece a su padre Y menosprecia la enseñanza de la madre, Los cuervos de la cañada lo saquen, Y lo devoren los hijos del águila.

Proverbios 13.1

El hijo sabio recibe el consejo del padre; Mas el burlador no escucha las reprensiones.

Deuteronomio 27.16

Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén.

Honrar al padre y a la madre va más allá de simplemente obedecer. Estar atentos a sus necesidades —aun cuando los hijos se hayan casado o se hayan independizado— es también parte del respeto que los hijos deben rendir a sus progenitores. No causarles afrenta ni oprobio tiene que estar en esta lista. Y podríamos continuar añadiendo muchas cosas más, pero esto se convertiría en un tema aparte del que estamos tratando.

Estoy seguro que la información bíblica provista es suficiente para demostrar que un hijo desobediente, o uno que deshonra a sus padres, tiene pocas probabilidades de vivir por largo tiempo. De todas maneras, un ejemplo a citar son los hijos de Elí, de quienes ya hemos comentado arriba, los cuales desobedecieron las reprensiones del padre, y murieron antes de tiempo.

  1. El cristiano que no lleva fruto.

Juan 15:2

Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.

Una de las verdades centrales de la Biblia es que Cristo, luego de habernos salvado, nos encomendó la misión de buscar y traer otros a Él; es el motivo por el cual, en vez de llevarnos al paraíso, nos dejó en la tierra. Y no solo nos dejó aquí, sino que nos equipó con talentos y dones espirituales para que podamos llevar a cabo esta gran obra.

Entre las cosas a las que la Biblia califica como fruto está, precisamente, el traer otros a Jesús o ganar almas (Jn. 4: 36; Ro. 1: 13; 16: 5), el carácter de Cristo (esto es lo que Gálatas llama el fruto del Espíritu, Ga. 5: 22-23), la santificación (Ro. 6:22), las ofrendas (Ro. 15: 26-28), las buenas obras (Col. 1: 10; Tito 3:14), el conocimiento de Jesús (2 P. 1:8).

Fallar en hacer lo que Dios quiere que hagamos —para lo cual Él nos ha equipado— y no cumplir con sus propósitos, nos coloca en la categoría del pámpano infructífero. Y la Escritura claramente dice que un pámpano estéril Dios lo quitará (cortará), algo que en el lenguaje bíblico indica que le quitará la vida, acortará sus días. Esto, en otros términos equivalentes, significa que morirá antes de tiempo. ¿Antes de qué tiempo morirá? Antes del tiempo de vida que le correspondía vivir.

Después de haber considerado esta lista de personas que la Biblia nos presenta, que, por las cosas que hicieron, o por la conducta que tuvieron, perdieron sus vidas antes de tiempo, quiero, como nota final, citar lo que la Escritura dice en 1 Corintios 10: 11:

“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos.”

Como cristianos, las cosas buenas o malas que hagamos —y las que no hagamos— pueden ser las que Dios use para determinar la longitud de nuestras vidas. Él puede extendernos los días de existencia o acortarlos. Tengamos en cuenta lo que estamos haciendo para Dios y para los demás, y de la manera en la lo estamos haciendo. No sea que en vez de Él decirnos: “Bien, buen siervo y fiel.” Más bien nos diga: “Siervo malo y negligente.” Y entonces se cumpla lo que dice Jeremías: “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová” (48:10a). Y esta maldición puede ser muerte física, morir antes de tiempo.

(Todas las citas han sido tomadas de la versión Reina Valera 1960; y las he transcrito en itálicas y en rojo para destacar los versos bíblicos del contenido del tema en discusión. Palabras en negritas, y subrayadas, las he añadido para dar énfasis.)

diciembre 1, 2014 Posted by | Interpretaciones Bíblicas | 12 comentarios